Bajo la luz de Elythen

Capítulo 7

Estaba en el templo, rodeada de runas que no entendía y siete tótems alrededor del altar en el que me encontraba. Miraba a mi alrededor, sola. Pero, acto seguido, aparecieron rostros que pude reconocer: las criaturas de ojos de colores intensos que aparecían en mis sueños. Borrosos, como siempre, me miraban fijamente. Los conté. Eran siete.

Y entonces, comencé a comprender algo…

Un fuerte golpe me hizo sentarme rápidamente en mi cama de plumas.

De nuevo Lorias, porreteando en la puerta…

Bostecé y decidí abrirle con desgana.

—¿Aún dormías? ¡Es el día más importante desde lo sucedido, Nyra, y tú dormías! —Su voz alterada ya me tenía agotada. Siempre era algo. Cada mañana despertaba con una energía desbordante, y me tocaba aguantar ese despegue.

Pero esta vez tenía razón, como últimamente, ciertamente.

—Buenos días a ti también, Lorias —alcancé a decir.

—¡Venga, vamos! En breve Elgara anunciará la misión y debatiremos cómo lo haremos con los líderes. —Para lo preocupado que estaba ayer, hoy se mostraba sorprendentemente animado. Intuí que tenía la esperanza de que no fuera yo quien tuviera que ir. Pero iría, cueste lo que cueste. Incluso si tenía que hacerlo a escondidas.

Resoplé, me fui a vestir y cerré la puerta con un portazo, mirándolo algo molesta por su interrupción. Era necesaria, pero odiaba que tuviera razón.

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Llegamos al castillo y los siete líderes ya esperaban, entre ellos Oryndor y la joven del cabello color jade que lo acompañaba.

Aún tenía la intriga de por qué estaban juntos y a qué región pertenecía ella. Los líderes no solían tener mucha relación entre sí, solo la justa y necesaria para estar al día sobre los sucesos de Elythen.

Estaban de espaldas, frente a la puerta del Castillo Plateado. Al escuchar nuestros pasos, se giraron y abrieron paso para que atravesáramos el grupo hasta colocarnos delante.

Celiq y Elgara salieron. Con un gesto y un sonido de aprobación, nos invitaron a entrar.

El enorme salón ahora contaba con una mesa redonda de madera blanca y diez sillas a su alrededor, también blancas, salvo por los cojines en tonos lila. No parecía el mismo salón que la última vez, pero conservaba aquella calma reconfortante. La luz que atravesaba los ventanales gigantes aportaba una calidez acogedora.

Elgara nos indicó con la mano que tomáramos asiento. Todos retiramos las sillas al unísono. Ella permaneció de pie. Yo me senté entre ella y Lorias. A su lado estaba la chica del pelo jade, y junto a ella, nuevamente Oryndor. Lo miré con cierta suspicacia. Algo se traían entre manos, y me preocupaba que nuestro líder tuviera vínculos con otra región. Pero quería confiar en él. Siempre había sabido qué hacer. Nunca fallaba.

Frente a mí, había un joven alto y corpulento. Tenía unos preciosos ojos rasgados de color rosa. Su cabello grisáceo, corto y liso, dejaba ver un flequillo abierto que enmarcaba su rostro perfecto. Vestía una camiseta ceñida gris que marcaba cada músculo. Era como si lo hubiesen esculpido.

A su lado, en contraste, había otro joven bajito, delgado. Sus ojos azul verdoso eran grandes, adornados con largas pestañas rubias, igual que su cabello, perfectamente peinado en un elegante tupé. Sonreía mucho y parecía muy joven. No entendía cómo alguien así había sido elegido líder. Vestía una camisa blanca algo holgada, y un colgante con una concha colgaba de su cuello fino.

—Bien, hablemos de lo sucedido —comenzó Elgara, aún de pie. —Un breve resumen sería: Elythen se ha comunicado con esta joven… —sonó una voz al fondo.

—Naerya —interrumpió Lorias con rapidez. Todos se giraron hacia él, como si acabaran de percatarse de su presencia.

—Antes de continuar, Auriarca, ¿por qué está él aquí? —interrumpió el corpulento joven de voz grave y agradable. ¿Estaba insinuando que mi mejor amigo no debía estar allí?

—Es mi mejor amigo. Siempre está conmigo. Él fue quien me convenció de que viniera a ver a la Auriarca, y gracias a eso es que estamos donde estamos —rebatí, molesta. Lorias me miró sorprendido. Sabía de mi mal carácter, pero siempre lograba controlarme. Esta vez no. Esa actitud arrogante apuntando con su sucio dedo a Lorias… no podía tolerarla. No sabía quién era ni necesitaba saberlo, lo que sí era cierto es que solo su presencia y actitud hacían que mis venas ardieran bajo mi blanca piel.

—Por si no oíste bien, le estaba preguntando a la Auriarca —me respondió, clavando sus ojos en los míos. Parecía un duelo de miradas del que ninguno saldría ganador. ¿Qué le pasaba a ese engreído? Puede que fuese la primera vez que alguien me enfadara tanto sin siquiera conocerlo.

—Tranquilos —intervino Elgara—. Se recomienda que todo Auriarca esté protegido por un guardián. Naerya, como aprendiz de Auriarca, podrá tener el suyo, quien también será entrenado. Eso le permite asistir a todas las reuniones, a menos que ella diga lo contrario. Y sin más dilación, continuemos con lo que nos ocupa.

Lorias y yo nos miramos, sorprendidos. ¿Esa norma era real? Elgara siempre había estado sola. Nunca conocí a otros Auriarcas, y aunque hubo aprendices, ninguno completó el relevo. Tal vez porque Elythen dejó de comunicarse con ellos. Pero esta nueva noticia me hizo muy feliz, aunque Lorias siempre había sido un negado para las armas y odiaba la violencia. Aun así, confiaba en él. Era nuestra oportunidad para continuar en esto juntos.

—¿Tendré que aprender a usar armas? —susurró.

—Eso parece —le respondí en voz baja. Y me robó una breve sonrisa. Podía imaginarme todo lo que le pasaba por la cabeza en ese momento. Tener que aprender a utilizarlas iba a ser un momento importante para él, pero sabía que lo haría si eso lo mantenía a mi lado.

—Como iba diciendo… —retomó la palabra una mujer de mediana edad, aclarando su voz. Tenía algunas arrugas sobre su rostro perfilado. Era alta, de porte entrenado. Su cabello corto era anaranjado con puntas amarillas. Sus ojos amarillos eran duros, sus labios finos y rectos. Parecía muy exigente.




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