Bajo La Superficie

Capítulo 7 - Parte2

Narrador Omnisciente:

En el mundo hay diferentes adicciones, y cada una de ellas, dependiendo de lo que sean, hará daño sin lugar a dudas a aquel que esté en vicio de ellas.

¿Recuerdas que te dije que en las noches en que el cielo estuviera más despejado miraras las estrellas? Yo quisiera verlas, por eso, ahora que tú puedes verlas y descubrir el secreto que esconden, te lo digo, para que no desaproveches el tiempo haciendo cosas inútiles en un mundo falso e inútil.

Aquella noche no había estrellas, las nubes negras cubrían el cielo, pero eso no me detuvo; Bianca pudo mirar las estrellas.

Nacemos en esta vida con las verdades, experiencias y heridas de alguien más.

Si este no es el camino que vinimos a vivir, si no nos dan la oportunidad de encontrar lo que queremos, de conocernos, en algún momento el camino se tuerce por más que nos proteja... o nos perdemos.

Muchas veces las personas que más odiamos y amamos son enviadas a nuestras vidas para despertarnos. Si las echamos a la calle, probablemente vendrá una nueva persona a tomar su lugar, es inevitable. Buscamos nuestro camino, nuestra propia verdad, y de a poco podemos curar nuestras heridas. A veces, de la mayor desgracia de nuestras vidas podemos renacer. Lo hermoso es que si una persona cambia, todo cambia a su alrededor. Mientras busquemos la felicidad, todo estará bien.

Hugo Greco:

Recordaba perfectamente como terminé aquí.

Mis ojos se abrieron de apoco, sentía tanta pesadez en el cuerpo que deseaba con todas mis fuerzas volver a dormir y no despertar por un largo tiempo o simplemente no despertar nunca.

Lo estaba deseando; aunque nunca haya sido mi intención terminar en este hospital.

A penas mis ojos se estaban acostumbrado a la luz de la gran lámpara que yacía en el techo, pero sabía perfectamente lo que estaba ocurriendo y porqué, simplemente por el echo de que esta no era la primera vez.

Igual que recordaba aquella noche, recordaba perfectamente la primera vez, nunca podría olvidarla. Levanto mi mano derecha, y siento un peso que la retiene, enseguida me doy cuenta de la vía que tengo puesta, miro hacia arriba y veo el líquido transparente como corre por todo aquel tuvito blanco hasta mi vena.

Siento un ardor en la garganta que antes no sentía. Intento hablar y es cuando me doy cuenta de la sequedad en mi garganta. Necesito un vaso de agua, la sed me quema lentamente. En ese momento, una enfermera entra a la habitación y, al verme despierto, una sonrisa se dibuja en su rostro.

— El chico guapo ya está despierto — exclama con confianza. —¿Qué necesitas? — pregunta mientras retira la bolsa vacía del suero.

Yo, con mi mano izquierda, señalo el vaso vacío que descansa en la mesita cerca de la cama.

— Agua — afirma con una sonrisa. — Enseguida vengo a traértela junto con el médico para que te vea.

Ella, sin borrar su sonrisa, toma el vaso de la mesita y la bolsa vacía de suero, que cambia por una nueva, y se echa a andar fuera de la habitación.

En unos segundos estoy nuevamente solo y siento que el ardor de la garganta me desespera poco a poco, frustrándome en el proceso.

Después de unos minutos, la enfermera entra con un vaso de agua; detrás de ella llega el doctor que me atendió, con una sonrisa en el rostro.

—Bueno, bueno, qué bien que ya te has despertado, Hugo.

La enfermera llega hasta mí y me ayuda a beber el agua. Siento cómo mi garganta se va refrescando y la incomodidad se va aliviando.

—¿Mejor? —pregunta el doctor.

—Sí —hablo por primera vez con la voz un poco ronca.

—Perfecto. Tienes que mantener reposo; enseguida vendrá la psiquiatra que te atenderá.

—Está bien —digo respirando profundo.

—La señorita Zoé quiere verlo, ¿la dejamos pasar? —pregunta la enfermera mirando al doctor.

—¿Te sientes bien para recibir visitas? —me pregunta el doctor.

—Sí, quiero ver a Zoé —respondo con un poco de dificultad.

La enfermera, al notarlo, me acerca un poco más de agua, que tomo sin dudar.

—Si te vuelves a sentir incómodo, bebe un poco de agua pero moderadamente. Si sientes dolor o dificultad para tragar, me llaman enseguida. ¿De acuerdo?

—Está bien.

La enfermera y el doctor salieron de la habitación, y después de unos minutos Zoé entró. Sus ojos estaban rojos, un claro indicio de que había llorado; caer en cuenta de eso me hizo sentir miserable. Llevaba un vestido blanco con detalles rosados, su cabello rizado estaba suelto como siempre; le encantaban sus rizos, lo sabía perfectamente.

Ella se acercó a mí con la mirada en el suelo. Se veía descompuesta, y pensar que el hecho de que estuviera así era por mi culpa, por no aceptar ayuda, me dolía. Pero al verla así, me prometí que haría todo lo posible por limpiarme de la adicción.

—¿Cómo te encuentras? —me pregunta en un susurro.

—Estoy bien —le digo suavemente.

Alzo mi mano para alcanzar la suya; ella, con una sonrisa, se acerca más y toma mi mano entre las suyas.

—Me asusté demasiado —comienza a hablar con dolor en sus palabras—. Cuando Said me llamó, pensé que cuando yo llegara ya estarías muerto.

Al decir la última palabra se quiebra y comienza a llorar silenciosamente, cubriéndose la boca con la mano. Trato de hacer algo para que deje de llorar, pero me encuentro sin saber qué hacer.

—Hugo, me asustaste demasiado —exclama entre sollozos—. No quiero que te pase nada; eres como mi hermano, quiero que estés bien.

Ella se acerca más y toma con sus manos mis mejillas.

—Prométeme que pondrás de tu parte para la desintoxicación, que harás lo que te digan y que, si es necesario, irás a un centro de ayuda.

Respiro profundamente; no puedo decirle que no, no cuando me mira con ojos cristalizados.

—Lo intentaré, Zoé. Estaré bien, preciosa. Estaremos bien.

Ella respira profundo y me mira con una sonrisa; me abraza fuertemente y deja un beso húmedo en mi mejilla, haciéndome estremecer.
Las horas habían pasado; después de que Zoé me volviera a pedir que le prometiera que haría todo lo posible por curarme, y yo le dijera nuevamente que no se preocupara, que haría todo lo posible, ella se marchó, con un poco de dudas y con los ojos cristalizados. No quería irse, quería quedarse conmigo y ayudarme, pero podía ver en sus ojos el cansancio; le estaba pasando factura. Sabía que tenía muchos problemas en la universidad y algunas pruebas pendientes. Su terror a los exámenes era muy serio.



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En el texto hay: 25 capitulos

Editado: 29.07.2025

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