Cada rosa florece a su debido tiempo, en especial las rosas de Lars.
De color rojo intenso, prominentes tallos y afiladas espinas; cada rosa es deseada a su manera. Algunas por su belleza, otras por su resistencia y tantas otras por su rareza.
Su origen es incierto. Algunos afirman que nacieron tras el caos que dejó la conquista; otros cuentan que surgieron de la tierra poco después del peor invierno que ha existido. Pero todos concuerdan en algo: Es imposible cultivarlas en algún otro lado que no sea el Santuario; y es aún más imposible, arrancarles el secreto a las hermanas que la custodian.
El Internado de La Santa Orden de La Rosa ha dedicado toda su vida al cultivo de las rosas de Lars. Durante años ha educado a sus alumnas bajo la promesa de recibir una rosa al graduarse.
En el monte Pembe, los rosales crecen bajo el cuidado de las jóvenes doncellas. Para ellas, recibir una rosa significa que han madurado, que están listas para lo que la vida les depara y, sobre todo, que son libres. Pero también significa que son bellas, que son valiosas, que son deseadas. Para protegerlas del peligro exterior, se les entrega la rosa con espinas. Porque igual que ellas, sus pétalos son valiosos, su vida es preciosa y las espinas les recuerdan que deben preservarla.
Cada generación de jóvenes es especial a su manera; sin embargo, La Generación de Las Rosas de Lars marcó la diferencia. Esta es la historia de una de esas rosas, la que floreció antes de tiempo.
Aquella que desafió su destino.
La rosa azul.
Editado: 20.10.2024