El reloj en la pared de la casa marcaba la medianoche, aunque Mark no lo veía. En su lugar, su atención estaba completamente absorbida por los susurros que llenaban el aire. Eran casi inaudibles, pero suficientes para hacerle erizar la piel. “Ya no puedes irte,” había dicho la figura en las sombras, y esas palabras resonaban en su mente con cada paso que daba, cada respiro que tomaba.
Las luces de la casa parpadeaban intermitentemente, como si una fuerza invisible estuviera jugando con ellas. El frío en el aire se intensificaba, haciendo que sus dientes castañetearan, pero no era solo el frío físico lo que lo inquietaba. Había algo en la atmósfera, algo que se movía, algo que lo rodeaba en las sombras.
De repente, escuchó el sonido de pasos en el piso superior, seguidos de una risa lejana. No era de sus amigos. No era humana. Era un sonido gutural, casi animal. El mismo tipo de risa que había oído cuando entraron en la casa.
Mark intentó gritar, pero su voz se quedó atrapada en su garganta, reemplazada por un sudor frío que recorría su espalda. Desesperado, miró alrededor, buscando una salida. Pero las paredes parecían cerrarse aún más a medida que avanzaba por el pasillo. Cada vez que giraba una esquina, el pasillo parecía alargarse, retorcerse, haciendo que se sintiera atrapado en un laberinto interminable.
“¡Sara! ¡Jake!” gritó, pero su voz no llegó a ningún lado. El silencio que siguió fue aún más aterrador que los ruidos.
Desesperado, Mark corrió hacia lo que parecía la sala de estar. Pero al cruzar la puerta, se encontró con algo que hizo que el aire se le cortara. En el centro de la sala había una figura: una mujer, de pie, inmóvil. Su rostro estaba parcialmente cubierto por una capa de sombras, pero los ojos… los ojos eran lo único visible. Ojos completamente blancos, sin pupilas, que miraban fijamente a Mark.
La figura comenzó a moverse, pero lo hacía de manera extraña, como si flotara por encima del suelo, sin rozar siquiera el piso. Se acercó lentamente, sus movimientos fluidos pero inquietantes.
“¿Qué… qué quieres de nosotros?” Mark apenas pudo articular, sus palabras saliendo de su boca como un susurro tembloroso.
La figura no respondió. En lugar de eso, levantó una mano, apuntando hacia una vieja fotografía que colgaba en la pared. Mark la miró, y de repente un estremecimiento recorrió todo su cuerpo. En la foto, él, Jake y Sara estaban de pie frente a la casa, pero había algo extraño. Sus rostros… no eran los mismos. Estaban distorsionados, como si las sombras hubieran comenzado a tragarse sus formas, deformándolas.
“¿Quién… quién son?” Mark murmuró, sin comprender.
La figura levantó la mano de nuevo, esta vez apuntando directamente a él, y una corriente de aire frío recorrió su cuerpo. Fue entonces cuando Mark entendió algo, algo horrible. Esa no era solo una foto. Era una advertencia.
La figura sonrió. O al menos, Mark lo sintió. Aunque su rostro permanecía en sombras, él pudo escuchar la misma risa que había oído antes, ahora mucho más cerca, resonando en su mente.
“Lo que has traído… ya no puedes dejarlo ir.”
La puerta detrás de Mark se cerró de golpe,
atrapándolo una vez más en la sala. Las paredes comenzaron a encogerse a su alrededor, y el aire se volvía cada vez más denso. Los murmullos crecieron en volumen, y las sombras se alzaban a su alrededor, como si estuvieran cobrando vida. Algo lo rodeaba, algo que no podía ver, pero que podía sentir. El frío. El miedo. Y la certeza de que no estaba solo.
Un eco lejano lo despertó de su parálisis: “¡Mark! ¡Mark!” Era la voz de Jake.
“¡Jake!” Mark gritó, corriendo hacia el pasillo, pero el sonido se desvaneció antes de llegar a él. No podía saber si sus amigos seguían con vida, o si ya se habían convertido en parte de esa casa, en parte de las sombras que ahora lo acechaban.
Un sonido profundo resonó a través de la casa, como el rugido de algo enorme, algo antiguo y poderoso, y Mark se detuvo en seco. La casa no solo estaba viva, sino que parecía alimentarse de sus miedos.
Se giró hacia la oscuridad del pasillo, y vio algo moverse rápidamente entre las sombras. La figura de Sara, arrastrándose en las paredes, su rostro distorsionado y lleno de una expresión indescriptible. Ella le lanzó una mirada vacía, como si ya no lo reconociera.
“¡Sara!” Mark gritó, pero ella no lo escuchó. Su cuerpo se desvaneció en la oscuridad, dejando solo la sensación de que estaba siendo observado por algo mucho más grande, mucho más antiguo que cualquier ser humano.
Y entonces, la casa habló.
“Bienvenido al lugar donde los muertos caminan, donde el alma se pierde. Ahora eres parte de nosotros.”