Tras haber avisado por el Vibaris, les comuniqué a Viridiel y Lorias que iría a hablar con Arthur; ambos se negaron rotundamente. Pero insistí.
—No puedes ir sola —ordenó Viridiel.
—Ya he ido sola.
—No a estas horas —añadió Lorias.
—Necesito que lo entendáis.
—Déjanos ir contigo, Nyra —suplicó Lorias.
—No puedo, de verdad… —dije en apuros.
—¿Te recuerdo tu importancia en esta misión? —gritó Viridiel.
—¿Te recuerdo con quién se comunica Elythen? —lo desafié.
—Tienes dos opciones: o vas con nosotros, o te quedas aquí —su tono era firme.
—¿Quién eres para decidirlo? —le discutí.
—El que te han puesto a su cargo, el que debe protegerte y llevarte sana y salva de vuelta.
Refunfuñé por lo bajo mientras pateaba algunas piedras, indignada.
—Viridiel tiene razón, Nyra —habló Lorias en un tono más amable, con esa voz que siempre fue mi paz.
Lo sabía, sabía que tenía razón y que era su deber. Pero no podía fallar a Arthur.
Aquello era su guarida, su escondite. Y aunque no lo conociera de nada, había algo que me unía a él. Y a pesar de todo lo que estaba pasando con él, tenía esperanza en que había una buena explicación detrás. O eso quería creer.
—Está bien… pero me esperáis fuera —cedí.
Lorias asintió y estaba listo para andar. Pero Viridiel seguía fulminándome con la mirada.
Ese hombre era pura llama. Siempre encendido, siempre frustrado. Tenía que tener el control de todo y hacer las cosas como él quería; en el momento en que algo le fallaba, se enervaba y salía ardiendo. Sin embargo, cuando se sentía seguro, era como si otra persona abandonara esa furia viviente, y predominara un Viridiel bromista, irónico y despreocupado.
Parecían dos personas diferentes conviviendo en el mismo cuerpo. Quise entender que su papel era demasiado importante para mostrarse seguro y tranquilo. Pero a mí me sacaba de quicios.
Llegamos al callejón donde se escondía la “humilde morada” de Arthur y los hice esperar ahí.
Para mi sorpresa, esperaron, y me adentré sola en la oscuridad que ahora era aún más densa. Tuve que ir apoyándome en las mugrientas paredes que me encerraban hasta dar con una cortina familiar.
—Aquí está.
La aparté y llamé a la puerta. Esperé unos segundos y nadie abrió, así que llamé más fuerte.
Un pestillo sonó tras la puerta y enseguida unos ojos brillantes y azules asomaron.
—Oh, eres tú —se retocó el cabello rápido—. Bienvenida.
Abrió la puerta permitiéndome el paso y me adentré, dejándolo a él atrás.
Cerró tras de mí y me adelantó para sentarse en su hamaca.
—Qué guapa estás hoy, Nyra —me halagó y yo no tenía ganas de tonterías.
—Naerya, aún no tenemos tanta confianza.
—Oh, perdona, Naerya —agregó un tono burlón a mi nombre.
—¿Y bien?
—¿Y bien qué? —intentó disimular, pero no mostré ni una leve sonrisa y él lo notó.
Su sonrisa se borró y apoyó sus brazos en sus piernas abiertas.
—No tengo por qué contarte mi vida, pero te haré un breve resumen.
No tengo un trabajo, nunca me han querido en ninguno; tampoco es que haya muchas opciones en este pueblo. No vengo de una buena familia, y mi única opción siempre ha sido robar —se detuvo esperando algún comentario por mi parte, pero no tenía nada que agregar por el momento, así que prosiguió—. Han sido muchos años, y ya me tienen más que fichado. La poli ya sabe de sobra quién soy, he dormido más de una vez en el calabozo y siempre me andan buscando.
—¿Eso es todo?
—¿Te parece poco? —se sorprendió y volvió a sacar esa sonrisa pícara mientras volvía a inclinarse hacia atrás, reposando su espalda en unos cojines que tenía contra la pared.
—En Elythen hay muchos que lo hacen. Y no los culpo. Es difícil cuando hay necesidad.
—¿De verdad lo entiendes?
—Estaba muy preocupada porque fueses un asesino en serie, Arthur —eso desbocó una gran risotada que retumbó en ese pequeño espacio.
—Jamás podría matar a nadie.
—Yo no lo sé, no nos conocemos de nada. Vi todos esos tatuajes de armas sobre tu piel, me dijiste que eran importantes para ti, y después veo que te buscan. ¿Qué quieres que piense?
—No lo sé, Naerya. Pero si se supone que tu Dios habla contigo, ¿por qué te pondría un asesino en tu camino? ¿Por qué iba a ser importante alguien tan despreciable?
—Yo también me lo preguntaba. Podría ser un error, o tal vez Elythen no lo sabía, o no podía hacer nada respecto a eso. No lo sé, Arthur.
—Puedes estar tranquila. Solo sobrevivo como sé. Y los tatuajes de mi piel solo son un gusto. Adoro la belleza de cada arma tatuada, eso es todo. No podría hacer daño a nadie.
—Y eso quiero creer.
—Créeme. Lo verás tú misma. Hacía mucho tiempo que quería salir de aquí, pero nunca me atrevía… —volvió a arrastrar la voz—. Alguien importante para mí se marchó pero sabe dónde encontrarme si decide volver. Y eso me retenía aquí, bueno, y que me conozco cada calle como la palma de mi mano —sonrió seguro de sí mismo tras decir eso último—. Han pasado ya doce años desde la última vez que la vi. Así que supongo que no volverá. En fin… —se levantó y miró el reloj que había en un lado de la pared—. Si salimos ya, podemos irnos. Pero Naerya, me gustaría hacerlo de inmediato. No quiero pensarlo. No quiero seguir arriesgándome. Por primera vez siento que puedo conocer algo que ha habitado en mí durante mucho tiempo y que no comprendía. Y creo que ahora es el momento de partir.
—Entiendo, pero… Andrés, el dueño del hostal, nos dejó la habitación, Viridiel aún tiene que trabajar a cambio de esa habitación… —expliqué preocupada.
—No quiero esperar… —suplicó y no podía hacer nada.
No podíamos irnos de allí así como así después de la amabilidad de Andrés.
Tal vez Viridiel podría quedarse y encontrarnos más tarde… aunque seguro no le haría ninguna gracia.
Podría hablarlo con él… aunque será inútil, pero igual había que intentarlo.