-Buenas tardes, sé que ya son las nueve y media pero necesito comprar un refresco, ¿puedo?, pregunté entrando al supermercado.
-Sí, pero veloz por favor.
-Sí, muchas gracias, dije dirigiéndome hacia el pasillo de las bebidas.
Tomé cuatros coca colas.
-Señorita, ya es la hora de cerrar, vaya a la caja, dijo una voz masculina a mi lado.
-Ahora voy, me di la vuelta, pero me tropecé y caí, por suerte las botellas eran de plástico y no se rompieron.
-¿Todo bien? Dame la mano.
Estaba ocupada en recoger lo que estaba en tierra, entonces cogí la mano del hombre y tomé mis cuatros coca colas.
-Muchas gracias, y perdona, dije mirándolo.
Sus ojos. Los mismos que me habían hecho enamorar.
-Sofía, me llamó. Mi nombre con su voz sonaba mucho mejor.
-Alejandro, era él.
-Ha pasado mucho tiempo.
-Ciento treinta y ocho días.
-Detallista.
-Como te gustaba a ti, afirmé.
-¿Cómo estás?, me preguntó.
-Pues, bastante bien, ¿y tú?, miré los dedos, no tenía ningún anillo, o quizás no lo llevaba en el trabajo.
-También yo.
-Estoy feliz que estés en Valencia.
-Fui a Andalucía pero no funcionó con la chica.
-No puedo decirte que lo siento.
-Tampoco yo lo siento, siempre he pensado en ti, así he hablado con mi madre diciéndole que no era la mujer apta para mí, intentó con otras pero con ninguna conseguimos algo, entonces hemos vuelto aquí y ella sigue buscando, pero la verdad es que la única mujer que deseo no la puedo tener.
-Tú me tienes, siempre, nunca he acabado de pensar en ti, no he podido conocer ningún otro chico porque tú eras, y eres lo que quiero, no te puedo olvidar.
-Yo tampoco cariño, confesó.
-Perdona, tenemos que cerrar, gritó la cajera.
-Ve, me dijo Alejandro.
-Ahora salgo pero te espero aquí fuera, si deseas verme.
-Sofía…
-Estoy allí, dije indicando un pequeño rincón fuera del supermercado.
Llegué a la caja llena de emociones, estaba feliz, nerviosa, triste, nostálgica. Tenía una mezcla de sentimientos diferentes entre ellos, lo único que sabía era que lo deseaba como si fuese el primer día y que aquellos cuatros meses lejos no habían servido de nada, para entender que lo quería como siempre lo había querido.
-¡Alejandro!, exclamé cuando lo vi llegar hacia mí.
-Te quiero Sofía, nunca he dejado de quererte, confesó tomándome la cara.
Nuestros labios eran muy cerca y queríamos disfrutar de aquel momento antes de volver a encontrarnos. Cuanto más me acercaba y más sentía su respiración profunda. No quitaba la mirada de sus ojos, me deseaban, igual que yo. Él no pudo esperar más y me besó, fue como la primera vez, con la única diferencia que aquel beso era nuestro deseo más grande en aquellos cuatros meses.
Cuando su lengua reencontró la mía sentí mi cuerpo explotar. Sentía lo que llaman “mariposas”, dolor de barriga, me temblaban las piernas y quería llorar de felicidad.
-¿Por qué tienes los ojos brillantes?, me preguntó.
-Porque deseaba este beso más que cualquiera otra cosa.
-Yo también y te prometo que desde hoy no te dejaré más.
-¿Y con tu familia qué hacemos?
-Mañana vamos juntos y hablaremos con ellos.
-¿De verdad?
-Sí.
-Te quiero, dije abrazándolo.
-Yo también. ¿Quieres que te acompañe a casa?
-Es mejor porque he perdido el último bus, contesté riendo.
-¿Y eso?
-Ya sé lo que significa perderte y ahora que te he rencontrado no quería perderte otra vez, entonces he preferido perder el bus que a ti.
-Nunca me has perdido, siempre estabas en mi cabeza, pensando si estabas bien, yo siempre estuve contigo aunque no lo estuviera realmente.
-Quiero que lo estés realmente.
-Sí, lo estaré.
Me acompañó a casa y delante de la puerta me dijo:
-¿Quieres que me quede?
-Sí, pero solo si tú quieres.
-No deseo nada más que esto.
Lo besé suavemente y cuando entramos en casa me abrazó fuerte, después de cuatro meses, volví a escuchar su corazón latir cada vez más rápido.
-Te echaba mucho de menos, comentó.
-Yo también.
-Hay una cosa que me encantaría hacerte.
-¿Cuál?, pregunté.
Me tocó suavemente las caderas y empecé a reír.
-No, las cosquillas no, seguía diciendo hasta tumbarme en la cama.
Me puse seria, cogí el cuello del polo que llevaba hacia mí.
Poco a poco sus manos me acariciaban el cuerpo, sus ojos miraban los míos, después de mucho tiempo lo veía feliz. Sus labios buscaban los míos dejando suaves besos y mordiscos.
Volvimos a ser una única persona y nuestras almas se sentían completas.
Me puse en su pecho, su corazón era más tranquilo, pero me encantaba escuchar su sonido.
Con una mano me acariciaba el pelo y con la otra miró el móvil.
-Es medianoche, dije, su mano se movió hacia mis mejillas, las acercó a su boca y susurró: - Feliz cumpleaños amor, dándome un beso.
-¿Te has acordado?
-Claro. Ahora tienes que expresar un deseo.
-No puedo.
-¿Por qué?
-Porque el deseo que pensaba pedir está a mi lado.
Me sonrió y me dio un beso en la frente.
Puse mi cabeza cerca de la suya y me dormí.
-Buenos días mi reina, dijo llevándome el desayuno a la cama.
-¡Buenos días mi rey!, exclamé.
¿Has dormido bien?
-Sí, muy bien, ¿y tú?
-Igual.
-Acabamos de comer ¿y después ya vamos?, pregunté.
-Sí.
-¿Puedo ir yo también?, preguntó mi madre escuchando.
-Sí, claro, dijo Ale.
-Vale, vamos todos.
-¿Estás nerviosa?, me preguntó Alejandro.
-Sí.
-No me perderás otra vez, tomó mi mano.
-Vale, vamos y hagámoslo.