Bajo la Luna I

II: En Casa.

Exhausto y lleno de golpes, caminé hacia mi casa teniendo la esperanza de que mi mamá no estuviera. Anteriormente recogí las cosas de mi mochila y me la colgué. Toqué el timbre y me abrió la puerta Víctor, mi hermano menor.

— ¡Qué cara! ¿Qué te pasó?

—Déjame entrar y te digo.

Estando ya adentro dejé mi mochila en un rincón donde no estorbara y me senté en uno de los sillones de la sala.

— ¿Está mamá en casa? —le pregunté.

—No. Todavía no llega del trabajo. ¿Me vas a decir? —tomó asiento.

—Lo que pasó fue que en la escuela quise acompañar a una chica a su casa ya que traía muchos libros cargando además de que unos tipos se los tiraron.

—No me digas. Así que tú muy bueno le ayudaste, pero cómo terminaste en ese estado.

—Me los encontré cuando iba de regreso. Buscaron pleito y pues aquí me ves con la cara moreteada.

—Creo que ya sé de qué tipos me estás hablando. Son Bruno y compañía, ¿Verdad?

—Sí. ¿Cómo lo sabes?

—A dónde voy a platicar con mis amigos ahí los veo, molestando a cualquiera que se cruce en su camino. Solo son unos busca pleitos.

Me encogí de hombros.

—Creo que deberías limpiarte antes de que mamá te vea así.

—Cierto. Además de que esos malditos me rompieron los lentes—los saqué de mi bolsillo.

—Mamá te va a regañar.

—Lo sé.

Corrí hacia el baño, pero antes de que pudiera encerrarme dentro de este ocurrió lo que más temía. Me detuve y vi que era la personita con quien menos quería encontrarme: mi mamá. Traía cargando en sus manos bolsas del mandado y venía con un semblante serio.

—Hola niños. Ya llegué, qué tal estuvo su...día...—lo último lo dijo entrecortado cuando me vio. Su expresión cambió a una de preocupación. Tiró las bolsas al suelo y corrió hacia mí—. ¡Carlos, qué te pasó!

—Mamá puedo explicarlo—dije.

—Pues explícame de inmediato—ordenó.

—Es que quise ayudar a una chica, pero unos bravucones me golpearon y...

— ¡Qué te he dicho de no meterte en problemas!

—Es que yo…—bajé la vista. Puso su mano en mi rostro y lo movió de un lado a otro para examinar las heridas. Víctor se asomó por el marco de la sala.

—Ahora tendremos que ir con Antonio para revisar si no te hicieron algo peor—se enderezó y me dio la espalda—. Vamos al auto, los dos.

Víctor sorprendido por su tono de voz salió derechito al auto de mamá que estaba afuera estacionado.

—Estoy...bien, mamá. No tienes por qué preocuparte—me defendí.

—Silencio Carlos. Al auto, ¡Ahora! —señaló la salida.

—Sí, mamá—dije vencido. Avancé hacia el auto, abrí la puerta del copiloto, me senté y la cerré. Víctor hizo lo mismo. Mi mamá se subió y antes de encender el carro me preguntó:

— ¿Y los lentes?

—Me los rompieron—dije apenado.

— ¡Genial! —exclamó con un portazo.

Colocó la llave y la giró para accionarlo. Aceleró y durante todo el camino no me dirigió la palabra. Víctor comentó:

— ¿Y por qué tengo que ir?

—Porque no te dejaré solo.

—Ok—se quedó callado.

Miré como todo avanzaba y se alejaba de nosotros. Iba a ser un camino largo con mamá enojada.




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