El sol se asomó como si tuviera sed de venganza.
Y nosotras… parecíamos víctimas de guerra.
—¿Por qué mi cabeza suena como si un reguetón viviera dentro? —murmuró Renata, con una bolsa de hielo en la frente.
—¿Qué día es hoy? —preguntó Emma, con un tacón en la mano y el otro no se sabe dónde.
—Creo… que es sábado —susurré, con voz de ultratumba.
Silencio.
Y entonces, Zoe gritó como si la acabaran de exorcizar:
—¡¡¡LA BODA!!!
Saltamos las cuatro como si el infierno nos empujara.
—¡Valeria, te casas hoy! —chilló Renata.
—¡¿A qué hora es la boda?! —grité, aún maquillada como payasa decadente.
—¡¡¡EN DOS HORAS!!!
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Mientras tanto, en el otro extremo de la ciudad, el ambiente era… otro.
Tranquilo. Elegante. Controlado.
—¿No se supone que la novia debe estar aquí ya? —preguntó Marco, mirando su reloj por quinta vez.
—Esto ya parece una broma —bufó Julian.
—¿Y si no aparece? —soltó Liam, siempre realista.
Ethan no dijo nada.
Solo miraba hacia el frente.
Rígido. Perfecto. Impecable.
Como si el altar fuera una sala de juicio.
—¿Y si de verdad no viene? —insistió Julian.
—Vendrá —dijo Ethan, sin dudar.
—¿Y si no?
—Entonces lo sabremos cuando esté demasiado tarde.
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—¡¡NO ENCUENTRO MI VESTIDO!! —grité, revolviendo maletas, cajones, bolsas y hasta a Zoe.
—¡Lo tienes puesto! —dijo ella, agarrándome de los hombros.
—Ah. ¿Sí? Bueno, siguiente crisis.
—¿Dónde están los tacones?
—¿Cuál de los tres pares?
—¿Cómo que tres?
Emma estaba acostada boca abajo, con un pepino en cada ojo y un vaso de suero en la mano.
—¿Quién trajo pepinos?
—Yo los robé del desayuno del hotel —murmuró Zoe—. No me juzguen.
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Yo tenía el corazón como un maratón de drama.
Boca seca.
Maquillaje a medias.
Y un nudo en la garganta que ni el tequila de anoche podía explicar.
—¿Y si no llego? —pregunté, medio vestida, medio loca.
—¡Claro que vas a llegar! —dijo Renata, peinándome con manos temblorosas.
—¿Y si Ethan ya se fue?
—Ethan es muchas cosas, pero no un cobarde —dijo Emma, levantándose con la dignidad de una diva moribunda.
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Hora de la verdad.
Limusina.
Velos.
Perfume.
Y un chófer que no dejó de mirarnos como si fuéramos fugitivas de Las Vegas.
—¿Están listas? —preguntó.
—No —dijimos todas.
Y arrancó igual.
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La boda era en un jardín.
Flores, música suave, todo muy de revista.
Invitados perfectos.
Vestidos caros.
Y un Ethan que parecía tallado por los dioses del control emocional.
—Ya no hay tiempo —dijo Marco, mirando su reloj.
—Ya pasaron quince minutos —añadió Liam.
Julian solo miraba hacia el camino de entrada, cruzando los dedos mentalmente.
Y entonces…
aparecí.
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Llegamos.
Con la música aún sonando.
Los tacones tambaleantes.
El maquillaje milagrosamente intacto.
Y cuando bajé del auto, todos nos miraron.
Mi madre lloraba.
El papá de Ethan me observaba como si evaluara una acción en la bolsa.
Y la señora Shen… sonreía.
Pero mis ojos fueron directo a él.
A Ethan.
Parado en el altar.
Mirándome.
Frío por fuera.
Encendido por dentro.
O eso quise creer.
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—Llegó —murmuró Liam.
—¡Por fin! —suspiró Julian.
—Valeria nunca decepciona —añadió Marco con media sonrisa.
Ethan solo dijo:
—Sabía que vendría.
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Caminé hasta el altar.
Con la cabeza en alto.
Las rodillas temblando.
Y el corazón a punto de hacer huelga.
—Hola —dije, una vez frente a él.
—Llegaste tarde.
—Al menos llegué.
—Podrías haber huido.
—Y tú podrías haber sonreído.
Se quedó en silencio.
Luego, muy bajito, dijo:
—Me alegra que estés aquí.
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El sacerdote comenzó la ceremonia.
Yo apenas escuchaba.
Entre el murmullo de las flores, las miradas, las risas disimuladas, y la sensación de estar en una telenovela sin guion.
—…en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte los separe… —decía.
Y yo solo pensaba:
“O hasta que el contrato expire.”
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Cuando llegó el momento de los votos, el silencio fue abrumador.
Ethan me miró.
Yo lo miré.
Y por primera vez… algo cambió.
—Prometo hacer lo que esté en mis manos para que esta unión funcione —dijo con tono neutro, pero sus ojos decían algo más.
Yo respiré hondo.
—Y yo prometo no enloquecerte tan seguido.
Risas en la audiencia.
Un par de suspiros.
Y una lágrima de mi madre, que gritó desde el fondo:
—¡Mi niña lo logró!
Me dieron ganas de decirle:
“¿Logré qué? ¿Firmar mi sentencia?”
Pero solo sonreí.
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Anillos.
Besos.
Aplausos.
Y yo…
Sintiéndome como si acabara de tirarme de un avión sin paracaídas.
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Durante la recepción, las cosas se volvieron más caóticas.
Emma bailaba encima de una mesa.
Zoe coqueteaba con el fotógrafo.
Renata se dormía en una maceta.
Y yo…
Estaba sentada al lado de Ethan.
Casados.
Legalmente.
Sin vuelta atrás.
—¿Quieres bailar? —me preguntó, de la nada.
—¿Tú? ¿Bailar?
—Puedo intentarlo.
—¿Y si te rompes algo?
—Tú ya rompiste mi tranquilidad, así que qué más da.
Me reí.
Y fuimos a la pista.
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Bailar con Ethan fue raro.
Él no se movía mucho.
Pero su mano en mi espalda fue suficiente.
Firme. Segura.
Y por primera vez, no me sentí tan sola.
—¿Ahora qué sigue? —pregunté.
—Sobrevivir.
—¿Eso es un plan?
—Es un inicio.
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Nos miramos.
Y por un segundo…
Por un pequeño, minúsculo segundo…
Editado: 04.08.2025