¿Hay algo peor que saber que tu prometido frío, serio y cuadrado estará en el mismo club que tú en tu despedida de soltera?
Sí: que aparezca con sus cuatro amigos igual de fríos, serios y cuadrados, justo cuando estás empezando a bailar.
Porque claro… yo quería caos.
Yo quería olvidarme de que me casaba en unos días con el tipo más estructurado del planeta.
Y para eso traje refuerzos: mis amigas.
Camila, la que se quita los tacones después del primer trago.
Sofía, que grita sin motivo y se ríe hasta llorar.
Luna, la reina de las frases absurdas en el peor momento.
Paula, que empieza callada… pero con dos copas se cree la nueva Dua Lipa.
Y yo, Valeria. Con vestido corto, pestañas dramáticas y cero intenciones de portarme bien.
Entramos al club como si fuera nuestro.
Y por unos minutos, lo fue.
Música fuerte. Luces neón. Tragos servidos. Risas que llenaban el espacio.
Y entonces…
como si el universo se burlara de mí…
lo vi.
Ethan Lancaster.
De pie.
Camisa negra impecable. Mirada helada.
A su lado:
Iván, con cara de estar aburrido desde que nació.
Julián, que parece modelo de catálogo de perfumes caros.
Thomas, el que parece amable pero no habla.
Noah, el que nunca sonríe y siempre sospecha de todo.
Y ahí estábamos todos…
en el mismo club. La misma noche. El mismo lugar.
Ni un metro de distancia.
Ni una palabra entre grupos.
Pero el ambiente estaba cargado como si se fuera a desatar una tormenta eléctrica.
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Yo fingí no verlo.
Él fingió que no le importaba.
Y ambos sabíamos que mentíamos como expertos.
Nosotras pedimos tragos.
Ellos ya tenían copas en la mano.
Nosotras bailamos.
Ellos observaron.
Y yo, sin querer, me aseguré de que él me viera bailar.
—Vale… —dijo Sofía acercándose a mi oído—. El de camisa negra te está mirando como si quisiese desaparecer tu vestido con la mente.
—Qué lástima que no puede —dije, sonriendo sin disimulo.
Giré. Moví la cadera con más intención. Me reí con más fuerza.
No por provocarlo…
Ok, sí por provocarlo.
—Tus amigos son un bloque de hielo —dijo Luna, señalando discretamente hacia su grupo.
—Parecen jefes de seguridad de una empresa de licores —añadió Camila, tomando otro trago.
—O modelos de revista que odian su vida —remató Paula.
Y todas soltamos carcajadas.
Del otro lado, los chicos ni se movían. Solo nos miraban.
Como si estuviéramos haciendo un espectáculo privado para ellos.
Como si cada paso que dábamos, cada risa, cada trago, les provocara algo…
aunque se esforzaran en fingir que no.
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Ethan se llevó la copa a los labios.
No parpadeó cuando me crucé frente a él.
Pero sus ojos me siguieron como si fueran un radar.
—¿Vas a hablarle? —preguntó Iván.
—No vine a eso.
—¿Y ella?
—Tampoco.
—¿Entonces por qué pareces un maldito halcón observando a su presa?
Ethan no respondió.
Solo bajó la copa.
Pero no me quitó los ojos de encima.
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Yo me di cuenta.
Y lo disfruté.
Porque por una vez, no era yo la que se sentía fuera de lugar.
Era él.
Con su traje, su silencio y sus amigos con expresión de Excel.
En un lugar lleno de locura, ruido y vida.
—¡Este reguetón me representa! —gritó Sofía, sacudiendo los brazos.
—¡Vale, sube a bailar a la tarima! —gritó Camila, empujándome.
—¡Vamos todas! —añadió Luna.
Y como buenas aliadas del desorden, nos subimos a una plataforma baja al lado de la pista principal, y empezamos a bailar como si estuviéramos en un video musical.
Yo al frente.
Tacones firmes.
Cabello suelto.
Y mirada directa.
Sí, lo miré.
A propósito.
Y él ya me estaba mirando.
Como si el mundo se le hubiera apagado alrededor.
Como si no pudiera decidir si quería bajarme de ahí… o subirse conmigo.
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—Alguien está perdiendo la compostura —murmuró Julián, dándole un trago a su vaso.
—¿Yo? —preguntó Ethan.
—Tú. El que no deja de mirar.
—Solo me aseguro de que no haga alguna estupidez.
—¿Y qué harías si lo hace?
Silencio.
Iván sonrió.
—Eso pensé.
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Yo seguí bailando.
Pero no por él.
Por mí.
Por esta noche.
Por las horas contadas de libertad.
Por lo que soy sin tener que fingir.
Paula se tropezó, se cayó, se levantó y siguió bailando.
Camila casi se besa con un mesero.
Luna empezó a bailar con un poste que no era parte de la decoración.
Y Sofía me gritó:
—¡Míralos! ¡Están todos tiesos! ¡Quiero hacerles un test de humanidad!
Y yo reí.
—Déjalos. Ya están bastante incómodos viéndonos vivir.
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Del lado opuesto…
—No entiendo cómo esa mujer va a ser tu esposa —murmuró Thomas.
—Tampoco yo —dijo Ethan.
—¿Y entonces?
—Es lo que hay.
Pero en sus ojos, había algo más.
Algo entre rabia contenida y deseo reprimido.
No se acercó.
No la tocó.
Ni una palabra.
Pero… no podía dejar de mirarla.
Como si en ella estuviera todo lo que no sabía controlar.
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Cuando la música bajó, cuando los tragos se acabaron, cuando las luces dejaron de girar, los dos grupos seguían ahí.
Uno con las copas vacías y la ropa impecable.
Otro con maquillaje corrido, risas pegadas y los tacones en la mano.
Sin una sola palabra entre nosotros.
Pero con un millón de cosas gritándose con las miradas.
Y yo, Valeria, bajé de la tarima como si acabara de ganar una guerra silenciosa.
Porque esa noche, no me acerqué.
No me disculpé.
No me escondí.
Y él, Ethan…
no dijo nada.
Pero tampoco se fue.
Editado: 04.08.2025