Despierto por un destello de luz que se refleja justo en mis ojos, miro el reloj colgado de la pared y marcaba las diez de la mañana.
¡Joder!
Es tardísimo, no suelo dormir hasta tarde pero me imagino que tengo razones para haberlo hecho, después de todo lo que pasó ayer, o mejor digo después de todo lo que paso hace algunas horas.
Tocan la puerta paralizando mis sentidos y hasta que no escuché ese “Toc… Toc” de nuevo no reaccione. —¡Pase! —manifiesto colocándome la bata de dormir y caminando rápido hacia la puerta, ansiosa estaba por verlo.
— Jefa Renata, el señor A la espera en la camioneta.—expresó unos de sus mafiosos muy respetuosamente y mis ánimos bajaron un poco, creí que vendría a saludar pero no fue así.
Baje mi mirada.
Desconsolada estaba, quería verlo ¿Por qué? No tengo ni puta idea, o si la tenia pero no quería aceptarla en ese momento.
—¡En un momento bajo!—le indique y el hombre se fue.
Cerré la puerta. Y fui directo al closet que poseía la habitación donde dormía, no había muchas cosas solo estaban unos tres vestidos y unas sandalias bajas... —Tendré que usar este vestido perla holgado, junto a las únicas sandalias que hay, porque ni loca usare esos zapatos deportivos que traje—hablaba conmigo misma. —quiero verme hermosa para él—suspiré.
Mierda.
¿Qué fue eso? ¿Un suspiro de amor? Joder, ¿Realmente me estaré enamorando del señor A? Millones de preguntas sin respuestas vinieron a mí enseguida.
Termine de vestir con la mente confundida, me coloque brillo suave en mis labios y un poco de rímel... Soy una persona simple, no me gusta llenar mi cara de tanto maquillaje, de hecho nunca antes me había maquillado por alguien. Suspiré. Me miré en el espejo retocando un poco mi cabello lacio y salí al estar perfectamente lista.
En los pasillos no había nadie, la mansión parecía solitaria pero de pronto ¡Boom! Sale gente hasta de todos lados, como ayer, cuando Andrés asesinó a ese sujeto... En todo el tiempo que estuve en la mansión solo había visto a dos personas, a Hellen y al señor A, pero luego cuando cayó la noche apareció un ejército de hombres...
Dios.
En fin, ya iba por las escaleras... Salí a la entrada y efectivamente allí estaba él subido en el haciendo trasero con la ventana baja, esperándome con ese rostro sin expresiones que lo caracteriza, con esa mirada seductora que siente que te debiste en sus manos en un abrir y cerrar de ojos. No lo quiero confesar pero tendré que hacerlo, me estaba derritiendo por él, solo espero que no se dé cuenta tan rápido.
Bajo de la camioneta oscura al verme—¡Estás hermosa!—Dijo abriéndome la puerta.
Sonreí.
—¡Gracias! —respondí siempre manteniendo la sonrisa, creo que me está empezando a gustar de verdad.
~*~
Entró pensativa en la camioneta, miró por la ventana en todo el camino... No sé a dónde me lleva pero tampoco me interesa preguntar, mi cabeza está que enloquecía por una pregunta que vino atormentarme en este momento, ¿Sera que estoy haciendo bien?
Me lo pregunto por qué, Andrés, es un criminal. El criminal más buscado de país, hace algunas horas lo vi asesinar a una persona ¿No se supone que cosas así debería de denunciar a la policía? ¿Qué si yo también voy a la cárcel? Mis padres me odiaran.
Señor A.
Tengo rato observándola y su mirada parece ida ¿Qué estará pensando?, desde que nos subimos a la camioneta ve por la ventana ¿Será que está asustada? Nunca le dije a dónde la llevaría.
Estaba a mi lado y su mano izquierda estaban cerca de la mía y sin pensarlo la tome. —¡Vamos para Manhattan a comprarte algo de ropa! —dije usando mi dulce tono de voz. Ella volteó sorprendida hacia mí al instante, quizás no debí tocarle la mano. —¡Ay dios! —Ella suspiró—No es necesario, puedo buscar mi ropa en el departamento.—Expresó apenada lo note enseguida en su mirada baja.
—Mírame.—le pedí subiendo su mentón.—Ahora vives en la mansión conmigo y aunque no seas mi mujer, haré todo lo posible para que tengas todo.—sonreí—Gastaría mi fortuna tan solo para verte luciendo divinamente fabulosa como una Reina. —le comenté totalmente sincero.
Ella me seguí sonriendo.
—¿Por qué gastarías un fortuna en mí, en una desconocida? —preguntó impresionada.
—¿Desconocida? ¿Realmente sientes que somos unos desconocidos? —arquee una ceja mientras fijamente la mire.
Ella tragó saliva. Nerviosa estaba, eso se notaba cada vez que parpadeaba.
—No.
Renata.
Exprese ese “No” Seca y fría, había dado justo en el clavo con esa pregunta y de ahí es la razón de por qué confío en él, de por qué no me he ido de su lado y de por qué me estoy enamorando de él. Joder. Esa pregunta me dejó atónita pero aclaro todas mis inquietudes...
Volví a voltear hacia la ventana, ya no deseaba hablar más con el señor A.
Tiempo después había llegado a un elegante lugar, nos atendieron dos chicas y una de ellas parecía enamorada del señor A pues enseguida me ignoró fijando su mirada hacia él.
El señor A colocó su mano detrás de mi cintura.—¡Ellas serán tus ayudantes. Pídeles lo que quieras, hoy la tienda es completamente tuya!—me expresó sin nunca quitar su mirada de mí y me encantó pues enseguida esa Rubia de piernas largas captó quién era posiblemente yo.
El señor A se fue a sentar por el probador de ropa, hacia mí se acercó la otra chica morena de cabello esponjoso, ella era la más simpática entre las dos debo admitir.
—¡Bueno! ¿Dinos, qué te gusta? ¿Algo sexy o no tan sexy? —dijo emocionada. La otra me miraba con envidia pero la ignore.
—Algo no tan sexy definitivamente.—exprese dulce e inocentemente.
—Te aconsejo ir a la tienda del frente entonces, hay venden ropa para señoras mayores.—me comentó enseguida odiosamente la rubia de piernas largas. Reí sutilmente. —¡Voy a probarme aquel vestido rojo de allá! —le indique amorosamente a la morena ardiente quién enseguida se marchó a buscar el vestido, luego camine hacia la rubia y cuando estuve justo en su hombro donde queda su oído me detuve. —Y yo... Te aconsejo tratar de omitir sus sarcásticos comentarios conmigo. Verás ese hombre súper sexy de allá—señale a los probadores con un tono malditamente frío y seco— Está dispuesto hacer cualquier cosa por mí, incluso asesinar a las personas que no son de mi agrado. —la rubia temblaba—Querida, pórtate bien conmigo y tú mamá no te llorará en una tumba.—Le dije malditamente malvada haciéndola llorar.