Bajo la misma luna

UNO

El vapor de la locomotora flotaba en el aire frío del andén, envolviendo la multitud en una niebla densa y blanquecina. Nora Holloway ajustó la correa de su bolso sobre el hombro y se abrió paso entre los alumnos, esquivando maletas y familias que intercambiaban despedidas apresuradas. La sensación de inquietud, que había intentado ignorar desde que despertó aquella mañana, se intensificó al divisar un grupo de alumnos a unos metros de distancia.

Los Nocturnos.

Adrian Vale y Marcus Black estaban riéndose de algo—o más bien, de alguien—mientras Owen Finch los observaba con la expresión bobalicona que siempre llevaba cuando los otros dos estaban con sus estupideces.

Y luego estaba él.

Konnor Cross se mantenía ligeramente apartado, con los brazos cruzados y una media sonrisa en el rostro, como si estuviera entre divertido y resignado. Su focalizador, un cristal ámbar con vetas doradas, colgaba de una cadena alrededor de su cuello y pulsaba suavemente. Cuando Nora sintió sus ojos sobre ella, apartó la mirada con rapidez.

No. Ni siquiera había subido al tren y ya sabía que sería su próximo objetivo.

Los Nocturnos habían recibido su nombre durante el segundo año, cuando comenzaron a escabullirse por la academia durante las horas prohibidas, mapeando cada pasaje secreto y rincón oculto. Lo que había comenzado como travesuras inocentes—el tipo de cosas que todos los estudiantes de Hierro hacían para probar su valor—se había convertido en una tradición de bromas elaboradas dirigidas específicamente hacia ella.

No era que fuera la única víctima de las travesuras estudiantiles. La academia tenía una larga tradición de bromas entre círculos, especialmente entre Hierro y Sombra, cuyos métodos y filosofías chocaban constantemente. Pero algo en Nora parecía atraer particularmente la atención de Adrian y su grupo. Tal vez era porque, a diferencia de otros estudiantes de Hierro que respondían con risas o contraataques, ella siempre reaccionaba con esa furia fría que parecía divertirlos inmensamente.

Apretó el paso, esquivando a un par de alumnos de tercero y subiendo al expreso que los llevaría a Valdris sin mirar atrás. Sabía que si lo hacía, los encontraría todavía riéndose, tal vez cuchicheando sobre qué hacer con ella esta vez. ¿Un hechizo de transmutación para que su túnica se encogiera? ¿Un encantamiento mental para que su cabello cambiara de color? Ya ni recordaba la cantidad de bromas que había soportado desde que puso un pie en la academia.

Su estómago se revolvió. Tenía que encontrar un compartimento antes de que vinieran tras ella.

Se deslizó entre los pasillos, pasando de largo los compartimentos llenos. No podía arriesgarse a estar cerca de ellos, así que siguió avanzando hasta el final del vagón, donde el bullicio comenzaba a disiparse.

Finalmente, encontró uno vacío.

Cerró la puerta tras de sí y dejó caer su bolso en el asiento, soltando un suspiro de alivio. Fuera, el tren silbó con fuerza, anunciando su inminente partida. Nora apoyó la frente contra el vidrio frío de la ventana, observando cómo los últimos alumnos se despedían de sus familias en el andén del Mundo Ordinario.

El viaje a la academia era siempre una experiencia extraña. El tren comenzaba su recorrido en una estación normal de Londres, donde los Ordinarios—aquellos sin habilidades arcanas—simplemente veían un tren común dirigiéndose hacia Escocia. Pero a medida que avanzaba hacia el norte, cruzaba gradualmente hacia el Mundo Arcano a través de lo que los estudiosos llamaban zonas de transición.

Los pasajeros podían sentir el momento exacto del cruce: un hormigueo en la piel que comenzaba en las yemas de los dedos y se extendía por todo el cuerpo, un cambio en la calidad del aire que se volvía más denso y cargado de energía, y de repente el paisaje exterior se transformaba completamente. Donde antes había campos verdes y pueblos pequeños habitados por Ordinarios, ahora se extendían bosques ancestrales donde los árboles brillaban con bioluminiscencia natural y montañas que literalmente tocaban las nubes, sostenidas en el aire por cristales de levitación naturales.

Era en estos momentos cuando Nora recordaba por qué, a pesar de todo, amaba ser una Dotada. Los Ordinarios jamás verían la verdadera belleza del mundo, la magia que corría por las venas de la realidad como sangre dorada.

La figura de Crystal Meyer apareció entre la multitud del andén, abrazando con rapidez a sus padres antes de subir al tren. Una punzada de culpa se instaló en su pecho. Debería haberla esperado; habían intercambiado cartas durante las vacaciones y quedaron en encontrarse en el andén, pero en su necesidad de escapar de los Nocturnos, lo había olvidado por completo.

Mientras el tren comenzaba a moverse, cerró los ojos y exhaló lentamente. Solo un año y medio más. Un año y medio y no tendría que verlos nunca más.

El traqueteo del tren acompañaba el murmullo de las conversaciones en los compartimentos cercanos. Nora había pasado los primeros minutos observando el paisaje cambiar gradualmente del mundo humano al arcano, dejando que la monotonía del viaje la tranquilizara.

Hasta que la puerta de su compartimento se deslizó abruptamente.

Se tensó al instante. Su primer pensamiento fue que los Nocturnos finalmente la habían encontrado, pero cuando alzó la vista, se encontró con otra presencia inesperada.

Estudiantes del Círculo de Sombra.

Caspian Black estaba en la entrada, flanqueado por Thorne Ashwood y Victor Stone. Sus túnicas estaban impecables, sus expresiones indiferentes, aunque el brillo en los ojos de Thorne delataba un entretenimiento particular. Sus focalizadores, cristales verdes y negros que colgaban de cadenas de plata, emitían un brillo tenue en la penumbra del compartimento.

Los estudiantes de Sombra eran conocidos por su sofisticación y sus métodos sutiles. Mientras que los de Hierro resolvían los problemas con acción directa—a menudo ruidosa y poco elegante—, los de Sombra preferían la manipulación política y la estrategia a largo plazo. Muchos provenían de familias influyentes en el gobierno arcano, criados desde pequeños en el arte de la diplomacia y la intriga. Era raro verlos interactuar directamente con estudiantes de otros círculos, a menos que hubiera algún beneficio político o personal de por medio.




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