Abrió sus ojos tratando de ver a su alrededor pero no lo conseguió ya que tenía una especie de trapo rodeándole la cabeza impidiendo ver más allá. Quizo mover sus manos pero se encontró amarrada, entonces lo recuerdos vinieron de golpe: fue secuestrada.
Se empezó a atragantar con la saliva consiguiendo que se largara a llorar en cuestión de segundos
—Callate. Un golpe contra una mesa hizo que se sobresaltara en el lugar, oyendo el lloriqueo de varias chicas a su lado.
Se quedó tratando de conseguir algo que le diera la pista de dónde demonios estaba. Se escuchaban muchos pasos ir y venir pero ninguna voz más que el hombre que le hizo callar. Respiró profundo para intentar creer que iba a terminarse pronto este calvario pero no conseguió la calma y si un fuerte olor: pescado.
《¿Estoy en un muelle?》 Con las manos atadas en la espalda trató de sentir sobre que estaba sentada: un piso de madera. Olor a pescado y madera quebrada. ¡Perfecto! No estaba ni cerca de saber dónde se hallaba ya que en su ciudad no había muelles, a menos que esté en una pescaderia pero no, sabía que aunque quisiera tragarse esa no estaba en un negocio.
—Ya están todos aquí. —Esa frase le puso los vellos de punta, ¿Quiénes estaban? ¿Por qué estaban donde estaban? ¿Qué ganan ellos con ella?— Preparalas.
De a poco iba sintiendo como algunas muchachas se quejaban cuando eran levantadas o apoyadas en algún lugar junto a algún que otro adjetivo peyorativo. Unas manos grandes, secas y callosa se envolvieron en sus muñecas levantándola como si no pesara nada. Los dedos del desconocido se cerraron presionando con fuerza por si quería soltarse y huir.
—Yo hubiera preferido a tu hermana.... —Susurró en su oído y bastó para que un nudo se volviese a instalarsele en la garganta.
Un silencio sepulcral se instaló en el lugar desconocido mientras que ella estaba ajena a todo recordando la mirada perdida de la hermana. Era tan pequeña para que le arrebataran los sueños de la mano con tanta facilidad y cobardía. Sus dedos pulgares dando el okey de que estaba perfecta se instaló en su pecho como un puñal causandole un temblor, sin pensarlo irguió la cabeza llevándola hacia delante y atrás con mayor impulso estampandola contra la cara del secuestrador, le picó la cabeza por el movimiento brusco. Trató de desatarse pero no lo consiguió.
—Mierda. —Agitó sus manos y las lagrimas volvieron a salir empapandola toda. —¡No me toques!— Gritó cuando una mano grande y suave se posó en su hombro.
Los dedos del desconocido se colaron en el vendaje artesanal dejando ver que había más allá de la tela azul que estaba en su cabeza. Sus ojos recorriendo el lugar descubriendo que estaba en un galpón feo y arruinado, había una hilera de hombres de muchas edades portando armas y delante de estos, en una silla de terciopelo rojo, se sentaba un hombre con traje. Todos los trajeados miraban a Cataleya con gracia viendo el espectáculo que había montado.
—Maldita perra. —Vio como su atacante se levantaba propicionandole una cachetada que le dejó picando la cara. Cerró los ojos y ahogó otros segundos de lloriqueo.
Observó hacia la derecha encontrándose a chicas bien arregladas con vestidos elegantes y peinados que llevaron horas realizar, sus portes eran majestuosos y su semblante de niña rica dejaba mucho que desear; bajó la mirada hacia su cuerpo mirando las mismas prendas que se había colocado hacia quién sabe cuánto tiempo que estaba llena de tierra y polvo, nada más que gran parte de la camisa "elegante" que tenía puesta estaba rasgado el dobles como si un tirón lo hubiera separado.
—Y por último, mis fieles socios, se encuentra Cataleya Pilares, una fogosa latina de ojos pardos y tez pálida de tan solo 18 años. —La voz del chico le causó náuseas y su semblante parecía ser que estaba esperando que las malditas cámaras salieran ya de su escondite. —Soy todo oídos a sus ofertas. —Esperó a que hablaran aquellos pervertidos.
—20.000. —Un hombre obeso levanto su mano llena de anillos de oro pesados. Ella deseó que sacara su mirada descarada de sus pechos.
Trató de mover sus manos pero el secuestrador las volvió a tomar, ahora si, impidiendo que pudiese moverse más de la cuenta.
—25.000.— Ahora un hombre pálido había levantado su mano fina mientras la miraba con sus ojos azules.
—25.000... ¿Quién da más?— Canturreó el hombre a sus nueve que parecía tener más o menos su edad.
—30.000. —Se apresuró a decir un hombre con rasgos coreanos. Su mirada decía que no se debían meter con el por más que pareciera de juguete.
—90.000. —Sentenció un chico con suma tranquilidad, no portaba trajes o anillos caros en sus dedos, ni tatuajes a la vista. Solo una camiseta gris, una campera de gimnasia y pantalón negro. Para estar tan mal vestido le quedaba bien. Muchos giraron su cabeza quedando con sus ojos puestos en el muchacho mientras que el solo le mantenía la mirada desafiante al coordinador de las ofertas.
Cataleya desvío la vista hacia las demás señoritas presentes allí ya que empezaron a moverse tratando de llamar la atención del joven parado en la punta. Un sentimiento cercano al repudio le invadió. Abrió la boca para protestar pero...
— ¡Wow! Si que tenemos un ofertón por estos lugares. —Se puso nervioso el charlatán a su lado. —Yo... ¡Aquí lo tienen 90.000 a la una,90.000 a la dos y 90.000...!
—¡100.000! —Gritó el obeso que había apostado primero. Su vista viajaba de Cataleya, al coordinador y del coordinador al muchacho.
—Mierda... —Logró escuchar el susurro de la morocha a su lado—¿Quién mierda eres?— La desafió con la mirada. Cataleya era arbitraria de lo que estaba sucediendo a su alrededor con genuino asombro. Lo que le dejo un malestar fue que tampoco supo la respuesta ante tal pregunta.
—Vaya... —El joven coordinador se aclaró la garganta y el chico desarreglado se acercó hasta ellos con paso decidido. Era el único que no traía guardaespaldas o estaban muy bien ocultos.
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Editado: 22.07.2021