Aturdido aún, pues para una criatura como la muerte no ha de suponer un esfuerzo el mover su cuerpo a una velocidad tan alta como la que le llevó hasta allí; al despertar advierte como un par de ojos negros y pequeños le observan tan de cerca que casi pueden besarlo. Pero, antes de lograr preguntarse siquiera a quién pertenecen, el fuerte graznido de un ave negra resuena con tesón en sus oídos: aquellos dos ojos negros pertenecen a un solitario cuervo que se ha posado sobre su pecho aguardando su despertar.
Sucio y desvalido, da tumbos sin control tras apartar a la extraña criatura emplumada que se hallaba posada sobre él, pues, aun cuando ha vuelto a apreciar la luz de la realidad, su fugaz vuelta a la conciencia no le permite articular con fluidez su cuerpo, siendo presa de un letargo incómodo.
Así, cae una y otra vez de rodillas mientras aquel hombre le observa sin inmutarse, ni aun cuando aquel cuervo negro vuela raudo hasta él para posarse sobre uno de sus hombros.
Ante aquella escena de torpeza y lento actuar de parte del muchacho, la extraña figura de negros ropajes voltea ligeramente su cabeza hasta su hombro, observando al ave que no aparta su mirada de la desnudez del joven, como si pudiera ver en ella algo más de lo que en su triste aspecto se delata. Entonces, regresando su mirada en dirección a aquel que parece haber agotado sus fuerzas y permanece ahora de rodillas muy cerca de sus negros zapatos, inspira con sutileza y luego, dibujando una amplia sonrisa en su rostro delgado y barbado, habla dirigiéndose al muchacho.
– ¿Cuál es tu nombre? ¿De dónde vienes?
La voz de aquel, arisca y anodina, delata un marcado desinterés en el aspecto del joven, pues, su tono varonil no oculta que, detrás de su alta y delgada apariencia, ha de ocultarse un inmenso poder que ha apartado a la Parca de ese lugar tras entregar, de mala gana, al muchacho a su voluntad, siéndole insignificante la presencia de un simple ser humano a sus pies.
– La... Lacock.
– ¿Es bonito ese lugar?.– Continúa sin borrar la mueca de su rostro.– Cuéntame un poco más.
Pero, a pesar de lo anterior, la voz del hombre, con su apática y casi sarcástica forma de inducir una trabada conversación con el joven, no oculta un interés en algún desconocido propósito que pareciera reservar para aquel desvalido e ingenuo que se encuentra siendo observado con detenimiento por el negro cuervo que aún permanece en silencio sobre su hombro. Pero las palabras no abundan en la boca del que se halla ante su presencia, pues en la mente del joven existe el solitario y amargo conocimiento adquirido en su corta vida de que, tras la muerte, y aun cuando no hubo de creer en la existencia de un Dios o un infierno, el final de su historia ha de llegar ante la presencia de uno que reina sobre las llamas eternas de un lugar de expiación y sufrimiento como indican las escrituras, y con el cual ha pactado su alma a cambio de la suerte de evitarlo. Mas, y a pesar de haber vendido su suerte ante aquel que, ahora, comprende quién es sin siquiera preguntar su nombre, desconoce si aquello servirá de algo y, sintiendo otra vez el desconsuelo de la ignorancia, no puede, sino entregarse desvalido a su suerte.
– He venido a terminar mi historia.
– Muchacho, pero el cuento aún no termina ¡Todavía queda mucha vida!.– Responde apuntando con una de sus manos la oscura guitarra que ha quedado más atrás y, acercándola junto al joven, cual imán atrae una solitaria daga, continúa con un dejo de ironía.– Has de existir aquí y ahora en un nuevo comienzo.
– ¿Vida? La mía terminó cuando algún infeliz me apuñaló esa noche.– Responde colocándose de pie.– No veo el sentido a este golpe del destino.
Ante las palabras del joven, una ligera carcajada nace en el hombre, como si el notable desconsuelo del muchacho no tuviera sentido para él.
– De los golpes debes aprender a ser más fuerte que ayer.
– Pero...– Duda por un momento mientras observa sus manos.– No solo mi cuerpo ha sido maltratado entre bruscos embistes y duros golpes, sino también mi alma ha sentido el áspero impacto del dolor y la pérdida de mi amada. No veo como aquello ha de enseñarme a ser más fuerte que ayer.
– ¿No?.– Sonríe mirando al cuervo.– ¿Acaso no notas que estás frente al señor del Averno, el portador de luz, y no ha de parecerte extraño? Viste a la muerte de frente, te besó y caminaste hasta enfrentar la desdicha y la gloria frente a Samael.
– ¡¿Acaso eso me hará más fuerte?!
– ¡No me alces la voz! Mustio bardo bastardo.– Responde con un leve grito.
Entonces, y tras un corto momento de silencio entre ambos, aquel hombre vuelve a alzar su mano, haciendo que la guitarra llegue hasta ella y, con sutileza, la entrega al muchacho que ahora, cabizbajo, ha inclinado la cabeza apartando la mirada.
Así, vuelve a hablar, esta vez, dejando de lado aquella ironía que se hallaba presente en su voz, apartando la aspereza y desinterés para oírse, ahora, un poco más comprensivo.
– Has dejado tu primigenio dolor atrás, y ahora crearás uno nuevo. Aquello es inevitable al caminar por ese estrecho e imperceptible sendero que es el tiempo y la vida misma.– Habla acercándose al joven.– Pero, ¿no has notado que aquel instrumento es fruto de un amor que, en lugar de extinguirse junto a la llama del pasado, perduró incluso hasta este momento?