Bajo las estrellas

CAPÍTULO 11 “SER FELIZ DURA MUY POCO”

-Ábreme, estoy abajo, me escribió Alejandro.

Era nuestro primer domingo juntos, él tenía el día de descanso y decidió pasarlo conmigo.

-Buenos días princesa.

-Bueno días, es muy pronto ¿no?, no has descansado mucho, le dije mirando el reloj que tenía las agujas en las nueve y diez.

-Descansaré después contigo, tenía ganas de verte.

-Yo también, ¿has desayunado?

-No.

-¿Quieres un poco de café y galletas?

-Si por fa.

Me fui a la cocina, puse el café en el microondas, Alejandro me siguió y me abrazo por detrás.

Yo me di la vuelta y riéndome le pregunté: 

-Puedes estas galletas, ¿verdad?

-Sí, no tienen mucha lactosa, entonces sí, comencé a reír.

-¿Y qué te gustaría hacer hoy?

-Pensaba que podríamos ir a dar un paseo por la playa, ver una película también.

-Sí, también tomar un café antes de volver a casa después del paseo.

-Vale, entonces acabamos de desayunar y vamos a dar una vuelta.

-Sí, yo no conozco mucho el pueblo, he trabajado unos meses en el supermercado pero nunca fui a pasear.

-Bien, entonces hoy conocerás una nueva zona.

-Exacto y tengo también una guía.

-La mejor de toda Valencia, confesé.

-Absolutamente, rió.

-¿De qué te ríes?

-Nada, me haces reír.

-Pues bien, prefiero este efecto que hacerte llorar, comenté sonriendo.

La mañana fue increíble. Lo llevé de la playa sur a la playa norte pasando por el puerto. Lo de mi pueblo era precioso, tenía muchísimas embarcaciones, todas con nombres y de muchos colores. Nosotros nos divertíamos jugando a elegir cuál compraríamos si hubiésemos tenido dinero. A Alejandro le encantaban los barcos con mucho espacio al aire libre, mientras yo prefería las motos de agua.

Estaba al lado del agua y Ale, por broma, fingió tirarme. 

-¿¡Que haces?!, le pregunté riéndome.

-Nada, no te tiraría nunca, bueno, si hiciera calor y el agua estuviera limpia sí lo haría.

-Entonces tendré que tener cuidado este verano, comenté.

Me miró. No me había dado cuenta que había expresado un deseo, pasar el verano juntos.

-Ya, tienes razón, mucho cuidado, me dijo sonriendo.

Lo miré y le sonríe.

Paseábamos por la playa mano a mano y conversando sobre el tiempo, los estudios, el trabajo, las series, las películas, la ciudad, todo lo que se puede imaginar. Fuimos a tomar un café. Él un café solo con hielo, mientras yo un café con leche.

-Es un poco amargo, tengo que ponerle azúcar, le dije.

-Ay, pero no te lo han dado.

-Es verdad, pues no pasa nada, me gusta igual.

-Toma, dio el suyo.

-No, qué va, lo has abierto para ti, utilízalo.

Él tomó su azúcar y lo puso todo en mi café con leche.

-Para mí está bien así, me sonrió.

-Muchas gracias, en serio.

-De nada.

Eran pequeñas acciones pero, algunas veces, las más pequeñas son las más importantes.

Era ya casi la una, así fuimos a casa, encendí la televisión y mientras preparaba la comida propuse a Alejandro que viéramos una serie que a mí me encantaba: Riverdale. Era la historia de una ciudad donde pasaban cosas malas y cuatros amigos tenían que protegerla y descubrir quién era el que hacía los daños.

Él la conocía porque leyó algunos cómics de esta serie.

Yo me puse a su lado, él me abrazó y con la otra mano tomó la mía. Era una sensación de bienestar inverosímil. Cuando nos levantamos para comer pero noté algo diferente: estaba demasiado silencioso.

-No hablas mucho, le sonreí.

-No, tengo demasiada hambre. Pero tú tampoco lo haces, añadió.

-Ya, tienes razón.

Silencio. Algo no funcionaba, pero ¿qué?

Acabamos, tomé los platos y los puse en la cocina.

-¿Quieres algo más?

-No, gracias, me dijo.

Volví al salón, él miró la hora y se puso los zapatos.

-¿Ya te vas?, me acerqué.

-Sí, pero me ha gustado la mañana. Me besó pero seguía estando raro.

-¿Qué pasa?

-Nada.

-Dime, le tomé la mano y nos sentamos en el sofá.

-Sofía, es que estoy confuso, no es tu culpa, estoy bien contigo pero aún no te quiero.

No supe decir nada. Me bloqueé, en la cabeza tenía los recuerdos de la mañana y no entendía lo que estaba pasando.

-Es mejor que vaya, salió y yo, impulsiva, lo paré.

-Alejandro, tenía los ojos húmedos.

-No quiero verte así.

-¿Pero… ya ha acabado todo?, pregunté directa.

-No, vamos hablando esta semana, ahora es mejor que me vaya, y se fue.

Cerré la puerta y me senté, empecé a llorar, sin entender que había hecho para provocar aquella reacción, una palabra mal dicha, un hecho equivocado, no lo comprendía. 

Ya lo había dicho que era un sueño, que era demasiado bello para ser real.

Ya lo había dicho.

 




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