Se frotó vigorosamente la cara con ambas manos, asegurándose de cubrir cada centímetro de agua que podía alcanzar. El picor en su cuerpo era tan intenso que sentía que nunca se detendría. Se miró en el espejo, con los ojos rojos e inyectados en sangre, agarrándose la cabeza y cuestionándose cada centímetro de sí mismo.
Por alguna extraña razón, Ross se sentía solo. Una sensación de opresión en el pecho se mezclaba: en la boca de un león que no podía masticar ni tragar lo que tenía en sus fauces, la vida le ponía un precio.
Las voces que había estado oyendo seguían resonando en la cabeza de Ross, que hicieron que se pusiera alerta. De pronto perdió el conocimiento y empezó a hablar involuntariamente. Al oír sus palabas, alguien lo había levantado del suelo y recogía lo que eran sus pinceles en un estante junto a las plantas de la pequeña fuente. «¿Qué haces?». Su pregunta ni siquiera tuvo una respuesta, solo veía cómo su espalda se movía de arriba y abajo mientras volvía a colocar todo en su sitio. De repente, la figura se detuvo frente al lienzo oculto en el bastidor, moviendo el pincel lentamente al compás de su pesada respiración. Estaba transpirando. Su fatiga y ansiedad eran implacables, ¿o no? No podía explicar la sensación de ardor. No le hacía falta. ¿Quién puede apreciar aquello?, preguntó Ross. «Yo siempre lo haré», la respuesta sutil volvió.
Quería saber qué era el dibujo que tenía en la cabeza y quería seguir dibujando. No era la primera vez que había tenido una visión así. Ross le había dado una palmada en la mano lo bastante fuerte como para hacerle soltar el pincel y coger la pintura. «No puedo». Era algo que se repetía una y otra vez: su padre ni siquiera entendía sus deseos, pero quizá, sólo quizá, la persona que tenía a sus espaldas sí. No por nada la pintura era por él, pero no tenía ni la convicción ni la valentía suficiente para poder decírselo. Desde su primer encuentro, su vida se detuvo en el momento justo ante esa vieja comodidad. Podía sentir la humedad que emanaba de su pecho y el olor característico que le decía que era él, incluso a distancia.
***
A la mañana siguiente, la alegría de la gente empezó a llenar las calles del pueblo y, en algunas esquinas, los caballeros cantaban. Las mujeres iban vestidas muy elegantemente con vestidos ajustados y sosteniendo pequeños paraguas en las manos, lo que las hacía parecer de alta sociedad. Mientras, otros preparaban sus puestos. Todo parecía estar muy bien preparado hasta que llegaron los guardias del rey en sus caballos de color alazán.
***
Días antes, entre las páginas de un reportaje que pedía la marcha del profesor Smith, aparecía su premonición de una rara tradición que la gente sigue llevando en sus mentes, para la época del mes de julio. Otras veces no le había parecido, pero por alguna extraña razón parecía complacido con lo que veía.
Rummage estaba junto a Smith, apretando los dientes y murmurando en secreto para sí mismo. Vanessa recordó lo que había ocurrido aquel día. El rey después solicitaría que la ciudad sea custodiada para la seguridad de todo ciudadano por motivos de la festividad, que más bien pudiese ser un matadero. En planos diferentes, pero con un mismo destino, una vida estaba por ser entregada y otra por subir al trono.
Con la puerta entre abierta sus destinos estaban marcados. Pase lo que pase, aunque se tuvieran mucho cuidado siempre se encontrarían. Ya sea entre los pasillos, en un ascensor, en el autobús… e incluso en una guerra. Estaba predestinado.
De un momento a otro todo se ponía en pausa. Se sentía internamente entre quienes lo recordaban y en quienes quería olvidarlo, pero eran castigados a seguir viviéndolo. Ross y Matthew se miraron fijamente. En cualquier otro momento, habrían sonreído en señal de reconocimiento mutuo, pero sus rostros carecían de emoción, como desgarrados. Se limitaron a bajar la cabeza y mirar las luces del cielo, liberando sus emociones internas, y luego se alejaron, volviendo a iniciar otra vez en cuenta regresiva.
Sus suspiros se sentían, pero sus presencias ya no.
La noche brevemente sin viento se había convertido en tormenta. Los ojos de Nael recorrían cada rincón de su vestido blanco con detalles dorados, devolviéndola a Vanessa a la realidad, mientras que la mirada de Ross seguía fija en el cielo desde su balcón. ¿Qué podía esperarse? Querían que todo fuese un invento. Solo que él no lo olvidaba, porque no iba a hacerlo. Lo tenía grabado en sus entrañas. Visto que fue él… solo él… por quien no podía sentir culpa, pero lo habían hecho sentir culpable y eso era lo que odiaba. Lo odiaba tanto que acabó que, aunque quiso quitarse la vida en una vida pasada, quizás entendía que su encuentro desde el primer momento era acabar con lo que no había acabado.
No era digno ni siquiera de tener dichos privilegios como su padre le decía. Quien se regocijaba con su madre en su cama, y lo había martirizado enseñándole que eso era lo correcto. Fue abusado y torturado a cuestas de lo que era ¡correcto! Por ello pintaba solamente para recordarlo. Su sonrisa lo seguía hasta la cocina y adonde quiera que iba era su mayor admirador, quien solo podía hacerlo suyo y entregarse a sus manos sin cuestionárselo.
Que un propio rey matar a su hijo en medio de lo que sabía que tal vez fuese su último reino, ¿la gente sospecharía? Pudiesen que sí, ¿no? Era su sucesor, no había nadie más… Tal vez no merecía suceder en el trono a un príncipe que no era apto para el reino. ¿Cuál era su culpa? El propio rey no podía decirlo; era una abominación.
#5060 en Fantasía
#5878 en Otros
#1705 en Relatos cortos
bestias espirituales, muerte vida y esperanza, lineas temporales
Editado: 25.01.2024