Bajo la Luna I

III: Una Presencia.

La razón de que mi mamá se enojara "tanto" por una pelea era porque se preocupaba mucho por nosotros. Desde que se separó de mi papá se presionaba mucho y siempre nos tenía muy bien vigilados además de que luego le llegaban quejas de Víctor pues a veces se peleaba en la escuela o al parque al que iba.

Llegamos al consultorio. Víctor se quedó en el auto. Mamá tocó la puerta de madera con una placa de metal en el centro. Tenía el nombre grabado del doctor en medio. Se abrió y de este emergió un hombre ataviado con una bata blanca y un estetoscopio colgándole del cuello.

—Hola Clara—dijo extendiendo su mano para saludarla.

—Sí, hola, qué tal—dijo más calmada.

— ¿A qué se debe tu visita?

—Carlos al frente.

Di unos pasos quedando entre ellos dos.

—Vaya, ¿Qué te pasó? —me preguntó.

—Pues unos tipos me golpearon y eso.

—Buena golpiza que te pusieron—dijo bromeando.

— ¿Puedes revisarlo? —preguntó mi mamá.

—Por supuesto. Todo por una vieja amiga—guiñó un ojo—. Bueno, sígueme Carlos.

Y eso fue lo que hice. Pasada una media hora, salí de su consultorio en vendado. Antonio puso su mano en mi hombro y muy alegremente me dijo:

—Eso fue todo. Ten cuidado para la próxima, ¿Sí? —asentí.

— ¿Cuánto te debo? —mi mamá sacó la cartera de su bolso.

—Nada. Así está bien.

— ¿Enserio?

— Sí.

—Gracias.

Antonio sonrió y regresó a la comodidad de su consultorio, cerrando la puerta tras suyo. Mientras mi mamá se perdía en sus pensamientos tuve la sensación de que alguien me estaba espiando, acechándome detenidamente. Miré hacia todos lados pero, en la sala de espera, tan solo había una viejita esperando su turno. Suspiré. De seguro solo fue mi imaginación.

Mi mamá avanzó hacia la salida y yo la seguí. No subimos al auto y regresamos a casa. Ya era de noche y empecé a dormirme en el asiento del copiloto pero algo que vi por la ventana me sobresaltó. Observé bien. No había algo fuera de lo inusual.

Estando ya en casa, Víctor bajó primero y al entrar subió a su cuarto refunfuñando. Iba a hacer lo mismo hasta que mi mamá me habló. Me pidió que tomara asiento y que pusiera atención.

—Carlos, no quiero que busques problemas. Mira cómo te dejaron. También cuando vayas por la calle cuídate. Lo siento por mi enojo de hace un rato. Sabes que se lo busco lo mejor para ti y tu hermano.

—No te preocupes, eso ya pasó y no volverá a suceder—dijo para reconfortarla.

—Bien. Ya puedes irte—asentí.

Subí las escaleras que daban al segundo piso y entré al primer cuarto del pasillo. Cerré la puerta y me tiré en la cama. No me gustó como trataron a Yazmin y la razón de que me golpearan fuera el hecho de acompañarla a su hogar. Aunque también agregaron otras cosas ofensivas eso era lo de menos.

Exhalé. Me senté en la cama y volteé a ver la ventana. La luz de la luna entraba por allí iluminando un poco la habitación. Me puse de pie y me asomé por esta, se podía decir que era una bonita noche ya que hoy había luna llena y las estrellas le hacían compañía. Por lo menos esta escena me quitó el mal sabor de la golpiza.

Algo que brincaba de techo en techo captó mi atención. Analicé fijamente, creí que era la misma cosa que vi en la carretera. Eso se detuvo en un techo de una casa cercana a la mía y volteó a verme. Un "perro" con la fisionomía de una persona me fulminaba con sus brillantes ojos rojos. La furia lo consumía por dentro.

Me alarmé así que no hice ningún movimiento para que no me atacara. El "perro-hombre" soltó un aullido y se aventó en dirección a mi ventana. Cerré la cortina y pegué la espalda a la pared. Esperé unos minutos, segundos, deseé que se fuera, que el vidrio no se rompiera y él entrara.

Abrí tantito la cortina. Ya no estaba, se había esfumado. ¿Qué había sido? ¿Acaso era otro invento mío? Quién sabe. Entonces la puerta se abrió, iluminándome con la luz del pasillo. Giré espantado.

— ¿Por qué esa cara? —preguntó confundido Víctor—. Parece que hubieras visto un fantasma.




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