Angeline
El prado quedó atrás, pero mi corazón aún late con fuerza por lo que acaba de ocurrir.
¿En qué momento confié tanto en un elfo?
El viento del bosque lleva consigo el murmullo de advertencias.
No bien me alejo de Aragorn, la calma que fingí se quiebra dentro de mí como cristal bajo presión. Vuelvo a mi forma natural en pleno vuelo: alas extendidas, cuerpo liviano como el rocío.
Cruzo los cielos en zigzag hasta alcanzar el claro oculto tras las lianas encantadas, justo donde la niebla nunca se disipa. Ahí, el escudo de protección de mi aldea aún brilla, pero más tenue que antes.
Y eso me asusta.
—¡Angeline! —Una voz familiar me recibe apenas mis pies tocan el suelo. Es Thalia, mi mejor amiga, una hada de cabello violeta y ojos severos.
—¿Qué ha pasado? —pregunto, leyendo el pánico en sus alas temblorosas.
Ella no responde de inmediato. Me toma del brazo y me guía entre ramas y flores heridas. Algunas plantas lloran savia negra. Eso solo ocurre cuando la magia del bosque está enferma.
—Aparecieron esta mañana —dice Thalia—. No entraron, pero dejaron algo. Una advertencia.
Me muestra el objeto: una jaula vacía colgada de un árbol. Hecha de hierro negro, con plumas quemadas en su interior.
—¿La viste? —pregunta—. Es una amenaza directa.
—Sí —susurro, sintiendo un nudo en el estómago—. Quieren que sepamos que no se detendrán.
Reúno al consejo de las hadas de inmediato. Las más viejas apenas pueden mantenerse erguidas, sus alas desgastadas por los siglos. Las jóvenes están aterradas. Pero todas me miran con esperanza.
Y eso duele más que el miedo.
—El reino élfico niega estar involucrado —digo—. Pero descubrí algo. Alguien dentro de la corte está actuando por su cuenta. Usando el nombre del rey para justificar estos secuestros.
—¿Y por qué deberíamos creerle a un elfo? —resopla la anciana Olyna, con voz como corteza seca.
—Porque este no es cualquier elfo —respondo con firmeza—. Es el príncipe.
Silencio. Un murmullo se extiende como una brisa entre las alas.
—¿Estás diciendo que hablaste con él? —pregunta otra voz.
—Más que eso —admito—. Hicimos un pacto. Se arriesgó para defender a un duende. Puso en duda a los suyos ,y me creyó.
—¿Y tú le crees a él? —pregunta Olyna, con un deje de lástima en la mirada.
Quiero decir que no. Que solo estoy usando sus recursos para nuestra causa.
Pero sería mentira.
—Sí —susurro—. Le creo.
No me aplauden. Pero tampoco me rechazan. Solo asienten, como si supieran que lo inevitable ha comenzado.
Cuando cae la noche, subo a la colina donde la luna toca el lago. Ahí dejo que mis pies se hundan en la orilla. Me miro reflejada en el agua y no veo a la hada que era antes.
Ahora soy parte de algo más grande.
Algo más peligroso.
Mis pensamientos se interrumpen cuando Thalia llega volando, los ojos desorbitados.
—¡Angeline! ¡Viene algo hacia aquí! ¡Desde el norte!
—¿Qué es?
—No lo sé. No es elfos. Pero... no es natural.
Me pongo de pie, los sentidos en alerta. El bosque tiembla. Las luciérnagas se apagan. Y una sombra rasga el cielo como una garra.
Algo nuevo está por comenzar.
Y tengo la sensación de que ni siquiera Aragorn está preparado para lo que viene.
Las raíces crujen bajo mis pies. El suelo tiembla con una vibración sutil, como si algo enterrado despertara después de siglos de letargo.
Thalia aterriza a mi lado, jadeando.
—Se aproxima rápido. No vuela, pero… no camina como algo vivo.
La oscuridad del bosque norte no es como la del resto. No hay estrellas entre las copas de los árboles. Solo una negrura espesa que se arrastra como un humo invisible.
—Llama a las guardianas del círculo —ordeno—. Que se preparen.
—¿Crees que es una bestia? —pregunta, mientras convoca con magia a las magas protectoras.
—No lo sé —respondo—. Pero viene desde el mismo lugar donde desaparecieron las últimas hadas. Si esto es una señal, no pienso quedarme mirando.
Un silbido agudo corta el aire.
Todas las luciérnagas se apagan al mismo tiempo.
Los árboles se inclinan hacia atrás, como si algo invisible pasara entre ellos.
Entonces lo vemos.
Una figura emerge de entre la negrura. No tiene forma definida al principio: es una sombra envuelta en humo gris, que flota a un palmo del suelo, pero al acercarse comienza a solidificarse. Huesos ennegrecidos. Una máscara de madera astillada, con una única marca tallada en la frente: una estrella.
Thalia retrocede.
—Eso no es un ser vivo…
—No —susurro—. Es un espíritu encadenado.
El ente se detiene justo al borde del límite mágico que protege nuestra aldea. Choca contra la barrera invisible y suelta un chillido agudo, inhumano, como si la magia misma lo repeliera.
Pero no se retira.
Levanta una mano cubierta de vendas podridas y de su palma brota un humo oscuro que empieza a carcomer el escudo.
—¡No! —grito, alzando las manos. Invoco una onda de fuego azul, la misma magia que mi pueblo me prohibió usar.
La llamarada choca contra la criatura, obligándola a retroceder… pero solo por un instante. Luego se endereza, como si nada la hubiera afectado.
—¡Angeline, cuidado! —Thalia me empuja justo a tiempo. Una ráfaga oscura pasa rozando mi mejilla y revienta el tronco detrás de mí como si fuera de papel.
No es solo un mensajero. Es un arma.
Una figura sin alma enviada para debilitar el velo mágico del bosque. Para abrir el camino.
Y si logran hacerlo… estaremos perdidos.
—No puede atravesar ahora —dice una de las magas, que llega junto a otras cinco—, pero si sigue drenando el límite, al amanecer no quedará nada.
—Necesitamos ayuda —digo, apretando los dientes—. Esto no es solo una amenaza para las hadas. Es una señal.
Thalia me mira, comprendiendo.
—¿Vas a decírselo al príncipe?
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Editado: 24.06.2025