Mientras se adentran en el pueblo, que luce incontables edificaciones de piedra, madera y hormigón, muy similares al lugar donde habitó antes de llegar a este mundo, no puede evitar sorprenderse cuando, a su paso, observa como las flores y árboles que allí sé alzan como vivos adornos, no perecen ante la presencia del hombre que, a pesar de su imponente tamaño, camina por los adoquines de la calle como si de cualquiera de los demás habitantes del pueblo se tratase. Y, es que, para su asombro, incluso algunas de las personas que han comenzado a salir de sus hogares y abrir sus ventanas para disponer de la luz del alba, saludan a tan peculiar y alto visitante como si de un amigo se tratase, recibiendo la amable respuesta que ha de esperarse de aquel que, con un gesto de su mano, responde con prestancia y una alegría desconocida para el muchacho hasta ahora.
Saberse, después de tanto, rodeado de otras personas, disloca un poco al joven cantor que observa con asombro como casa tras casa, todo parece ser tan normal como siempre lo fue.
Proba sensación, siente al ver como, a mitad de la calle, una pequeña fuente circular convida su ánimo a beber sin temor de la procedencia de sus aguas.
Así, y sin detener su marcha, una fugaz carcajada nace del diablo al ver como el muchacho corre sin pensarlo hasta la fuente, abalanzándose sobre ella para beber con sus manos sin demora.
Aquel claro indicio de cansancio, pronto ha de ser correspondido por su peculiar compañero.
Poco después de que el joven haya saciado su sed, una a una dejan atrás muchas calles y esquinas mientras el joven observa pequeños mercados y tiendas que se presentan a la orilla del camino, pues, con rapidez ha notado que marchan por la avenida principal hasta algún lugar desconocido para él.
Sin embargo, sabiéndose ya en el resguardo de un pueblo, su mente descansa en seguir a Lucifer hasta hallar descanso.
Así, y tras un rato, los ojos del joven pronto observan como la avenida se divide en dos, dibujando en el centro de sus calles una enorme plaza muy bien cuidada, pues le adornan flores y árboles que jamás ha visto, y los senderos que descansan en su interior se saben iluminados por altos postes de los que cuelgan faroles de hierro encendidos a pesar de la luz del sol. Nota también, no muy a lo lejos, como todo el perímetro de aquel lugar se encuentra cercado por pequeños y bien podados arbustos que dotan de belleza el contorno de la plaza, como si el jardín de un hermoso palacio hubiera de ser aquello que se muestra ante sus ojos, pues, a lo lejos, en el centro de aquel lugar de esparcimiento se yergue una enorme y hermosa fuente que exhibe en su centro la estatua de mármol de un hombre y una mujer desnudos que se abrazan y contemplan con amor.
Mas, a pesar de tener ante sus ojos tal maravilla, no detiene su marcha, pues en la orilla opuesta de ambas calles que nacen de la bifurcación de la avenida, todavía se alzan muchas casas y edificios que poco a poco van quedando atrás conforme sus pasos se multiplican, entendiendo así que aún no han de llegar al lugar indicado.
En su andar, advierte también que aquella enorme plaza, que en su punto más ancho hace perder de vista su otro extremo, es tan larga que podría albergar con facilidad diez buques de guerra, uno tras otro, pues a pesar del tiempo que ha caminado por la calle que la bordea, apenas han llegado a la mitad.
Pero maravillarse con aquel lugar no es, sino, transitorio.
Tras un tiempo, sin aviso se detienen ante una casona de dos pisos, muy similar a la que cualquier persona acomodada hubiera de exhibir en sus propias tierras, pero esta se alza imponente del otro lado de la calle, teniendo de vista el centro de la plaza desde sus múltiples ventanas y balcones de madera.
Observa también el muchacho como a mitad del edificio, un poco más elevado que la calle, se muestra sobresaliente el pórtico del lugar, tan elegante y bien cuidado como pudiera esperarse, incluso, de la morada de su amada, recordándole por un instante aquel primer beso que hubo de robarle en sus primeros días de romance.
El diablo, que muestra claros indicios de conocer muy bien aquel lugar, no tarda en dirigirse hasta los peldaños del pórtico y subir hasta llegar a la puerta mientras el muchacho contempla asombrado la ordinaria apariencia de aquel edificio.
Pero, sin intención de quedarse atrás, pronto camina hasta llegar al lado de su alto compañero que, cogiendo una gran aldaba de bronce que adorna el centro de la puerta, llama a la misma con tres fuertes golpes en la madera.
Hoy su cuerpo volverá a conocer la protección de un techo.
Mientras esperan en silencio, y notando como aquel pórtico parece haber sido construido pensando en el enorme tamaño de Lucifer, pues, incluso con su sombrero puesto aún sobra espacio para que un solitario farol se alce más arriba; el joven no puede evitar notar como a los pies del pórtico, justo a cada lado del primer peldaño que da hacia la calle, dos estatuas en forma de cuervo adornan la entrada. Han sido talladas en madera, pero, a pesar de su apariencia bien cuidada, es imposible obviar que son tan antiguas que, incluso, a simple vista pudieran parecer esculpidas en piedra.
Aquello no ha de desconcertar al joven, pero le intriga notar la clara referencia que este mundo hace de aquel negro animal emplumado.
Pero, sin más tiempo para pensar, espabila y aparta su mirada de las estatuas del pórtico cuando, tras él, el sonido de la puerta indica que el llamado del hombre ha sido correspondido.