Así avanza el muchacho, con prisa y desnudo mientras el ensordecedor ambiente de gritos, aullidos y aguas tormentosas le rodean, volteando por un instante para observar como aquel guardián poco a poco es reclamado también por las sombras del abismo que no han de cruzar más allá de las enormes columnas de piedra que dan comienzo a este puente.
Tras todo lo que ha presenciado y padecido, y a pesar del malicioso juramento que pesa ahora sobre sus manos que son abrazadas por el calor de la negra madera que le ha sido obsequiada; su alma podrá descansar de la aflicción, aunque sea por un corto periodo de tiempo, pues, con cada paso que dan sus pies sobre las frías losas de piedra que forman aquel puente, sabe que ha de alejarse cada vez más del siniestro Abyssus que enfrentó sumido en dolor y desgracia.
Por fin, y después de mucho, solo un pensamiento ronda en su mente: debe llegar al otro extremo y alcanzar la verde pradera que observó no hace mucho.
Entonces, y como pudo notar cuando conoció las aguas del río Estigia, pronto divisa otro par de enormes columnas de piedra que conforman el segundo y último arco de aquel lugar, indicándole que apenas son unos cuantos pasos los que le separan del final de su agónica travesía por el abismo, pues las aguas de aquel último río corren por las faldas de la enorme montaña y, al cruzarlas, por fin dejará atrás la faz de la misma.
Así, teniendo frente a sus ojos la última loza del puente, al llegar al final de aquella montaña que fuere el abismo que ya no contempla, y que ha recorrido en esta extraña y burda transición que aún no acepta, no puede, sino notar como la misma y extraña figura macabra y silente de la muerte le espera, ahora, con su rostro completamente oculto bajo la parte superior de su oscura túnica. Pero, al acercarse un poco más a ella, el desconcierto, que ya se ha vuelto costumbre en la mente de uno que se sabe ignorante de todo lo que en este lugar existe, es traído por la sutil observación de un par de suaves y delicadas manos de piel trigueña que descansan en el lugar donde antes había secas y muertas falanges.
Observa, atónito, como también la estructura del cuerpo de la Parca no es la misma que embistió su frágil y dolido ser en aquel sendero, habiéndose presentado recta y esquelética a pesar de cubrirse con los negros ropajes que porta; sino que, muy sorprendido, nota como ante sus ojos se presentan sutiles y hermosas curvas que complementan un cuerpo delgado y de apariencia amable que es cubierto hasta los pies por el mismo atuendo que ha portado desde su primer encuentro, pero que, ahora, aparenta reposar sobre un cuerpo tan real como el suyo.
Atónito frente a tan desconcertante revelación, no es consciente de los pasos que ha dado en dirección a la espectral figura que tiene frente a sí, acercándose de tal manera que, despertando por ello, un seco golpe en su estómago lo derriba de rodillas para luego ser empujado con fuerza por una de las manos de la muerte.
En aquella posición, el asombro del joven no puede, sino aumentar cuando aquella espectral mujer, utilizando el largo bastón de madera que conforma su guadaña, eleva el mentón del joven con sutileza, permitiéndole observar como, parcialmente cubierto por la sombra de su vestimenta, se presenta ante sus ojos el contorno de un rostro suave y definido que clava en él un par de ojos de aspecto frío que lucen un sutil delineado negro como el de las antiguas damas egipcias.
– ¿Eres... eres mujer?.– Pregunta sorprendido mientras no logra apartar la vista de aquel rostro que antes solo era el triste reflejo del fin de la vida.
– ¿Acaso estás sorprendido, muchacho? Si una mujer es quien te ha concedido la vida, tiene mucho sentido que una también deba ser la que te aparte del camino, ¿verdad?.– Responde esbozando una ligera sonrisa al tiempo que retira de su cabeza la cubierta de la negra túnica que viste y acomoda su largo y oscuro cabello.
– ¡¿Cómo es eso posible si antes solo eras un espeluznante manojo de huesos secos?!
A pesar de lo que desconoce, y las nuevas interrogantes que le embargan con marcada notoriedad, poco tiempo tiene para intentar asimilar la nueva apariencia de la Parca cuando, no siéndole extraña una reacción tan inesperada e impredecible, la misma se acerca con rapidez y, con la mano que mantiene libre de arma alguna, toca la oscura guitarra que el muchacho lleva consigo. Tras esto, y al tiempo que muestra una evidente expresión de disgusto y enfado en su rostro, la muerte retrocede unos cuantos pasos sin apartar la mirada de aquel objeto.
Entonces, y como si fuera un animal, la extraña y delgada mujer complementa su disgustada expresión con la exhibición de sus dientes mientras vuelve a hablar, esta vez, apuntando al muchacho con su guadaña.
– ¡¿De dónde sacaste eso?!.– Grita alzando aquel instrumento con alguna extraña fuerza, arrebatándolo de las manos del muchacho y haciendo que el mismo levite ante sus ojos.– ¡Responde sin demora!
– Me... Me lo ha dado Samael.
– Pero...– Duda la muerte por un momento.– ¡Ese infeliz!
Después de pronunciadas aquellas palabras, la molesta mujer devuelve el instrumento al joven, lanzándolo contra su cuerpo sin miramientos mientras, a pesar del evidente dolor que aquello causa al muchacho tras golpear la dura madera contra su rostro y pecho, el mismo solo sabe callar ante la posible desgracia que pueda descender sobre sí debido a la ira de la muerte.
Así, tras un par de segundos, y como si hubiera arrepentimiento en devolver el objeto al muchacho, la muerte vuelve a elevar el oscuro instrumento frente a sus ojos y, azotándolo con su poder contra el suelo, golpea el mismo con el filo de su arma, provocando que el golpe encienda en llamas la oscura madera. Pero, tras unos minutos de un sepulcral e incómodo silencio que solo se ve interrumpido con parcialidad por la agitada respiración del joven, la furia de la muerte no hace, sino aumentar cuando nota como el fuego no destruye ni aun las delgadas cuerdas de tan peculiar guitarra.