Bajo las alas del bosque

Capítulo 4

—¿Estás sorprendida? —preguntó Aragorn una vez que todos se habían marchado.

Angeline frunció los labios, recordando sus palabras sobre el rey de los elfos.

—La verdad es que sí. No esperaba que fueras de la realeza, aunque tu vestimenta sí revela algo de tu posición.

Él soltó una sonrisa irónica.

—Disculpa por lo que dije sobre tu padre. Creí que él sabía todo lo que ocurría.

—No te preocupes —respondió el—. No puedo controlar lo que piensan los demás de nosotros, especialmente cuando las pruebas parecen estar en nuestra contra. Pero dime, ¿cómo comenzó todo esto? ¿Cuándo?

—Caminemos —propuso Angeline, y juntos avanzaron por el sendero, sus pasos amortiguados por la mullida hierba.

El canto de los pájaros los acompañaba, pero ninguno de los dos prestaba atención a la armonía del bosque. Estaban sumidos en pensamientos que pesaban más que la bruma matinal que flotaba entre los árboles.

De pronto, un galope rompió la quietud. Era Dark, el caballo negro de Aragorn, regresando junto a su dueño.

El elfo chasqueó la lengua.

—Traicionero.

El animal se acercó y rozó su hocico contra la mejilla de Aragorn, como si se disculpara. Angeline observó la escena con una mezcla de ternura y curiosidad. Pocas veces había visto a un elfo vincularse así con una criatura.

—No me convencerás tan fácilmente —bromeó él, mientras Angeline contenía una risa.

Cuando Aragorn la miró entrecerrando los ojos, ella desvió la mirada y soltó una pequeña carcajada.

—Mejor sigamos. Espero que esta vez no me vuelvas a dejar solo, Dark.

El caballo relinchó como en señal de aprobación.

Durante el primer tramo del camino guardaron silencio, hasta que la hada rompió el silencio, su voz apenas un susurro.

—Hace unos meses recibimos una carta proveniente de tu reino. Decía que un representante del rey vendría con una petición.

Aragorn frunció el ceño, atento.

—Cuando aquel día llegó, lo que comenzó como algo provechoso para ambas razas, terminó de la peor manera posible. Nos exigieron entregar a algunos de los nuestros para así continuar con la paz, o de lo contrario nos matarían a todos. Al principio no sabíamos si era una broma o no.

Sus ojos se llenaron de lágrimas contenidas.

—Los elfos comenzaron a encerrar hadas en jaulas. Como si fuéramos animales. Nos quitaron nuestra libertad… nuestro derecho a existir.

El corazón de Aragorn se tensó ante sus palabras. Aquello no podía estar ocurriendo en nombre del rey. De su padre.

—Los guerreros de nuestra aldea lucharon para evitarlo, pero ustedes son superiores en batalla —continuó Angeline—. Además, sólo dos o tres de nosotros tienen magia, incluyéndome a mí. Cuando intenté lanzar bolas de fuego, el anciano líder me lo impidió. Al principio no entendí, quería destrozarlos, pero luego comprendí que si lo hacía, yo sería su primer objetivo.

Desde entonces, cada mes aparecen en nuestra aldea con la misma orden, que supuestamente proviene del rey, tu padre. Como habrás visto, también sucede con las demás criaturas.

Lo que no entiendo —añadió con la voz temblorosa— es cómo lograron entrar al Bosque Mágico. Se supone que las almas corrompidas no tienen permitido el paso.

Aragorn apretó las manos mientras caminaba, su mirada oscurecida por una rabia creciente. ¿Quién fue capaz de hacer algo así? ¿Y por qué?

—¿Puedes describirme al elfo que entregó la orden? —preguntó, deteniéndose bajo un roble centenario.

Angeline meditó unos segundos, cerrando los ojos como si evocara una pesadilla.

—Nunca nos dijeron su nombre. Tenía el cabello blanco y ojos negros. En la nuca lleva la marca de una estrella.

—¿Una estrella?

—Sí. De cinco puntas. Era tan oscura como el carbón, parecía quemada sobre su piel.

Aragorn nunca había visto esa marca, aunque admitía que no había prestado atención a la nuca de los miembros de la corte. Una marca así no pasaría desapercibida. ¿O acaso sí?

—Lo averiguaré —prometió con firmeza, sintiendo el peso de una misión que apenas comenzaba.

Ella asintió, satisfecha con su actitud. Le había demostrado que era distinto a los demás. Por eso, decidió proponerle algo.

—Hagamos un trato.

—¿Sí? —preguntó él, clavando sus ojos en sus intensos ojos turquesa.

—Me has hecho confiar en tu buena voluntad. Quiero que seamos aliados. Tú me necesitas, y yo te necesito. Supongo que no conoces mucho más que tu reino, ¿me equivoco?

Aragorn negó. Era la primera vez que cruzaba los límites del Bosque Mágico. Todo lo que sabía, lo había leído en libros o escuchado en canciones.

—Yo te ayudaré a descubrir adónde llevan a los prisioneros. Conozco estas tierras como la palma de mi mano. A cambio, quiero que me informes de cada avance que consigas. Sé que puedes con esto, pero necesito estar al tanto de cada paso que des.

El elfo acarició la barbilla, pensativo. Si aceptaba, podría pasar más tiempo a su lado. Y siendo sincero, la idea de verla nuevamente lo emocionaba. Era un riesgo... pero uno que valía la pena correr.

—Está bien. Es un trato —dijo, deteniéndose y extendiendo la mano.

Angeline la tomó, sellando el acuerdo con firmeza.

Continuaron el camino hasta llegar a un precioso prado cubierto de vegetación exuberante. El sol iluminaba las flores, pintando el paisaje con colores vibrantes y aromas dulces.

—Esto es precioso, casi como el Bosque Mágico —susurró Aragorn.

—Lo sé. Ya casi llegamos a mi hogar. Aquí nos despedimos. No pueden verme contigo. Debe ser un secreto.

Él asintió, comprendiendo. Algo en su pecho se encogió.

—Dark te guiará de vuelta. Hasta pronto —dijo, dándose la vuelta para marcharse.

—Espera...

—¿Sí?

—¿Cuándo te veré de nuevo?

La hada soltó una pequeña risa, luminosa como el viento.

—Tranquilo, cuando menos lo esperes, te buscaré.

De repente, Angeline desapareció en un abrir y cerrar de ojos ante la mirada atónita de Aragorn.




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