Bajo tus rugidos.

1

 La cálida y fina cobija que cubría su cuerpo comenzó a resbalarse, la tomó y se volvió a tapar. Unos cuantos gruñidos se escaparon  de su boca mientras que a lo lejos se escuchaban leves risas, unos cuantos forcejeos más hicieron que abriera los ojos sin muchas ganas de ser dulce hoy.

—¿¡Puedes parar!? —Gritó muerta del frío al causante de esa mala broma. Cerró los ojos para volver a descansar otro rato.

Una risa juguetona se hizo presente de la otra cama, abrió un ojo encontrándose con Genna, su hermana, junto a su Amber, su madre, siendo espectadora de como era levantada a la fuerza y de mala gana. Giró sobre el colchón buscando el bendito reloj y solo cuando su cerebro conectó con las extremidades e inteligencia diminuta, las agujas apuntaban las sietes y veinte de la mañana. ¡Mierda! ¡Es domingo y vienen a joderme!

—¡Ma! —Soltó un bufido quejumbroso. Con esta mujer era algo que te sacaba de tus casillas y sin mover un solo dedo. Nuevo récord.

—¡Arriba! —Terminó de abrir la última cortina que quedaba y el sol ya se había convertido en su segundo enemigo, después de la madre.

—Solo cinco minutos más... —Se cubrió la cara con la esperanza de conciliar el hermoso sueño de hace unos instantes.

La hermana pasó un buzo "nuevo" por su cabeza haciendola arquear una ceja ante tal prenda. ¿Cuándo había comprado eso? Cataleya recordaba haberle pedido a sus padres plata para comida, a lo que su respuesta fue un rotundo y grave: no. ¿Estuvo dos días sin digerir comida de verdad por una prenda de ropa? Pensó en las barbaridades que le iba a restregar en la cara con orgullo a su madre.

—Ayer te pedí que te levantaras temprano... sabes que hoy tenemos visitas y tu padre necesita cerrar un negocio. —Habló nerviosa, despistándola de los  pensamientos negativos que la inundaban. Sus ojos se posaban en los de Cataleya y luego se desviaban hacia el otro extremo del cuarto. Genna, la hermana, arqueo una ceja ante tal actitud, la observó pero achicó los hombros haciéndole entender que no sabía a qué se refería.

—Siento... siento que las cartas no están todas apoyadas sobre la mesa.— habló irónica Genna arqueando una ceja.

Cataleya se puso de pie junto a la cama vieja y esta se quejó lo suficiente para demostrar que eran sus últimos años, se acercó unos cuantos pasos lentos a su progenitora apoyando ambas manos en sus hombros tratando de calmarla. Sus ojos verdes claros expresaban un mar de sentimientos que lograban causarte malestar. Los nervios venían solo para quedarse en como ponía cara de "Es muy malo lo que voy a decirte".

—No voy a presionarte. —Acarició su piel suave— ,pero mi menstruación está en puerta y mis sentimientos están a flor de piel... lo que significa que si no me dices que está ocurriendo aquí va haber una batalla campal a muerte entre nosotras dos.—Trató de sonar lo más sincera que pudo.

Los segundos pasaban y  la mujer la analizaba como si me estuviera por soltar unos de los mejores chismes de la temporada, se tomó el borde de su camiseta acomodando algunas arrugas inexistentes de la tela y fruncía el ceño varias veces. "Oh no" Cataleya sabía lo que eran esos movimientos, está definitivamente por llorar. Su mirada se posó con preocupación en Genna buscando ayuda pero antes de poder hacer nada se abalanzó sobre ella, tomándola por sorpresa y estrujándola contra ella demasiado fuerte.

—¿Qué hice ahora? —Cuestionó con muy poco aire. Trató de consolarla acariciando su cabeza minada de canas.

—Perdón... perdón... perdón.  —Amber levantó la vista quedando la suya fija en la de Cataleya. —Hay cosas que jamás les hemo contado y yo... yo. —Se volvió a quebrar. — Necesito que se sienten y escuchen. —Cataleya miró la cama despelotada y luego a Genna, las tomó de las manos y avanzó los escasos pasos que las separaba del -casi- inexistente colchón. Las manos comenzaron a sudar, su pulso aumentó y de pronto le faltaba el aire. Era esa sensación horrible que te anticipa a un abismo lleno de cosas que se estuvieron ocultando y por más que quieras saberlas no te atreves a preguntar por miedo a las respuestas.

—No entiendo.  —Se le quebró la voz, a pesar de ser la mayor era la más sensible. Cuando algo le salía mal o no sabía como abordar el tema se echaba a llorar. —¿Qué ocurre? ¿Qué está pasand... —El timbre sonó dando aviso a la llegada de un invitado pero sabía de ante mano que esa persona era el/la causante de esa charla.

—Vistete... vistete formal. —Amber estiró sus manos y la peinó tratando de calmarla aunque ella sabía que lo hacía más para ella que para calmar a sus hijas. —Hazlo ahora.  —Se levantó de la cama yéndose del cuarto dejando aturdidas a ambas.

—¿Qué le habrá pasado? —Preguntó Genna mientras miraba con una ceja levantada en dirección a la puerta.

—No sé... pero no me gustó nada. —Comento sincera Cataleya. Su mirada se perdió en la puerta azotada de hace unos segundos, se evantó de la cama tomando -de la silla que cumplía el rol de armario ya que no teníamos ni para comprarlos- unos jeans oscuros rasgados, y una camisa azul arrugada que daban el mensaje de la mejor opción para la ocasión. Debajo de la cama se encontraban unas zapatillas, que ya apretaban pero me faltaban al menos tres meses para conseguir la plata y comprarse unos nuevos, se las coloqué completando el outfit y, para la frutilla del postre, con un peine de pocos dientes se acomodó el cabello  enredado.
Le dio otro vistazo al espejo, Genna levantó los dos pulgares y le tendió la mano.  Avanzaron así a la puerta para recibir a los invitados.

—¡No! —Los pasos se escuchaban ir y venir, un griterío se formó detrás de la puerta del cuarto de las chicas, se quedaron quietas decidiendo entre si abrir o no. —¡No las toquen!—  La voz de su padre se oyó dejándolas estupefactas.  —Pagaré, pagaré. — otras voces en un idioma que no lograba deducir hizo callarlo, pero otros ruidos que no podía distinguir se hicieron presentes.



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Editado: 22.07.2021

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