Por la mente del joven, que al ver como aquel ser extraño, que ahora se comporta como si fuera un gato al acecho en su postura recogida e inmóvil sobre aquella rama, no pareciera respirar incluso, pues desconoce si la naturaleza misma de la muerte es conocedora siquiera del aliento de vida que es el aire; cruzan incontables pensamientos que le llaman a huir de aquello que hace poco creyó favorable, pues le desconcierta que aquel ente que fungió como su guía y prometió enseñarle un camino en el cual fue abandonado y en el cual hoy se encuentra perdido, es ahora a lo que más teme, pues de su propia mano ha vuelto a conocer el dolor que recorre su carne con cada herida y la angustia que embarga su corazón ante la desilusión de saberse indefenso y sumido en una incierta suerte de no entender si, en unos minutos, podrá seguir respirando.
Es ahora cuando vuelve a saberse ignorante frente a lo que hoy se muestra ante él, intentando sin éxito dar explicación a lo que acontece.
Pero, al verse perdido en medio de la niebla, sin más conocimiento del mundo que un acotado campo de visión a su alrededor que le permite ver apenas un poco del camino frente a sus ojos y unos cuantos árboles y rocas a su alrededor; el desconcierto de no saber ahora si su vida, o al menos la nueva vida que parece tener después de su mortal descenso hacia este mundo extraño que se halla bajo su tumba, acabará a manos de una criatura que prometió guiarle más allá del abismo y esta niebla que hoy le cubre; o el desconsuelo que viene a su mente alimentado con mil recuerdos que nacen traídos por el calor de aquel farol que abraza con vehemencia a pesar del daño que el mismo causa con ese hierro que enrojece y abre su piel; no puede, sino aceptar que no posee control sobre aquello que le depara el correr de los minutos.
Así, su voz vuelve a oírse cuando, en un fugaz momento, el malogrado muchacho observa como los dos profundos abismos que la muerte lleva por ojos, no se encuentran clavados en su persona, sino en el farol que abraza.
– ¿Entonces, siempre quisiste dejarme sin luz?.– Habla mientras aún sonríe tendido en el camino de adoquines.– Nunca quisiste guiarme, ¿verdad?
Así, mientras siente como sobre su piel un par de lágrimas flirtean con el polvo y el lodo que yacen sobre su rostro, no puede, sino fingir un poco de valor y levantarse con dificultad para languidecer, ahora, de pie ante lo incierto.
Entonces, embargado por un sentimiento de ira y pena por igual, alza su rostro para observar a su silente acechador mientras grita.
– ¡No creas que no noté como querías que soltase el farol con cada embestida!
Pero, lejos de obtener alguna respuesta de parte de aquel impasible ente que no despega su mirada de su lumbre, la muerte ni se inmuta. Muy por el contrario, la sangre del joven se congela cuando, al mismo tiempo que una ligera y helada briza irrumpe moviendo sus cabellos y rasgadas vestiduras, la seca y pálida calavera que le observa abre su boca una vez más para hablar desde lo alto del árbol que le sostiene.
– Suéltalo.– Susurra la muerte alzando una de sus manos y apuntando con el dedo aquel metálico objeto que el joven abraza a pesar de que su piel sangra, ya no solo de sus manos, sino también desde su pecho contra el que presiona el metal de aquel objeto que, con su calor, ha deteriorado su camisa y causado una yaga en la carne del mismo.
– ¡Jamás!.– Replica sin pensarlo y con un grito para luego continuar con un evidente temblor en la voz.– Sé que quema, pero es lo único que evitará que me pierda en lo desconocido y en la oscuridad.
Así continua su llanto, dejando que una pausa ahogue el fervor de su ira que lucha contra la tristeza que le agobia y el miedo que le embarga.
Muy a su pesar, recuerda, pues no puede evitarlo, como la muerte le señaló la misma senda que ahora le atrapa sin piedad, intentando comprender el porqué de esta situación, si, a pesar de sus dudas y miedos, siguió a su guía sin reparos y le buscó con la esperanza de obtener no solo una respuesta a lo que no conoce, sino también una respuesta, por pequeña que fuera, ante la incertidumbre que le genera no conocer más de este mundo que aquel viejo túnel y la montaña arbolada de la que ahora no puede salir.
Quiere saber el propósito de todo esto y así, al menos, comprender el motivo de su posible y nuevo deceso, pues, a pesar de preguntarse una y otra vez en silencio mientras la muerte le observa, no logra comprender si ha hecho algo que le haga merecedor de tan macabro e impiadoso suplicio. Pues, advirtió hace mucho que aquellos faroles rotos y oxidados que yacen a lo largo del camino son el triste recuerdo de incontables almas que se han perdido en la desolación y el dolor que el miedo infundió en ellas al atravesar este fatídico bosque al acecho de la muerte, rindiendo su suerte y dejándose absorber por la niebla abisal que se cierne sobre todo lo que le rodea, perdiendo la única luz que la aparta, aunque sea un par de metros. Y, aún con todo aquello, decidió no rendir su fuerza ante la inclemencia de un destino incierto.
Allí, de pie en medio del camino y consumido por aquella mezcla de ira y dolor, retoma la improvisada charla que pretende mantener con aquel espectro, pensando que tales palabras serán las últimas que podrá pronunciar al creer que todo está perdido.
– ¿Cuál es tu propósito?.– Llora agachando la cabeza y cerrando los ojos.– ¡¿Qué quieres de mí?!
Entonces, y sin más aviso que un agudo y penetrante grito que resuena en cada rincón cercano, la muerte salta del árbol para abalanzarse sobre el muchacho sin dar tiempo, siquiera, para que pueda reaccionar.