La alarma tocó y salté de la cama. Eran las ocho, tenía una hora antes que Alejandro viniese. Por suerte, después de mucho tiempo que seguía trabajando había llegado su día de descanso y eligió pasarlo conmigo.
Había pasado ya dos meses y medios de nuestro primer encuentro, las cosas mejoraban cada vez más, erábamos capaz de entendernos sin nada, de ser felices solo estando juntos sentados en un banco. No necesitábamos nada más que nosotros.
Para aquel nuestro día especial elegí vestirme elegante: una falda pantalón azul y blanca, una camiseta azul oscuro corta, se podía ver el ombligo y, si años atrás era un problema, ahora ya no lo era más. Poco a poco veía, también gracias a Alejandro, que comencé a quererme por tal y como era. Me maquillé con un poco de sombra de ojos azul marino y la máscara. Me encantaba ponerme pinta labios pero no tenía mucho sentido porque en poco tiempo habría desaparecido, entonces preferí no ponerla.
Acabé poniéndome grandes y circulares pendientes, mi madre me los había comprados para mi cumpleaños y eran muy importantes para mí.
-Estoy abajo, leí cuando oí el móvil sonar.
-Holi amor, le dije besándolo.
-Buenos días princesa.
-¿Cómo estás?, pregunté.
-Bien ¿y tú?
-Bien, tengo un montón de planes para hoy.
-Perfecto, comentó mirándome.
-Ostia, qué guapa eres hoy, añadió.
-Todo para ti, reí.
-Eres guapa, simpática, dulce, sobre todo lista, los tienes todo tonta y ese cuerpazo que me vuelve loco, me tomó las manos y me acercó a él.
-Puedo decir lo mismo de ti, sonreí.
-Tú más.
-No, tú, reiteré.
-Shh, y me besó.
-Ay, qué chico.
-Ay, qué chica.
-¿Pasamos toda la mañana así?, le pregunté.
-No, claro, ¿Qué quieres hacer mi vida?
-Pues, eliges entre ir a pasear, ver una película, jugar con la wii, cocinar… no sé qué más, dime tú.
-Podemos salir, dar una vuelta, pararnos para beber algo, volver, cocinar, comer, ver algo la tele, jugar con la wii, perfecto, lo que quieras.
-¿Y los mimos?, pregunté con voz triste.
-¡Que tonta eres! Estos son obvios, comentó riéndose.
-No que no estaba claro, ahora no sé si tengo ganas, dejé su mano y me fui al salón.
-¿No?
-No.
Sentí que él me cogió por detrás.
-¡Déjame!
-No, no quiero.
Lo miré y le di un suave beso en los labios.
-¿Vamos?, pregunté.
-Sí.
Fuimos a pasear por la playa, como las otras mil veces, el pueblo era pequeño pero con él cada vez era más hermoso, como si el lugar cambiara de belleza dependiendo de con quien estés. ¿Increíble, no? Es absurdo como una persona puede hacer este efecto sobre ti y sobre lo que hay alrededor.
-Oh perdón, me está llamando mi jefe, me dijo mientras estábamos volviendo a casa.
-Vale, contesta.
-Buenos días, soy Alejandro Morreo...sí, ningún problema, adiós.
-No me digas que te ha dicho que tienes que hacer el turno de noche.
-Sí, un compañero se ha quemado la mano y ha pedido más de una semana de baja, pero no había avisado a nadie y entonces tengo que ir yo.
-Madre mía.
-Ya… ¿te enfadarías si me quedo otra media hora y después voy?
-Es el trabajo.
-No me has contestado.
-Esperaba de estar más tiempo contigo pero claro no puedes, no pasa nada.
-Vale, te has enfadado.
-No, de verdad, estaremos más otro día, es que contigo el tiempo vuela y quiero siempre más, ¿entiendes?
-Sí, porque a mí me pasa lo mismo, perdóname, en serio.
-No, pasa nada, no te preocupes, ya has hecho mucho, hoy has llegado después de doce horas de trabajo y son casi veinticuatro horas que no duermes.
-Lo he hecho por ti, porque quería verte y estar contigo.
Le hice una caricia y él me tomó poniéndome en sus brazos.
-No tengo ganas de ir, confesó.
-Quédate y al carajo todo.
-No estaría mal.
-Para nada.
Comenzamos a reír.
-¿Me acompañas abajo?, me preguntó.
-Claro cariño.
-Ya tengo que irme.
-Vale, puse la cara triste, habíamos pasado bastante tiempo juntos pero, a mí pareció poco.
-Te prometo que la próxima vez me quedaré más.
-Es mejor, intenté utilizar un tono de voz enfadado.
Ale sonrió. Estaba siempre hermoso, a pesar de todas aquellas horas sin dormir y cansado del turno de trabajo.
Me acerqué para abrazarlo y mirándolo dije:
Tengo que decirte una cosa, pero es complicado.
-¿Quieres decírmela ahora?
-Sí.
-Dime.
-Cariño... te quiero, era la primera vez que lo decía a voz alta.
-Y yo.
-¿En serio?, le pregunté sorprendida.
-Sí, Sofía.
Esta vez fui yo a besarlo y con las manos le toqué las mejillas. Sabía que erábamos solo al principio, pero esta era otra confirmación de que íbamos por el camino correcto.
No tenía lugar a dudas, éramos lo que muchos llaman almas gemelas, el sol y la luna, el yin y el yang. Nos completábamos, nos hacíamos bien uno al otro.
Éramos nosotros y ya está, no había nada más.