El timbre de la escuela resonó por los pasillos, señalando el final de las clases. Lucas, con su mochila colgada al hombro, se dirigía a la salida cuando vio a Tomy rodeado de su habitual grupo de amigos. Los comentarios y risas de burla eran inconfundibles; esta vez, la víctima era un nuevo estudiante, visiblemente incómodo.
Lucas frunció el ceño. No le gustaba Tomy, pero tampoco podía quedarse de brazos cruzados. Con decisión, se acercó al grupo.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó Lucas, su voz firme.
Tomy se giró, sorprendido al ver a Lucas interrumpiendo.
—Nada que te importe, Lucas —respondió Tomy, su tono despectivo.
Lucas ignoró el comentario y se dirigió al nuevo estudiante.
—¿Estás bien? —le preguntó, haciendo caso omiso de las miradas incrédulas de los demás.
El chico asintió tímidamente, agradecido.
—Vamos, te acompaño a la salida —dijo Lucas, comenzando a caminar.
Para sorpresa de todos, Tomy no dijo nada. En cambio, se quedó observando a Lucas. Había algo en la valentía desinteresada de Lucas que le resultaba intrigante.
Al día siguiente, durante el recreo, Lucas estaba sentado en una mesa del patio cuando Tomy se acercó, solo esta vez.
—Oye, Lucas —dijo, rascándose la nuca incómodo—. Sobre lo de ayer... quiero agradecerte. Nadie se había enfrentado a mí de esa manera antes.
Lucas levantó la mirada, sorprendido.
—No lo hice por ti, Tomy. Lo hice porque era lo correcto.
Tomy asintió, con una expresión que Lucas nunca había visto en él: algo parecido a la humildad.
—Lo sé. Pero, aun así, gracias. Tal vez... tal vez podamos empezar de nuevo.
Lucas lo miró con cautela, pero extendió la mano.
—Está bien. Pero esto no significa que seré parte de tu grupo ni nada parecido.
Tomy sonrió, apretando la mano de Lucas.
—Lo entiendo. Solo quiero... intentarlo.
Mientras se alejaban, Lucas no podía evitar preguntarse si esta inesperada alianza podría cambiar las cosas en la escuela, y tal vez incluso a Tomy mismo.