De a poco, pues parece que aquel vetusto y deslucido hombre es el único que trabaja en ello ante la mirada de los demás, los golpes de la tierra, primero contra la madera y luego contra sí misma, pronto le aíslan del ruido del exterior, pareciendo hacer cada vez más lejanos y débiles los ecos que las voces de aquellos que se hallaban presentes crean con sus, ahora, pasajeras conversaciones mientras uno a uno comienzan a retirarse del lugar en donde han despedido a su amigo, hermano, sobrino o vecino, dejándole sumido en una absoluta soledad que solo se ve superada por una oscuridad que promete ser perpetua.
Así ha acabado todo, y él no puede, sino saberse perdido para siempre en los recuerdos de quienes una vez compartieron sus vidas y anécdotas con lo que ahora no será más que un recuerdo de su existencia.
Sofocado y resignado, pero consciente, para su desgracia; no le queda más que contar uno a uno los segundos y luego minutos que trascurren ahora que se halla solo en aquel estrecho espacio que le aprisiona bajo una gruesa capa de tierra.
En ese lugar, mientras siente como su propio aliento rebota y se mueve hasta volver a su rostro luego de calentar el aire circundante, el temor poco a poco va dando paso al desconsuelo cuando pareciera que el destino quiere jugarle una cruel broma tras contar ya unas horas encerrado en su oscura y lúgubre prisión, pues siente como una repentina sensación de hormigueo ha comenzado a apoderarse de sus piernas, permitiéndole moverlas tras unos cuantos minutos de un profundo dolor tras sentir como su sangre comienza a correr nuevamente por las venas y arterias que cubren los músculos de aquellas extremidades. Pero, lejos de ser aquello un consuelo o un alivio, es, para él, un asunto cuando menos insignificante al saber que ya nunca podrá volver a caminar fuera de los rústicos muros que le contienen.
Así llega la noche y lo sabe tras haber contado los cientos de minutos que transcurrieron desde que vio por última vez el sol.
Allí, escuchando uno que otro insecto y alimaña arrastrarse por sobre la cubierta de su ataúd tras abrirse paso por la tierra, pero sin poder ingresar al mismo; ha tenido ya mucho tiempo para recordar y llorar con fugaces momentos que se proyectan ante sus ojos en la oscuridad como una animada pintura de su propia vida, entreteniéndose, aunque sufriendo también con ello, para darse consuelo tras pensar que es aquí en donde pasará los incontables siglos que restan al mundo para que, con suerte, el creador pronto tome partido en el día del juicio y se apiade de su alma para destruirle de una vez y, así, permitirle descansar por fin como corresponde y no como ahora se halla.
Es este el lugar en el que piensa, pues no tiene otra opción, en que este es el primero de los muchos días que le quedan por vivir, si es que así ha de poder llamarlo, casi inmóvil en este pequeño, caluroso y sofocante lugar, preguntándose si es esto el verdadero camino que todo mortal ha de encontrar cuando deje su vida atrás, enfrentando la cruel e irremediable epifanía de que tras una larga vida solo existe un cruel claustro consciente que se sume en la oscuridad de la desesperanza.
Pero, en su patético intento de autocompasión, más tarde que temprano se sabe sorprendido por algo nuevo e inesperado.
Con sutileza, un ligero sonido similar al crujir de tablas comienza a escucharse desde el extremo de su ataúd, como si el aplastante peso de la tierra que le cubre ahora quisiera cobrarse de una parte de su desdicha, aumentando con el correr de los minutos la intensidad del mismo como si un barco muy viejo y maltratado sé enfrentarse a una voraz e inclemente tormenta.
A estas alturas, y sabiendo que ya casi se acerca a la medianoche de su primer día como difunto, realmente el temor ya no es algo que le sea ajeno, aun cuando aquello que ocupa en su mayoría los rincones de su corazón sea la tristeza y el pesar.
Así, con una incómoda expectación comienza a preocuparse cuando el sonido de los tablones ya no solo es eso, sino que también siente como un poco de tierra ha comenzado a filtrarse desde la parte posterior de su féretro y ensucia sus pies y la blanca decoración que le rodea.
Pero, a pesar de todo y la angustia que no ha dejado de sentir desde que fue abandonado por todos en este lugar, la inquietud de saber cuál será su suerte tras ser bañado por la tierra y expuesto a los insectos y animales que le rodean le embarga con prontitud, pues, a pesar de suponer que su alma pueda ser eterna, si es que lo es, desconoce si sentirá como su cuerpo es devorado poco a poco.
Ya habiendo pasado unos cuantos minutos más, no puede, sino notar como algo extraño se presenta ante sus ojos: y, es que, a pesar de que hallándose rodeado de tierra solo debería existir una oscuridad absoluta y abrumadora, observa como junto a su pie derecho, allí donde se posa el taco de su bota, un débil haz de luz ha comenzado a filtrarse para su sorpresa, haciéndole presumir que exista la ligera posibilidad que, bajo sus pies existe algún lugar libre de tierra y oscuridad.
Entonces, y sin pensarlo, ya pudiendo mover hace un rato sus piernas, no tarda en comenzar a dar torpes patadas contra la madera, enfrentados a la férrea resistencia de un inerte montón de tablas que parecen burlarse de sus vanos intentos por romper la parte posterior de su ataúd. Así pasa un buen rato, golpeando con fuerza y desesperación mientras el calor del lugar pronto le hace empaparse por completo en un sudor que ya no es frío, sino que, para su sorpresa, se siente tan normal como una ordinaria brisa de verano; pero no logrando más que sufrir dolor en sus pies.