En un ambiente donde una presentación mía no era la gran cosa y no decía nada sobre mí, pero que pensaba que al menos surgiría algo de interés en sus espectadores. De cómo fui algo que realmente no era, de cómo cambié a mis verdaderos amigos por unos falsos y de cómo en una noche todo lo que creí se esfumó frente a mis narices a causa de conocer el mismísimo infierno disfrazado de paraíso llamado Amethyst habitado por seres que nunca imaginé que existirían.
Todo empezó una cálida mañana cuando mi mamá tocó a la puerta de mi habitación para ver si ya estaba listo para ir a la escuela. Yo aún seguía dormido y gracias a ella me desperté, reparando en que ya era tarde, tardísimo diría yo. Me paré de la cama de un brinco y rápidamente me vestí, tomé mi mochila, y entré al baño de mi cuarto a peinarme y cepillarme los dientes.
Fui hacia la cocina a tomar mi lunch y cuando estaba a punto de salir mi mamá me detuvo.
—Acaso no se te olvida algo—dijo trayendo en una de sus manos mis lentes.
— ¡Ay, cierto! —caminé hacia ella, agarré los lentes y corrí a tomar el autobús que me llevaba a la escuela. Por suerte aún no era tan tarde, alcancé a llegar.
En el camino me encontré con Uriel y Alfonso, mis mejores amigos, que iban igual de apurados que yo.
—Hola Carlos—dijo Uriel saludando con su mano.
—Hola chicos. Con prisa, ¿Verdad?
—No tanto. Todavía tenemos unos minutos de sobra—dijo Alfonso viendo su reloj.
—Como siempre Al contando el tiempo—continuó Uriel con una sonrisa.
Pasadas las horas de clases y ya en la hora de la salida nos sentamos en una banca a conversar un rato. Mientras platicábamos pasó frente a nosotros una chica con un desaliñado pelo, unos lentes de fondo de botella, una mochila medio abierta y un montón de libros en sus manos.
— ¿Quién es ella? —les pregunté.
—Ella es Yazmin. No habla mucho y tiene pocos amigos. Algunos en su grupo la molestan quien sabe por qué—dijo Alfonso.
—Ah.
Yazmin caminaba con lentitud debido al peso de los libros y su mochila. Un grupo de chicos pasó a lado de ella y uno con su mano se los tiró al suelo. Yazmin se agachó a recogerlos.
—Nos vemos cuatro ojos—dijo el tipo con burla mientras los demás se reían. Siguieron su camino.
—Son unos... —dije.
—No digas nada. Así la tratan—dijo Uriel.
Sin pensarlo dos veces me puse de pie y también me agaché para ayudarle con sus libros.
—No te molestes. Puedo hacerlo yo sola—me dijo deprimida.
—No es ninguna molestia. Solo quiero ayudarte—le contesté.
—Gracias.
Puse los libros en una torre y los cargué por ella. Yazmin extendió las manos para para que yo se los diera pero me negué. Se notaba en su cara lo exhausta que estaba.
—Ya te lo dije, quiero ayudar—le guiñé un ojo.
—Pero no te conozco.
—Ah, sí, perdón por no presentarme. Soy Carlos, mucho gusto.
—Y-Yo s-soy Yazmin—tartamudeaba con la vista baja.
—Oigan chicos creo que esta vez no me voy a ir con ustedes, hasta la próxima.
— ¿Q-qué?
—Que te voy a acompañar a tu casa. Yo cargaré tus libros, ¿Sí?
—Gra...gracias... —agradeció con algo de alivio.
Avanzamos hacia la salida y mientras caminábamos intenté hacerle la plática pero fue difícil, ella era muy tímida.
—Dime por qué esos tipos te trataron así.
—Porque...no...sé...
—Por favor, dime. Soy una persona de confianza y tal vez pueda ayudarte—dije sacando mis lentes de mi mochila y poniéndomelos.
—Es...que...lo hacen por mi forma de ser y de vestir. Para ellos soy una llorona e inútil chica.
— ¿No se lo has dicho a alguien?
—No...sí lo hago...ellos me seguirán molestando...y yo no quiero eso.
No dije nada más. Nos aproximamos hasta una calle donde había un grupo de chicos platicando y molestando a un niño.
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Editado: 10.06.2019