Bajo la luz de Elythen

Capítulo 14

¿Espera… qué es eso? Estaba oscuro, pero había algunos flashes. ¿Rojos? ¿Un cabello rojo?

Una sonrisa… no puedo ver bien qué es. Intento alcanzar a esa persona que avanza cada vez más lejos de mí.

Consigo que se dé la vuelta. Sonríe. Pecas. Tiene pecas.

—Nary, Nary… —la voz de Lorias interrumpió de golpe la visión, y sin querer le di una bofetada.

Me senté rápidamente y lo abracé.

—Perdón, perdón, perdón… —me disculpé—. No quise hacer eso, fue por instinto.

—Auch… —se quejó, y me reí—. Solo quería decirte que ya era tarde…

—No quería...

—Espero que no haya una segunda vez —se separó mientras fruncía el ceño de forma exagerada, a modo de broma. Me reí.

—Tendrás que tener más cuidado —me burlé.

—Oye… —se volvió a quejar, y volví a reír.

—Recojamos esto —asintió y recogimos todo.

Viridiel y Arthur ya estaban con todo recogido y sentados en el suelo, esperando a que nos despertáramos.

—Hombre… ya era hora, dormilones. ¿Trasnochasteis? —preguntó Arthur con un guiño, y puse los ojos en blanco.

—Buenos días, Arthur —saludé.

—Es muy tarde, mirad el sol —dijo Viridiel en un tono serio mientras señalaba al cielo, sin mirarlo.

Lorias y yo miramos hacia arriba y lo teníamos encima. Por suerte, estábamos bajo unas estupendas sombras que calmaban ese quemor.

Me disculpé con la mirada, sin atreverme a decir nada. Era mi culpa y lo admitía, aunque me costara decirlo con palabras.

Viridiel resopló y, colocándose el pañuelo sobre la cabeza, cogió las cosas y comenzó a andar.

Arthur lo siguió con una sonrisa y un cigarrillo entre los labios.

Lorias y yo nos miramos, nos encogimos de hombros y también los seguimos.

Tenía que decirles que Elythen me había hablado, que me había mostrado otra visión. Aunque tal vez no fuera suficiente. Tenía muy poco, y quizás eso solo hiciera que se frustraran más.

—Oye, ¿sigues sin tener visiones? —preguntó Lorias, que parecía haberme leído la mente.

Asentí, y sonrió feliz.

—Pero no mostró mucho. Solo una persona con el cabello rojo, sonreía y creo que tenía pecas.

—¿Será la siguiente?

—Seguramente, pero ¿cómo sabremos que es esa persona?

—Igual que supiste que era Arthur.

Asentí mientras lo reflexionaba.

Es cierto que Arthur también tenía algo singular, que era el zafiro que apareció en mis sueños. Aun así, había una especie de corazonada que me decía que era él. No sé explicarlo, pero algo en mí lo sabía.

El sol picaba fuerte en nuestra piel, pero gracias a las sombras que proporcionaban los árboles y muchos edificios, podíamos soportarlo.

Cada ciertas horas de camino, en nuestros descansos, Viridiel aprovechaba para entrenar a Lorias.

Y aunque las primeras veces Lorias era algo cobarde cuando se veía en apuros, se había vuelto más ágil. Me gustaba verlos entrenar, y a veces también participaba. Viridiel lo aprobó por si en algún momento hiciera falta, así que me enseñó bien defensa personal y cómo desarmar al atacante. Muchas veces Lorias y yo nos enfrentábamos, pero nos preocupábamos demasiado por el otro, así que no era la mejor idea para sacar nuestro potencial, ya que siempre nos reteníamos. Así que pasaron a ser Arthur incordiando a Lorias y Viridiel a mí. Por cierto, Arthur parecía manejarse muy bien con las armas. Era muy rápido, aunque teniendo en cuenta lo poquito que sabíamos de él, no era de extrañar.

Todos los días se volvieron casi una rutina:

Caminar, descansar, entrenar, caminar, dormir; quitando las necesidades básicas.

Pasamos por varios pueblos, en los que no me entretendré ya que no hubo nada especial, más que algunas bebidas especiales, Arthur ligoteando allá donde iba, algunos monumentos, personas agradables, algunas compras, ir con mucho cuidado, etc.

Todo era muy tranquilo y monótono, hasta que llegamos a una gran ciudad.

Era inmensa; sus edificios eran muchísimo más altos que todos los que hubiésemos visto hasta ahora.

Había un ruido horrendo y ensordecedor. Se escuchaba el bullicio de la gente, y el aire estaba tan cargado que costaba respirar.

Apenas había vegetación.

Los suelos eran más firmes, de un pavimento más duro y decorado.

Había carreteras por todos lados. Y aunque ya anteriormente habíamos visto alguna, aquí había muchos, muchos, muchos coches.

Lorias y yo quedamos fascinados.

Ya nos habíamos quedado alucinados cuando vimos el primero en uno de los pueblos anteriores. Nunca habíamos visto nada similar, y nos parecía increíble cómo, sin magia, podían ser capaces de crear cosas tan magníficas, al igual que los móviles o las televisiones. La tecnología nos tenía locos.

Andamos por las calles de la ciudad mirándolo todo alucinados. Menos Arthur, que reía por lo bajo al ver nuestras reacciones.

La gente era muy diferente allí.

Nos quedaríamos unos días aquí, así que había que encontrar un nuevo hostal donde quedarnos.

—Necesitamos una documentación para quedarnos en cualquier lado. Hagamos una cosa. —Miró a un lado, donde había un gigantesco reloj colocado en un bonito edificio—. Aún estoy a tiempo —susurró para sí—. Dad una vuelta, pasead, no llaméis mucho la atención. Quedamos bajo ese reloj antes del anochecer, ¿de acuerdo?

Los tres lo miramos extrañados, sin entender muy bien qué iba a hacer.

—¿Nos has utilizado para venir hasta aquí? —se molestó Lorias.

—¿Por qué os habría utilizado? Podría haber venido solo —respondió Arthur—. Voy a intentar solucionar lo de la documentación y el hostal para poder quedarnos.

—Podemos ayudarte —mencioné, pero él negó.

—Déjamelo a mí —insistió, y lanzó un móvil a Viridiel—. Os llamaré si pasa algo.

Nos enseñó cómo se descolgaba y cómo podíamos llamar, y seguía pareciéndonos un alucine.

Asentimos y confiamos en él. Estaríamos en contacto, así que lo perdimos de vista y nos dimos la oportunidad de disfrutar de todo aquello que era nuevo para nosotros.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.