Bajo el sol de Italia

Capítulo 6: Cinco pueblos, una tensión

Luca

Cinque Terre siempre me había parecido un cliché. El tipo de postal que la gente imprimía para colgar en oficinas grises y soñar con una vida que nunca tendrían. Pero ese día, el sol era suave, el cielo azul pastel, y el mar tenía ese brillo líquido que parecía inventado.

Alessandro me convenció de unirme a uno de sus tours “porque sobró un lugar”. Mentira. Me conocía. Sabía que no podía decirle que no cuando usaba ese tono de hermano mayor manipulador.

—No será gran cosa —dijo mientras subíamos al minibús—. Una chica linda, su amiga y algunos alemanes aburridos.

—¿Y cuál es la tuya? —pregunté.

—Emma. Es americana, divertida, y me hace reír.

Me reí por dentro. Alessandro enamorado siempre era un espectáculo.

—¿Y la amiga?

—Harper.

Sentí cómo el nombre me golpeaba en el pecho como un flash.

—¿Harper… rubia, con cara de que el mundo le debe una disculpa?

Alessandro alzó una ceja.

—¿Ya la conoces?

—Digamos que nuestros caminos se han cruzado. Más de una vez.

En cuanto llegamos al primer pueblo, Vernazza, vi a Emma bajar con su vestido floreado y a Harper detrás, con un sombrero que le cubría media cara. Pero incluso a la sombra, sus ojos verde oliva eran imposibles de ignorar.

—Qué sorpresa verte aquí —dije al acercarme.

—¿Qué tan pequeña es Italia, exactamente? —respondió sin sonreír.

—Depende de cuánto sarcasmo lleves encima.

Emma rodó los ojos.

—¿Pueden al menos fingir que se toleran?

—Yo estoy fingiendo —dije, guiñando un ojo.

Harper resopló y siguió caminando.

Durante el resto del día, no hubo tregua. Caminábamos por los callejones estrechos, subíamos escaleras de piedra, y cada vez que Harper y yo quedábamos cerca, había alguna frase afilada, una burla disfrazada de observación.

—¿Siempre llevas una libreta como si fueras a ilustrar el mundo? —le pregunté mientras subíamos una colina en Manarola.

—¿Siempre llevas una cámara como si fueras a descubrir algo que nadie ha visto antes?

Touche.

Pero había algo distinto en ella hoy. Tal vez el mar. Tal vez el viento. Tal vez esa forma en la que se reía con Emma, como si por fin bajara la guardia.

Alessandro y Emma ya caminaban de la mano, y yo me quedé atrás, junto a Harper, sin planearlo. O quizás sí.

—¿Por qué viniste al tour? —le pregunté mientras mirábamos el mar desde una terraza alta.

—Porque dije que sí a algo por primera vez en meses —respondió, sin mirarme.

Asentí. En silencio.

Y por primera vez, no quise decir nada sarcástico.
Porque por primera vez… me gustó su respuesta.




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