Bajo el Muérdago

Capitulo III

Aitana

Las palabras de ese tonto revuelven mi mente, y lo observo intensamente: esos ojos, esa sonrisa. Siento que lo he visto antes, pero algo en él no encaja en mis recuerdos. Me tomo un momento para reflexionar. Él menciono que decoraba su casa, y de repente, como un destello del pasado, recuerdo a ese novio de la infancia, Jim. Tuvimos una relación cuando éramos apenas unos niños de diez años y el doce, pero duró solo un año. Tuve que mudarme debido al trabajo de mis padres.

Mis ojos se abren como platos al darme cuenta de que él es Jimmy. No puede ser, está tan cambiado. Bastante guapo, más de lo que puedo recordar.

—Veo que lo recordaste. ¿Y qué piensas? ¿Cómo me veo? —me dice con una sonrisa.

—Jimmy, eres... eres ese Jimmy. —susurro incrédula. Lo miro boquiabierta. Era tan diferente de cómo es ahora, obviamente sin musculatura ni nada, pero esa sonrisa y esos ojos son los mismos.

—Sí, el mismo. Tu Jim. —me guiña un ojo mientras se acerca.

Mi corazón late más rápido al escucharlo. Agacho la cabeza incredula, aun sin poder creer que es él. Mi Jim, como solía llamarlo cuando jugábamos a ser novios. Ahora me doy cuenta de que, y pensándolo bien, éramos demasiado jóvenes para eso. Pero él era un chico lindo, atento, tierno, siempre cuidándome mientras jugábamos o de otros niños cuando molestaban.

—Ha pasado mucho tiempo. —levanto la cabeza al escucharlo, dándome cuenta de que está muy cerca. Él me sonríe.

—Sí, mucho tiempo, veintidós años. —afirmo, dándome cuenta de que hacía mucho que no lo veía.

—Muchos años y sigues igual de hermosa. —dice mientras coloca un mechón de mi cabello detrás de la oreja.

—Éramos unos niños, creo que exageras. —digo retirando el cabello de mi oreja. El niega con una sonrisa. —Pero ¿Por qué estás aquí después de tanto tiempo? —pregunto, alejándome.

—Eso puedo responderlo después. Pero dime algo, ¿por qué odias tanto la Navidad si antes te desvivías por ella? —me cuestiona con una sonrisa.

Lo miro con desagrado. Hace tiempo que nadie me pregunta por eso, y no me gusta hablar del tema. Mi familia lo sabe, pero no tengo intención de contárselo a él, que ahora es prácticamente un desconocido.

—Creo que deberías retirarte. Estoy muy ocupada. Y, por favor, no vuelvas a hacer esas tonterías de decorar. Las odio. Tampoco te acerques a mí, si es posible, no me hables. Serás mi socio, pero te lo prohíbo, ¿entendido? —digo con enojo.

Él me mira sorprendido por mi reacción y, sin decir una palabra más, se levanta y se va. Suspiro con pesar y limpio una lágrima que ha escapado sin permiso. Tal vez fui demasiado brusca, pero es mejor así. Lo poco que lo conozco se que es muy insistente, además de obsesionado con la Navidad. Lo mejor es mantenerlo lejos.

Finalmente, llega la hora de irme. Aunque apenas son las cuatro de la tarde, pero soy la jefa y puedo salir cuando quiera. Recojo mis cosas, dejo todo en orden y me despido de Daniela. Antes de subir al coche, lo veo llegar al suyo, que curiosamente está a mi lado. Nuestras miradas se cruzan; él me dedica una gran sonrisa, pero no dice nada y se sube a su auto. Suspiro con pesar y me subo al mío.

En todo el trayecto, mi mente seguía dando vueltas al hecho de que él fuera quien era después de tantos años. Desde que nacimos, compartimos cada etapa de nuestras vidas; nuestros padres eran amigos cercanos. Cuando apenas tenía diez años, me pidió que fuera su novia, él con doce. Acepté, y aunque fue efímero, fue un recuerdo hermoso.

Al llegar a casa, la risa de mi hermosa niña ilumina mi día. Al entrar, la veo jugando junto a mi mejor amiga.

—¡Mami! —exclama ella al verme llegar.

Corre hacia mí y se lanza para abrazarme. La recibo con una enorme sonrisa y le doy besos por todo el rostro que la hace reír. Ella es mi fuente de felicidad, lo único que alegra estas tontas navidades difíciles.

—¿Cómo se comportó la niña más hermosa del mundo? —pregunto con una sonrisa.

Abre mucho los ojos, esos ojos azules tan bellos, y me mira con complicidad.

—Siempre me porto bien, mami. Puedes preguntarle a tía Jos, ¿verdad, tía? —dice ella, volteando a ver a mi amiga, a quien ya llamaba tía.

—¡Por supuesto! Esa hermosura siempre se comporta muy bien, no tengo quejas. —responde Joselyn sonriendo.

—¿No será porque le das demasiados dulces y la consientes mucho? —pregunto levantando una ceja, intentando mirarla con seriedad.

—¿Cómo crees que haría algo así? Amiga, nunca. Los dulces están prohibidos para la princesa Aury —responde, guiñándole un ojo a mi niña.

Reí sin poder evitarlo; estas dos me dan alegría en esta época tan dolorosa. Ambas comenzaron a contarme todo lo que hicieron durante el día. Aunque mi niña exagera un poco, me encanta escucharla, observar sus gestos y verla sonreír. Todo en ella me da felicidad.

Después de hablar, merendar, jugar y ver televisión, llegó la noche, la hora de dormir. Jocelyn, que vive conmigo, ya se fue a su habitación. Sin ella, no sé qué sería de mí. La rutina es la misma: me acuesto al lado de mi niña y le narro un cuento.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.