Bajo el Muérdago

Capitulo V

Aitana.

Mis nervios están a flor de piel, ¡no he podido concentrarme en toda la mañana! Después del beso con Jimmy, la situación está fuera de control. Además, según la última información, ¡Jimmy se ha esfumado desde que salió de mi oficina! Solo de pensar que podría estar comprando muérdagos, me entra un ataque de nervios. Me regaño a mí misma: "¡No debí besarle, no debí besarle!", me repito, aunque sé que es inútil. ¡Bueno, sí, lo besé, y lo peor es que me gustó!

«Condenado muérdago, es el único culpable», susurro entre dientes.

Jimmy no debió aparecerse, ha dado un vuelco a mi mundo. Pero ¿por qué tenía que aparecer ahora y convertirse en mi socio? No entiendo nada. Necesito hablar con él y resolver este enigma.

—¿En qué tanto estás pensando, hermana? —la voz de Andrea me saca de mis cavilaciones. Con una sonrisa pícara, se acerca y se sienta frente a mí.

—¿Y quién te dio permiso para irrumpir en mi santuario? —digo, cruzándome de brazos.

—Perdón, pensé que podía visitar a mi hermana, la que siempre está atrapada en su oficina o en su cueva en casa, ¿no sabía que era delito? —dice con seriedad.

—No he dicho eso, pero debiste tocar antes de entrar, es todo —comento, tratando de ocultar mi irritación. Y todo gracias a Jimmy, el muérdago y ese beso.

¿Por qué rayos lo besé? Pero no me puedo quejar y mas cuando ese beso me gusto.

—Me disculpo, la próxima vez tocaré. ¿Te preguntas por qué vine? ¿verdad? —asiento con la cabeza, y ella suspira—. Nuestra madre, y toda la familia, quieren que estés en la cena de Nochebuena, que pases Navidad y Año Nuevo con nosotras. Te extrañamos —me habla con firmeza.

Es la tercera vez hoy que me quedo sin palabras. Está empezando a convertirse en una costumbre. La miro con una expresión de molestia mientras los recuerdos del pasado inundan mi mente, cada uno más hermoso que el anterior.

—¿Cómo pueden pedirme algo así? ¿No entienden que no puedo? —siento un nudo en la garganta y ganas de llorar al hablar.

—Por favor, hermana, acepta. Queremos que ambas estén. Somos una familia. Hace años que no pasamos las fiestas juntas —me ruega, y puedo ver el dolor en sus ojos.

Niego ante su petición. No puedo.

—Andrea, sabes lo difícil que es. Sabes que ya no celebro las navidades. Perdí a mi esposo y a mi padre. Todo por mi culpa —hablo entre lágrimas.

—Padre, que también fue el mío. ¿Crees que no me duele? ¿Crees que a nuestra madre no le afecta o a nuestra hermana? Duele y mucho, pero creo que ellos hubieran querido que siguiéramos adelante. Además, no eres culpable de nada. Tienes que sacarte esa idea de la cabeza, hermana. Han pasado seis años.

Ellos nunca entenderán, y aunque pasen otros seis años, no podré olvidarlo.

—Lo lamento, pero no puedo. Dile a la familia que no esperen por mí —digo, secándome las lágrimas—. Por favor, retírate. Necesito estar sola.

—Está bien, pero si cambias de opinión, te estaremos esperando. Sabes que te amamos —se levanta, se acerca y me da un beso en la frente.

Cuando se va, no puedo resistirme y me derrumbo en llanto. No puedo evitar sentirme culpable; Mi capricho los llevó a su muerte. Los golpes en la puerta me devuelven a la realidad. Levanto la cabeza y veo a Jimmy parado allí con una sonrisa, pero su sonrisa se desvanece al verme.

—Hermosa, ¿qué te pasa? ¿Por qué lloras? —deja en el suelo unas bolsas, se acerca arrodillándose frente a mí, toma mi rostro y me mira con ternura. Veo que saca un pañuelo y me seca las lágrimas, mirándome con preocupación.

Sin poder evitarlo, lo abrazo, y ese abrazo me reconforta. Pasamos un rato abrazados; él no dice nada, no me interroga, y eso me gusta. En este momento, no necesito preguntas, prefiero esto.

—Ya no llores, hermosa. Mira, traje los muérdagos que prometí, y son muchos. Creo que tendré muchos besos. Este edificio es enorme. Y mira que me costó, casi me muero congelado, allá fuera todo esta frio y cae mucha nieve. —dice en un intento de animarme, y lo logra.  

Me alejo de él y lo miro. Él me sonríe, volviendo a limpiarme las lágrimas.

—Eres un tonto. No vas a poner esos muérdagos en mi empresa. Te lo prohíbo —hablo, tratando de sonar molesta, pero la verdad es que en este momento eso es lo que menos siento. De hecho, creo que me divierte, pero no se lo diré.

—Si puedo. Recuerda que soy socio, además, fuiste tú la que tuvo la idea —dice con una sonrisa coqueta.

—No mientas, nunca dije eso —digo cruzándome de brazos y tratando de contener la risa.

—No miento. Recuerda que me besaste y dijiste que el muérdago era el culpable —su sonrisa se agranda más.

Ruedo los ojos y, sin poder evitarlo, me rio. Él se ríe conmigo. No puedo creerlo; ha logrado calmarme sin hacer mucho. Ambos nos miramos fijamente, estamos tan cerca que en cualquier momento podríamos besarnos. Como si tuviéramos un imán, nuestros rostros se acercan. Nuestros labios están a centímetros de tocarse, pero las voces evitan que nos besemos.




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