Lo que lanzaba hacia arriba para luego atraparlo era un zafiro; podía apreciar su brillo aun con la oscuridad que envolvía aquel callejón.
La poca luz que lograba entrar hacía que el zafiro destellara con más fuerza, como si guardara un trocito de magia en aquella pieza.
—¿Quién eres? —preguntó mientras se acercaba a mí.
A lo lejos solo era una sombra, pero conforme avanzaba pude observarlo mejor.
Sus pasos despreocupados y su vestimenta desaliñada me indicaban que era alguien bastante seguro de sí mismo.
—No nos conocemos, pero hay algo que nos hace creer que sí, ¿verdad? —dijo con una sonrisa.
Me miraba con curiosidad, como si fuera un artilugio desconocido. No podía negarlo: estaba allí, plantada, con la piel casi traslúcida, muy diferente a la de ellos.
Mis orejas terminaban en punta, mientras las suyas eran redondeadas.
Podía percibir que no era como ellos, pero sentía que me conocía de algún modo, como yo a él.
Me rodeó lentamente, analizando cada detalle mientras lanzaba y atrapaba su zafiro.
Finalmente, lo guardó en uno de los bolsillos de esos pantalones rígidos que vosotros llamáis "jeans".
Aprendí muchas cosas durante mi estancia en vuestro mundo, pero al principio todo me parecía extraño.
—¿Me creerías si te digo que nos hemos visto a través de sueños? —intenté iniciar una explicación que apenas manejaba.
Me miró intrigado y sonrió con picardía, como si todo aquello fuera una broma pesada.
Suspiré y puse los ojos en blanco: obvio que no me creería, pensé para mis adentros.
Se acercó despacio, hasta estar a solo unos centímetros, y retiró el retal que cubría mi cabeza.
Intentó colocarme el cabello tras las orejas y se quedó paralizado al observarlas.
—¿Naciste así? —soltó casi en burla.
—Sí —respondí seca.
Cogió mi brazo y comenzó a acariciarlo, buscando entenderlo.
—He visto cómo brilla bajo el sol. ¿Es algún tipo de enfermedad? —trataba de encontrar una explicación para todo lo que le parecía extraño, mientras sonreía.
—Creo que prefiero presentarme —carraspeé y levanté mi brazo derecho frente a sus ojos, esperando un choque de brazos como saludo, típico de los Elyaris.
—¡Hola! Soy Naerya, y este aspecto es porque soy una Elyaris. Tenemos piel blanca, ojos y cabellos pálidos, orejas puntiagudas, y nos destacamos por nuestra generosidad y amabilidad —me presenté con una sonrisa, olvidando su tono irónico.
—¿Una qué? —fue lo único que dijo.
—Elyaris.
—No sé de dónde te has escapado, chica, pero tenemos que irnos. —Se dio la vuelta, metió las manos en los bolsillos y se alejó, abandonando la conversación.
Pero atrapé su brazo antes de que escapara.
—No estoy bromeando. Sé que has tenido sueños extraños, que una voz te ha hablado y que me has visto en ellos. Tiene una explicación. ¿De verdad quieres irte sin saberla? Probablemente solo yo pueda dártela —mi paciencia empezaba a agotarse y sus ojos brillaban sorprendidos.
—¿Cómo sabes lo de mis sueños? —la sonrisa burlona se tornó en un ceño fruncido.
—Tienes que escucharme —asintió y me invitó a entrar al callejón con un gesto de cabeza. Lo solté, él se volvió y sacó un cigarro, posándolo en sus labios, encendiéndolo con un mechero pequeño y casi mágico, mientras caminábamos hacia un lugar que solo él conocía.
Tras unos minutos, se detuvo frente a lo que parecía más una pared que un pasillo.
Exhaló el humo con calma, tiró la mitad del cigarro al suelo y lo pisoteó para apagarlo.
—Adelante, mi lady —bromeó apartando una cortina que se camuflaba con la pared y empujando una puerta de acero mugrienta y oxidada.
Entré antes que él, despacio y con cautela, asegurándome de que me siguiera.
—Tranquila, no voy a matarte ni secuestrarte —volvió a bromear, y suspiré en respuesta.
El pasillo era estrecho y bajo incluso para mí. Tenía que andar agachada y las paredes me rozaban.
Tras unos pasos, llegamos a un pequeño espacio donde colgaba un trozo de tela que él llamaba “hamaca”.
Había libros amontonados en un rincón y una pequeña mesa rodeada de tres cojines.
Olor a humedad impregnaba el aire; la situación deplorable en la que vivía era evidente.
—Bienvenida a mi humilde morada —su humor sarcástico parecía ser lo único que le quedaba. Si no podía verla con humor, ¿qué le quedaba? —Siéntate donde quieras. No es mucho, pero cuando llueve o hace frío tengo un refugio, y eso es lo que importa —se excusó, tumbándose en su improvisada cama colgante—. Cuéntame.
Miré todo con cierta repugnancia, pero en el fondo sentí lástima por él.
Intenté disimular y me senté en uno de los cojines.
—¿Alguna vez has pensado en la inmensidad del universo? —pregunté.
—Puede ser.
—¿Nunca has pensado en la posibilidad de otras vidas en otros planetas?
—Siempre he creído que es probable.
—¡Genial! Porque así es.
Se hizo un silencio en busca de una continuación. Tragué saliva.
—No sé si habrá muchos más mundos, pero Elythen existe. Y es de donde vengo. Allí la magia existía… bueno, existía —bajé un poco la cabeza, triste al recordarlo, y él se incorporó un poco para mirarme, pero guardó silencio.
Le hablé de la leyenda de Elythen, de cómo se formó y en qué se estaba convirtiendo.
Le conté sobre mis sueños y cómo él aparecía en ellos.
Se quedó en silencio, asimilando todo, mirando a un punto perdido.
No sé qué pensaba, pero supuse que era demasiada información.
—Me dices que soy fundamental para salvar Elythen, pero ni tú sabes por qué.
—Elythen solo quería que te encontrara, y te preparaba para esto. A ti y a otros más.
—¿Otros?
—Sí, en mis visiones había más como tú.
—¿Te refieres a clones o personas? —rió divertido.
—¿Personas es como os llamáis? —pregunté.
—Somos humanos, sí, personas también —explicó.
—Entiendo… —dije pensativa.