Bajo las alas del bosque

Capítulo 6

Aragorn

La puerta del cuarto de Aura apenas se cierra cuando empiezo a hablar. No espero a que me pregunte nada. Las palabras fluyen. Le cuento todo. Cada detalle. Desde mi encuentro con Angeline hasta la emboscada de los elfos, el duende encadenado y el trato en el prado. No omito nada. No podría. Ella es la única persona en la que confío por completo.

Aura escucha en silencio al principio, sentada al borde de su cama, con la espalda erguida y las manos apretadas sobre las rodillas. Sus ojos muy abiertos apenas parpadean, y sus labios forman una línea tensa. Pero cuando menciono el trato que los elfos ofrecieron a las hadas —entregar a los suyos o morir— su cuerpo se transforma. Se pone de pie como un relámpago.

—¡Malditos gusanos! —grita, caminando de un lado a otro como una fiera enjaulada—. ¡Los mato! ¡Juro que los mato! ¡Tenemos que detenerlos!

Sus puños están cerrados, los nudillos blancos de la furia. El fuego de su temperamento ha despertado por completo, y aunque otros puedan temerle cuando se enoja, yo la conozco demasiado bien. No son palabras vacías. Aura no amenaza, actúa.

—Tranquila —digo, con voz firme pero suave—. Yo me encargaré. Voy a descubrir quién está detrás de los secuestros. Te lo prometo.

Se detiene en seco. Su cabello dorado cae sobre sus hombros con desorden, y su respiración es agitada. Entonces levanta la mirada. Sus ojos celestes, normalmente cálidos, han perdido su luz. Son dos cristales helados, cargados de oscuridad. Un escalofrío me recorre la espalda. Esa mirada… no se la había visto desde que murió uno de nuestros guardianes en la frontera norte.

—¿Estás bien? —pregunto, con cautela.

Ella sacude la cabeza y, poco a poco, su sonrisa regresa.

—Eso intento —responde, exhalando profundamente—. Pero tengo tanta rabia que me cuesta no salir corriendo con una espada en mano y ajusticiarlos yo misma.

Sonrío de medio lado. Sé que lo haría. Aura no es la típica princesa delicada de los cantos élficos. Es una guerrera. Una estratega. Aunque me lleva dos años menos, apenas le gano en combates cuerpo a cuerpo. Hemos entrenado juntos desde que aprendimos a caminar. Ha visto lo peor de nuestra raza y nunca ha tenido miedo de enfrentarlo. Y si fuera por ella, ya estaría afuera, buscando culpables y cortando cabezas.

—Entonces —le digo—. Ayúdame a encontrar al culpable. Tiene una marca de estrella en la nuca.

Sus ojos vuelven a brillar, esta vez con entusiasmo, pero no es una luz inocente. Es la chispa de una mente que ya está planeando, que huele sangre.

—Lo haré. Y si lo atrapo… —dice, sonriendo con una chispa macabra que me resulta inquietantemente familiar— lo torturaré hasta que suelte cada palabra.

Niego con la cabeza, sin poder evitar reírme un poco. Ese lado oscuro que pocos conocen de Aura es parte de lo que la hace única. Una parte que admiro, aunque no siempre lo diga en voz alta. Pobrecito el elfo que algún día intente desposarla. Si es que alguien tiene el valor de intentarlo.

Aura cambia de tema de golpe, con esa ligereza repentina tan suya.

—Oye, hermanito… ¿Así que la hada es tan hermosa como un ángel?

—¿Qué? —pregunto, sintiendo cómo la sangre se me sube al rostro.

—Eso fue lo que dijiste —me recuerda, cruzándose de brazos—. ¿O ya se te olvidó?

Me quedo sin palabras. Pero, al final, respiro hondo y decido ser honesto. ¿Para qué negarlo?

—Sí —confieso, con voz más baja—. Es la criatura más hermosa que he visto.

Aura abre la boca en forma de “O” exagerada y grita con tal fuerza que me retumba en los ídos.

—¡Aragorn! ¡Tengo que conocerla!

—¿Qué? —la miro como si le hubiese salido una segunda cabeza.

—¡Tengo que conocer a mi futura cuñada!

¡Por los dioses! Esta sí que se volvió loca.

—¿Te das cuenta de que es un hada? ¿Y yo un elfo?

—¿Y qué? —responde encogiéndose de hombros, como si dijera que llovió en primavera—. ¿Cuál sería el problema?

—¡¿Problema?! ¡Por los cielos, Aura! ¿Se te escaparon los pavos al monte?

Frunce el ceño, confundida.

—¿Qué dijiste?

—¡Que te has vuelto loca!

Suspira con teatralidad, como si hablara con un niño testarudo.

—No estoy loca, Aragorn. Ya lo sabes. Veo el futuro. Siento las cosas antes de que pasen. ¿O ya se te olvidó lo intuitiva que soy? ¿Alguna vez me he equivocado?

Maldición…

Tiene razón.

Desde pequeña ha tenido un sexto sentido. Una habilidad inexplicable para anticipar lo que va a pasar. Y hasta ahora, nunca ha fallado.

Pero si lo que dice es cierto… entonces estoy ante algo más que una alianza entre especies. Estoy ante un amor prohibido. Uno imposible. Jamás ha existido un vínculo entre un elfo y un hada. Ni en esta generación, ni en ninguna de las anteriores. Sería un escándalo sin precedentes. El consejo me destruiría. Mi padre se deshonraría. Y ella… Angeline… pagaría por ello.

—Hermana, eso no va a pasar —le digo, aunque ni yo mismo sueno convencido—. ¿Te imaginas qué dirán nuestros padres? ¿El consejo? ¿Y si… si naciera una criatura mitad elfo, mitad hada?

—¿Y qué importa? —replica sin dudar, con ese tono que no admite réplica—. En el corazón nadie manda, Aragorn. Y ya cállate, porque eso pasará. Te lo aseguro.

Me río, agachando la cabeza. No lo admito en voz alta… pero parte de mí desea que tenga razón. Parte de mí quiere imaginar que un futuro así es posible. Un mundo donde no importen las razas, ni la sangre, ni las reglas antiguas.

Pero no ahora.

Ahora hay una amenaza más grande. Y debemos detenerla.

—Lo más importante ahora —añado— es descubrir al traidor. Estaré presente en la próxima reunión del consejo.

Aura asiente, la sonrisa ha desaparecido, y en su lugar solo queda determinación.

—Hazlo —dice, con una expresión de hielo y fuego—. Y cuando lo encontremos… deseará jamás haber perturbado la paz del Bosque Mágico.




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