Bajo la sombra del rey

CAPÍTULO 10.

Dimitri.

Luchaba por salir, movía mi cuerpo desesperado pero era inútil hasta que vi a Marcus el cual trataba de nadar hacia mí pero la corriente lo empujo. El oxígeno se me acababa y sabía que a Marcus también, estábamos por rendirnos.

Pero Marcus abrió los ojos como si escuchara algo.

Desde la superficie un dragón nadaba hacia nosotros era largo, serpenteante, de un azul brillante como el cielo despejado. Tenía bigotes finos y ojos sabios, nos rodeó con su cuerpo, empujándonos suavemente hacia la superficie.

En la orilla, vi las figuras de Tressa, Septicia y Hermes pero en ese momento agua y luz se alzaron en un remolino azul. Marcus y yo salimos tosiendo, jadeando, pero vivos. El dragón chino se posó junto a nosotros y su mirada se concentró en Marcus.

Otro vínculo. Él también había sido elegido.

Tres vínculos en un solo día. Tres caminos sellados por criaturas legendarias.

El destino ya estaba en marcha y yo lo sabía.

La tarde cayó lentamente sobre la playa. El cielo se tiñó de rosa y naranja, y nuestras sombras se alargaron sobre la arena, nos sentamos juntos, sin decir nada por un rato mientras el sonido de las olas acompañaba nuestros pensamientos.

—No puedo creerlo —dije en voz baja, rompiendo el silencio. Mi mirada estaba fija en el horizonte pero mi mano reposaba suavemente sobre el lomo de la manticora que ahora sabía que se llamaba Ayron y se mantenía a mi lado como un guardián fiel.

—Tres vínculos... —murmuró Septicia, acariciando el plumaje brillante del grifo que se acomodaba a su espalda.

Marcus, sentado a mi lado, tenía la mirada serena. El dragón azul flotaba en el aire sobre nosotros, con un ritmo de respiración que se fundía con la brisa marina.

—Esto no es casualidad —dijo Tressa finalmente—. Es una advertencia, puedo sentir que algo muy grande viene.

Miré mis manos, y sentí el latido de mi corazón. Sabía que Ayron me había elegido por una razón. Y mis amigos también cargaban con ese peso.

La noche cayó sobre nosotros y aunque el cielo se llenó de estrellas, yo sabía que era apenas el inicio.

Algo había despertado. Y el mundo lo sentiría muy pronto.

*

Estábamos sentados frente a Quirón, en la casa del santuario. Septicia, Marcus y yo compartimos nuestras experiencias, contando con detalle cómo fue unirnos a nuestras criaturas. Yo con Aeryon, la última manticora que existe, Septicia con Nemeris, el grifo más temido y Marcus con Thalnor, un dragon chino que proteje las montañas. No dijimos todo nadie lo hace, algunas cosas son solo nuestras. Algunas emociones no pueden vestirse con palabras.

Quirón asintió con gravedad antes de llamar a los dioses que uno por uno, comenzaron a llegar: Ares, cruzado de brazos con mirada feroz; Hades, silencioso y calculador; Poseidón, inquieto; y Hermes el cual ya estaba ahí jugueteaba con su vara, aunque sus ojos delataban preocupación.

—¿Se volvieron locos? —gruñó Ares—. El vínculo con esas criaturas no es un simple acto simbólico. Es unir sus almas a la de otra entidad. ¿Entienden lo que puede pasar si pierden el control?

— Lo que no entienden es que eso también puede salvarlos. Pocas veces los vínculos se dan tan profundamente. Y nunca entre cuatro jóvenes destinados a cambiar el curso de una guerra que nos ha seguido por siglos — Hermes trataba de ver el lado positivo.

— Justamente por eso es peligroso — intervino Hades —. No hay equilibrio sin consecuencias.

Quirón guardaba silencio, con la mirada fija en nosotros. En mí. Sentí la presión de su juicio, pero no bajé la cabeza.

Cuando la discusión empezó a escalar, me retiré. Sabía que no serviría de nada seguir escuchando a los dioses pelear como si fueran niños pequeños. Me levanté sin hacer ruido y volví a mi cabaña.

El interior estaba como lo dejé: ordenado con cada cosa en su lugar. Me perdí en los detalles durante casi una hora. Arreglé libros, alineé pergaminos, doblé mantas. Ese tipo de cosas me daban mi manera de recuperar el control, aunque fuera solo en lo pequeño.

Entonces, la puerta se abrió.

Me giré, confundido. Marcus nunca venía por la noche. Él tenía su espacio, como yo el mío pero ahí estaba y no era el mismo Marcus de siempre.

Estaba rojo. Su pecho subía y bajaba con rapidez, como si hubiera corrido, pero no había sudor, ni cansancio.

—¿Marcus? —pregunté, sintiendo cómo mi corazón golpeaba en mi garganta.

No dijo nada. Cerró la puerta tras de sí y caminó hacia mí acorralandome contra una pared con una intensidad que nunca había visto en sus ojos. Se detuvo a un paso de distancia una de sus manos subió hasta mi mejilla y la acarició con lentitud. Su mirada me… devoraba.

—¿Qu- que estás haciendo? —mi voz tembló.

No respondió. Su mano bajó por mi cuello, luego por mi pecho hasta mi cintura, deteniéndose ahí como si necesitara tocarme. Me atrajo hacia él de un solo movimiento y sentí su aliento caliente contra mi piel.

Cuando sus labios se posaron en mi cuello, perdí el aliento. Me sonrojé, traté de alejarme, de entender, de protestar pero no podía era más fuerte ahora. Luche pero por mucho tiempo porque lo deseaba tanto. Por años lo había amado en silencio, observando desde lejos, esperando lo imposible.




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