El día siguiente no aguantaba el dolor de cabeza, baje a desayunar y gracias a Dios mi madre me había preparado algo para el malestar. Una sopa.
La ingresó a mi estómago escuchando sus regaños, ella odia que beba alcohol, dice que es malo y tiene totalmente la razón.
Minutos después iba a subir a descansar pero escuché esa voz familiar. “Debe jalar y luego prender el motor señor Masson” ¡Lucas!
Corrí al jardín y era mi ex prometido Lucas. Ayudaba arreglar la camioneta que usé anoche.
Me acerqué silenciosamente a donde ellos.
—Anoche cuando la use funcionaba muy bien. —exprese haciendo que Lucas golpeara su cabeza con el capo de la camioneta. Mi padre río desde el volante.
—Entonces es cierto, llegaste. —Dijo Lucas. Sus mejillas estaban coloradas.
Sonreí.
—Llegué ayer por la mañana. —Dije tímida. Él no paraba de mirarme tiernamente, debí corresponderle la mirada pero no pude. Mirarlo así es darle esperanza y lamentablemente mi corazón le pertenece a alguien más.
—¡Qué bueno! ¡Me alegro mucho por tus papás, ellos te extrañaron mucho! —Dijo indiferente. Comprendió que ya esa mirada de amor hacia él en mí no estaba más.
Lucas siguió acomodando la camioneta ignorando mi existencia y decidí irme a mi habitación.
Tiempo después me había adaptado a mi antigua rutina, me había adaptado a la gente de mí alrededor... No hacía más que levantarme temprano para ir por los huevos frescos de las gallinas para comer en familia y luego ayudar a mi hermano con los demás trabajos de la granja. Todas las tardes salía a pasear por el pueblo con mi mejor amiga Celeste y al caer la noche por completo íbamos al boliche donde casualmente trabaja Lucas el cual tiempo después nos fuimos acercando más y más. Lucas estaba despertando algo en mí, no tengo idea qué era pero no me desagrada para nada. Me gustaba que él me hiciera reír, me gustaba sus atenciones hacia mí y sobre todo me gustaba que mis padres les agradara Lucas.
Suspire.
Fueron pasando los días. Semanas. E incluso meses y nunca recibí una señal del señor A, mi mente por fin entendió que de verdad no significaba nada para él, solo mi mente porque mi corazón aún se derretía por esa voz. Por ese cuerpo esculpido por los Dioses.
Señor A.
Dos meses antes.
Conseguí llegar a tiempo antes que el barco prendiera sus motores, mate a todas a bordo menos al conductor que amenace con asesinarlo si no trabajaba para mí. Conseguí apropiarme del cargamento de coca de Sebastián y para hacerle llegar la noticia le mandé las cabezas de todos sus empleados que estaban a bordo del barco.
Estaba en el puerto viendo como el barco marchaba rumbo a Italia, tenía un pedido atrasado y necesitaba resolverlo de inmediato. No me gusta quedar mal con los italianos.
—Ves, que cuando haces las cosas con la mente centrada en un solo objetivo te salen bien todo.—comentó Hellen poniéndose a mí lado.
Mis manos estaban flexionadas en el pecho y las lleve a mis bolsillos.
—No trates de insinuar que sin ella me va mejor. —Dije frío y cortante.
—Solo digo, que debes pensar muy bien cuáles son tus prioridades.
—Mi prioridad es Renata. Siempre lo será. —Dije dándome la vuelta. Ella expresó algo y me detuvo.
—Ella está bien donde está. Me informaron que está feliz. Te lo digo por si piensas buscarla, te recuerdo que aún faltan cuerdas por amarrar. Nueva York no es un lugar seguro para ella. —Dijo Hellen. La escuché, más no le respondí, aunque la comprendí perfectamente.
Moría de ganas de ir a verla pero entiendo que Nueva York no es un lugar seguro para ella.
Al menos en este momento Renata no puede regresar.
Solo espero que de verdad este feliz.
~*~
Actualidad...
—¿Creíste que jamás iba a dar contigo? —Dije escupiendo su asquerosa cara. Sebastián estaba atado en una cruz de madera en mi sótano de torturas.
—Solo fue suerte. Te juro que si salgo de aquí vivo te mato imbécil. —susurro débil por los fuertes golpes que le había proporcionado. Reí.
—La suerte no tuvo nada que ver. Tú mano derecha te vendió por una isla en Montecarlo. —le confesé frío y seco. Amaba verlo atado y sufriendo, deseaba acabar con su vida pero un disparo no le causaría dolor.
Él se encontraba sorprendido por lo que dije.
—Te juro... —decía pero lo callé con un golpe en su mandíbula, ya estaba harto de escucharlo. Quedó inconsciente.
—¡No te mato ahora mismo porque mereces sufrir por lo que le hiciste a tu hermana! —susurré con todo el odio que podía sentir y luego me fui.
Llegué a mi habitación y me duché. Me coloque una camisa negra, zapatos negros y un pantalón negro, lucia como Batman pero así salí a encontrarme con Hellen.
—¿Otra vez de negro? —arqueó una ceja disgustada por mi atuendo. —¿A quién le guardas tanto luto? —preguntó cansada de verme vestido todo el tiempo de negro. Desde que ella ya no está a mi lado el negro se ha vuelto mi color favorito, color me transmite fuerza para seguir a delante. Me transmite paz.
—¡Que te importa! —le contesté a Hellen malditamente serio y déspota. Hellen gruño sin decirme nada y nos subimos a la camioneta.
Íbamos rumbo a nuestro último cargamento del año, esta vez entraríamos al mercado de los países bajos. Había realizado una gala para asociarme con el gobernador hace meses atrás pero desafortunadamente él decidió hablar de más y el trato no se concretó, sin embargo Hellen como siempre movió sus influencias y pudo conseguir el sello y los permisos fronterizos de importación.
Esta embarcación de heroína me hará inmensamente rico. Más de lo que soy actualmente.
En este momento tengo casi todo lo que puedo desear, sí, casi todo. Solo me falta ella para estar completo.
Han pasado dos meses y aún así con tanto trabajo y tanto tiempo lejos de Renata no la he podido sacar de mi cabeza.