Luca
La calle era estrecha y vacía, iluminada por faroles que apenas comenzaban a encenderse con la llegada del atardecer. Harper estaba sentada sola en una escalinata, observando una bandada de gaviotas que giraban sobre los techos de Vernazza. Tenía una expresión entre melancólica y tranquila. El tipo de rostro que no ves todos los días. Ni siquiera en Roma.
Y sin pensar, disparé.
La cámara colgaba de mi cuello como siempre, pero en ese momento no era una herramienta, era un reflejo.
Click.
Ella giró la cabeza bruscamente. Se levantó.
—¿Qué hiciste?
—Fue un impulso.
—¿Me tomaste una foto sin permiso?
—No fue a ti. Fue al momento. A la luz. A la atmósfera.
—¿Y yo, qué? ¿Un adorno?
Me acerqué, sin dejar de mirarla.
—Fue hermosa. No podía no capturarla.
—¿Y eso te da derecho?
Saqué la cámara y le mostré la imagen.
Harper aparecía enmarcada por las luces cálidas, con la libreta sobre sus rodillas y la mirada perdida en el cielo. Parecía… suspendida en el tiempo.
Ella se quedó quieta.
—No me gusta que me vean así —susurró.
—¿Así cómo?
—Como si no supiera que estoy siendo observada.
Quise decirle que justamente por eso era una imagen honesta. Que cuando la gente posa, se esconde. Pero no dije nada.
—Puedes borrarla —murmuró, con la voz más baja.
No lo hice. Solo apagué la cámara y colgué la correa de nuevo en mi cuello.
—¿Siempre controlas todo? —le pregunté.
—Sí. Porque si no lo hago, las cosas se desmoronan.
—Tal vez dejar que algo se desmorone no sea tan terrible.
Nos quedamos en silencio. No era hostilidad. Era algo más denso, más íntimo.
Ella bajó la mirada. Sus dedos jugaban con los bordes de la libreta.
—No quiero que me veas así —dijo.
—Pero ya lo hice.
No se fue. Ni me pidió que me alejara.
Y aunque me dolía que odiara la foto, sabía que algo había cambiado.
Porque en sus ojos no había rabia.
Había miedo.
Y tal vez… un poco de confianza.