Luca
Roma no perdona los zapatos nuevos.
Lo sé porque cada verano veo a turistas tropezar en las mismas calles empedradas, como si la ciudad los pusiera a prueba. Pero ese día fue distinto. Porque fue Harper la que cayó.
Estaba caminando delante de mí —sin saber que yo la seguía, por supuesto—. No con intención. Simplemente… me crucé con ella de nuevo. Supuse que seguiría ignorándome. Pero justo cuando iba a girar una esquina, su sandalia se atoró entre dos piedras. Se tambaleó, soltó un leve grito y… fue al suelo.
—¡Mierda! —murmuró, tratando de incorporarse.
Me acerqué antes de pensarlo.
—¿Estás bien?
Ella me miró desde el suelo con ojos como cuchillas.
—¿Me sigues?
—Te tropezaste en mi ciudad. Tengo derecho a intervenir.
—¿Eres el alcalde?
—No. Pero soy más útil que él.
Le tendí la mano. Dudó. Y luego, con un suspiro exasperado, la tomó.
Su mano era pequeña, fría, pero firme. La ayudé a levantarse y noté que su rodilla estaba raspada. Sangre leve. Nada grave, pero lo suficiente para que frunciera el ceño de dolor.
—Podrías advertirle a la ciudad que deje de atacar a las extranjeras —dijo, limpiándose con un pañuelo que sacó de su bolso.
—O tú podrías aprender a caminar —repliqué, sonriendo.
Ella se giró para mirarme con una expresión que no supe descifrar al instante. Ni rabia, ni burla. Era algo más… vulnerable.
—No estoy acostumbrada a las piedras —admitió.
—Roma no se hizo para andar recto. Hay que aprender a desviarse.
Ella se rió. Sincera. Sorprendida. Fue la primera vez que la vi sonreír así. Y, por un segundo, me olvidé de ser sarcástico.
—¿Tú eres así con todo el mundo? —preguntó, ya de pie, mientras acomodaba su sombrero.
—¿Así cómo?
—Mitad encantador, mitad insoportable.
—Eso depende. ¿Tú eres siempre tan mandona?
Ella levantó una ceja.
—Tal vez sí.
Nos miramos. Por un momento no había ruido. Ni turistas. Ni ciudad. Sólo ella y yo, de pie en medio de una calle antigua, con el sol colándose entre las persianas de los balcones.
Y luego, como si ambos recordáramos que esto no era una película, ella se dio la vuelta y siguió su camino.
Yo me quedé allí unos segundos más. Viéndola alejarse.
No por la caída.
Sino porque esa sonrisa que me regaló…
No quería que fuera la última.