Nos quedamos en silencio, escondidos. No entendía qué estaba pasando, pero sabía que no todo podía ser tan fácil.
Arthur miraba, esperando el momento para salir y escapar de allí cuanto antes.
Intenté asomarme para ver de quién se escondía, aunque probablemente seguiría sin entender nada.
Un grupo de hombres altos, vestidos con uniformes azul marino oscuro y armas en la cintura, paseaban por el local.
Una voz sonaba por un walkie-talkie, preguntando si lo habían visto. Ellos negaron, pero confirmaron que alguien lo había visto en ese hostal.
—Mierda... —susurró Arthur.
—¿Qué pasa? —pregunté en voz baja, y me hizo callar con un dedo sobre los labios.
Los hombres se acercaron a la barra a preguntar. El posadero miró brevemente a Arthur y pude notar cómo su corazón latía con fuerza.
Luego negó con la cabeza, como si nunca lo hubiera visto.
El grupo se dividió para registrar las habitaciones vacías. Fue entonces cuando Arthur aprovechó para salir corriendo.
—Nyra, no tengo tiempo. Tengo que irme. Ya sabes dónde encontrarme. No le digas nada a nadie.
—Pero...
Antes de que terminara, Arthur ya había desaparecido, y me quedé ahí, paralizada y sin saber qué hacer.
¿Quién era realmente Arthur? ¿Podría confiar en él? Elythen no me enviaría a buscar a un delincuente… ¿o sí? Quizá me había equivocado.
—Hola, ¿has visto a un joven alto, desaliñado, ojos azules, pelo negro y tatuajes? —preguntó alguien, y negué, todavía en shock.
—¿Estás segura?
—Sí —respondí con voz temblorosa.
—Espera… ¿qué es e—
—Vamos, chica, te esperan arriba —interrumpió el posadero, mientras me colocaba el pañuelo rojo sobre la cabeza para ocultar las orejas. Me tomó suavemente por los hombros y me dirigió a las habitaciones.
Me había salvado. No era conveniente que me vieran las orejas, pero… ¿por qué ayudarme? ¿Y por qué ahora y no antes?
Me llevó hasta la puerta de mi habitación.
—Gracias —dije antes de entrar.
—Ten más cuidado la próxima vez —me advirtió.
—¿Por qué me ayudas?
—No sois de aquí, no sé de dónde. Pero está claro que no sois de este mundo. No sois muy discretos, menos mal que aquí no prestan atención a esos detalles.
—¿No te sorprende?
—Claro que sí. Mi abuelo me contaba leyendas que su abuelo le transmitió, sobre otras criaturas de otro mundo, un portal que conectaba ambos mundos y esas cosas. Nunca lo creí del todo, pero tampoco lo negaba. El universo es muy grande como para pensar que solo existimos nosotros. Cuando os vi, entendí lo que pasaba. Por eso no os pedí dinero ni pregunté por las manchas de sangre en la ropa.
—Entonces tu familia debió visitar Elythen alguna vez.
—¿Así se llama vuestro mundo?
—Sí, y tiene alma propia. No sé si en el vuestro también, pero aquí todo es muy diferente.
—Si es verdad que se puede ir, algún día me encantaría conocerlo.
—Algún día seguro podrás.
Seguramente os preguntaréis cómo podía confiar en un humano que no conocía de nada, pero tenía la corazonada de que quería ayudarnos de verdad. Solo con saber que Elythen existía, se le saltaron las lágrimas. Como decís vosotros, “una mirada dice más que mil palabras”, ¿no?
—¿Y qué hacéis aquí? —intentó saber más.
—Seguimos las pistas de Elythen para devolver la vida y la magia.
—¿Pistas?
—Sí… es complicado de explicar.
—Entiendo. Ya me has contado demasiado, y estoy muy agradecido.
Sonreí amablemente. Era bonito ver a alguien tan emocionado por nuestro mundo.
—¿Quiénes eran? —cambié de tema, centrada en lo que me interesaba.
—¿Los que buscaban a Arthur? Son policías. Protegen el pueblo, la ciudad o donde estén. Retienen a ladrones, asesinos, violadores… etc.
—¿Y qué es Arthur? ¿Por qué lo buscan?
—No soy el más indicado para hablar de eso.
—Entiendo… —mi voz se apagó, temiendo lo peor. ¿Por qué Elythen nos enviaría por un delincuente? Tal vez se equivocaron.
—Es un buen chico, pero no ha tenido una vida fácil —lo defendió, y no supe qué pensar.
—Me gustaría encontrar respuestas.
—Y seguro que las tendrás.
—¿Nyra?
Se abrió la puerta tras de mí. Era Lorias, con su cabello oscuro, más mojado que antes. Algunos flequillos caían sobre su frente, y gotas le recorrían el rostro. Se secaba el pelo con una toalla en la mano, y al bajar la mirada vi su torso descubierto. Las gotas resbalaban por sus abdominales, que nunca había visto tan marcados. Tenía una toalla enrollada a la cintura, a juego con la del pelo, y la situación me dejó paralizada.
—Os dejo. Ya sabéis, más cuidado la próxima vez —se despidió.
—Espera, ¿cómo te llamas? —pregunté.
Se rió, avergonzado.
—Andrés, Andrés Duarte.
—¡Encantada! Soy Naerya, Naerya de Morithen —respondí con una sonrisa. En Elythen no había apellidos; usábamos la región como complemento. Antes todos éramos simplemente de Elythen, hasta la nueva división.
Me giré hacia Lorias, que esperaba pacientemente.
—¿Qué querías? —preguntó curioso.
—Me ayudaba. Tenemos que ser más discretos.
Lo empujé suavemente hacia dentro, y entró caminando de espaldas.
—Y vístete, por el amor de Elythen —dije nerviosa.
Mi corazón aceleró sin saber por qué. Tenerlo tan cerca, casi sin ropa, era incómodo. No me malinterpretes: por muchos años de amistad, cada uno tenía su casa y aseo, y nunca lo había visto así. Sí, lo había visto mojado o nadando, pero siempre con ropa. Ahora solo un trozo de tela blanca lo cubría.
—Estoy esperando que Viridiel termine para poder vestirme en el aseo —me pidió, pero le negué.
—Me doy la vuelta, no te miraré. Pero vístete ya —ordené y suspiró.
—Vale. Quédate frente a la puerta y no mires.
—¿Para qué querría mirar?
—No lo sé, Nyra, no me pongas nervioso.
Escuché la toalla caer y cómo cogía su ropa. La puerta del baño se cerró de golpe y un suspiro ahogado sonó.