Bajo La Superficie

Capítulo 4

Bajo mi Cielo

Said:

El cielo es todo calma; lo miras fijamente y, a veces, la luz hace que no veas nada cuando apartas la mirada. Es por algo muy curioso. En realidad, el cielo se ve azul debido a un fenómeno llamado dispersión de Rayleigh. Esto ocurre cuando la luz del sol, que es blanca y está compuesta por diferentes colores: rojo, naranja, amarillo, verde, azul, índigo y violeta, interactúa con las moléculas de aire en la atmósfera.

Cuando la luz solar entra en la atmósfera, los colores con longitudes de onda más cortas, como el azul y el violeta, se dispersan en todas direcciones más que los colores con longitudes de onda más largas, como el rojo y el amarillo.

Aunque el violeta se dispersa más que el azul, nuestros ojos son más sensibles al azul y también hay menos luz violeta en la luz solar directa. Como resultado, percibimos el cielo como azul durante el día.

Nuestros ojos son sensibles a esa luz azul; es una gran comparación al explicar cómo mis ojos la ven a ella. Es como esa misma luz: mis ojos son demasiado sensibles cuando la miran fijamente; mis ojos se van consumiendo lentamente.

Y esa luz solo la transmite ella.

Estoy bajo su cielo, bajo el cielo de su mirada.

—No tienes que irte; solo fue un accidente provocado por mí. Yo te incité. Perdóname.

Pensé que podría quedarse.

—Ya no puedo regresar, profesor.

Ya era tarde; siempre lastimaba a los demás con mis malos comentarios y mi mal carácter. Por mi hermana, estaba cambiando; había visitado hasta a un psicólogo para mejorar mi ira y no lastimar a las personas que amaba. Hasta ahora, había tenido un gran avance.

Pero me sentía como un gran idiota por haber hecho que se fuera.

—No voy a presionarte, hermano —exclamó Derek—. Pero creo que no debiste decirle que la echabas de las clases.

—Ya lo sé, pero en todo caso ella está loca; es una fiera. Me ha dejado cuatro puntos en la ceja. No entiendo por qué, de un momento a otro, vi dolor en sus ojos.

Derek puso su mano en mi hombro, tratando de darme apoyo.

—Quizás esa fiera tiene alguna espina entre los dientes.

No pude evitar reírme ante su comentario.

—No te rías; sabes a dónde quiero llegar. Y en el fondo, seguramente siente algo por ti.

Lo miré incrédulo, con una ceja levantada.

—No, para nada; ella me odia. Es que podrían notar todos mis alumnos a tres kilómetros que estoy enamorado hasta la médula de ella.

Caminé hasta la camilla donde dejé mis cosas y encontré a la enfermera que me puso los puntos. Con las manos en las caderas, me mira enojada.

—Señor D'Angelo, tiene que descansar; nada de fijar la vista ni bajar la cabeza. Por favor, siga las indicaciones.

Derek se pone a mi lado y la mira con una sonrisa.

—No se preocupe; haré que este gran idiota obedezca. Si no, llamaré a su loca personal.

Lo miré con rabia y él me sonrió, encantado por su broma.

—Una chica muy guapa —contestó la enfermera, que tendría aproximadamente 60 años.

No entiendo por qué a esta edad las personas son tan entrometidas.

—Como si no lo supiera —digo en voz baja—. Ella es un gran cielo y estoy bajo él.

—Te he escuchado, hermano —exclama Derek divertido—. Podrías escribir poemas; estoy seguro de que se te daría muy bien.

—No digas estupideces.

Eso me hace recordar sus poemas, los que quemó por mi culpa. Eran de ella; y ese chico que describía, estaba furioso porque pasaban los meses y los años y ella no se daba cuenta de que siempre intentaba acercarme.

Parecía un lobo encerrado con cadenas y yo solo intentaba acercarme para admirarlo.

Después de un largo rato en la carretera, llegamos a casa y allí estaba él, como siempre, acostado en el gran sillón verde de la sala, con un porro entre sus dedos y los ojos rojos vidriosos.

—Hugo, hermano, ¿pero qué haces? —dijo Derek mirándolo con tristeza.

—Yo no me meto en sus asuntos, por lo tanto ustedes no se meten en los míos —exclamó él muy pasivo.

—A ver, Derek, déjalo. Lleva en nuestro piso dos años; es responsable después de todo.

Él se levanta del sillón, nos mira mal, camina hacia su habitación y tira la puerta de un gran portazo.

—Sí, y en estos dos años hemos tenido en nuestra casa a un ermitaño. ¿Qué hace él? Tenemos que ayudarlo.

—Cuando él quiera que lo ayudemos.

Me tiro en el sofá y enciendo la televisión. Derek se marcha a su habitación dejándome solo; en ese momento escucho la puerta abrirse y entra Zoé por ella.

—Zoé, hermana, ¿cómo te fue en la universidad?

Ella me mira con aburrimiento y, como en estos últimos años, hace lo mismo.

—Estoy bien.

Y se va a su cuarto.

Ya no hablamos como antes; siento que a veces habla más con Hugo que conmigo o con Derek. Ellos se han vuelto muy buenos amigos. Al menos sé que él nunca le daría de sus drogas a mi hermana, pero ella está mal y sé que le sucede algo. No es la misma; sigue triste y no he podido ver más su linda sonrisa.

Me voy a mi habitación y me preparo para salir; algo en mí me mueve. Tengo que salir a buscarla; mi corazón está inquieto y me dice que todo cambiará.

Algo va a cambiar.

Entro al cuarto de baño y me doy una ducha. Al salir está Derek mirándome con una ceja alzada.

—¿A dónde vas? —pregunta desconcertado.

—A buscarla —digo dirigiéndome hacia mi habitación.

—Espera. ¿A quién?

Cuando entro me voy preparando, buscando las llaves de mi auto y algunos papeles.

—No puedes salir, Said D'Angelo; no ves que tienes que descansar esa herida.

—No puedo —digo desesperado—. Tengo que buscar a Bianca; no sé ni su apellido ni la edad que tiene; no sé nada de ella realmente, y algo me inquieta. Tengo que encontrarla.

—Está bien, yo voy contigo.

—No, tú te quedas cuidando a mi hermana. Derek, cuídala como...

Él no me deja terminar.

—La cuidaré como si fuera mi propia vida.



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En el texto hay: 25 capitulos

Editado: 01.07.2025

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