Sumidos en el misterio, la muchacha evita el latente llamado de su propia languidecencia sentándose con desconfianza a los pies de la cama para rendir su suerte a lo que tiene para decir el cuervo.
Con el correr de las horas, es Abak el inesperado relator de una historia que da a conocer a la desconcertada muchacha que le oye con atención y asombro, pues su mera presencia reviste poco a poco de credibilidad lo dicho en cada frase que articula con una marcada elocuencia.
Su negro plumaje y aquella voz calma y educada que enseña, con prontitud destierra de dudas y escepticismo la mente de la joven.
Pero la brisa comienza a correr con más fuerza que antes, delatando así el imparable paso del tiempo y, con ello, incomodando al animal que advierte como uno a uno los minutos mueren y hacen falta.
Cuando gime el viento, la noche promete guardar en su gélido silencio los vagos indicios que el destino depara para cada alma.
Así, despunta el alba y la brisa acaricia los tenues rayos de luz que comienzan a descender sobre el mundo, filtrándose silentes a través de la ventana de la habitación y, con su brillo, espabilando a la adormilada muchacha que, conforme las horas y las palabras del animal fueron juntándose, ahora se sabe presa de la pesadez propia del cansancio.
Necesario fue dar a conocer a la joven cuanto ha padecido su amado desde que partió de este mundo para llegar al otro.
Entonces, y comprendiendo que ya todo cuanto hubo de decirse fue dicho, Abak no puedo, sino empatizar con su pelirroja compañera, pero no sin antes marcar la senda de sus intenciones por última vez.
– No quisiera, señorita, que la fatiga y el sueño causen estragos en usted.– Habla el cuervo acercándose a la muchacha y subiendo a su regazo para acurrucarse mientras la mira.– Ciertamente, estas viejas alas también desean dormir un par de horas, pero, antes debemos conseguir alguna prenda de su amado cantor.
– Siento decir, que no poseo prenda alguna que pudiera recordarme su olor.– Contesta la joven con melancolía, agachando la cabeza.
Pero el afán del animal dista de pretender su tristeza, por lo que, rompiendo su cómoda posición, decide levantarse sin dejar el regazo de la muchacha. Allí, y sin apartar la mirada de los ojos azules de quien entristece frente a él, vuelve a hablar mientras acaricia su rostro con una de sus alas.
– Su amor adoleció de ser furtivo, lo sé.– Habla de nuevo el cuervo.– Deberemos, entonces, encontrar alguna prenda en el que fue su hogar.
Mas aquella simple empresa que ha sido sugerida por el emplumado animal, pronto despierta la negativa de la muchacha, pues recoge sobre sí el peso del dolor que ya no solo ha de afectarle a ella como su otrora amante, sino también a quienes padecieron dolor y quebranto cuando hubieron de sentir la fría faz de la madera que guardó el cuerpo de Alber en su funeral.
Si bien, la diferencia de clases entre ella y su amado hubo de despertar desprecio y antipatía de parte de su propia familia, que escandalizados por saber que su doncella sucumbió a los encantos de un simple muchacho de clase baja, orquestaron cuantas acciones tuvieron a su alcance para impedir su amor; no pudo, sino aceptar que aquel sentimiento se viera reflejado también en Sandy, progenitora de Albert, a pesar de jamás tratarla con desprecio y solo amar a su hijo incluso contra toda aquella amenaza que se ciñera sobre su relación. Pero es propio de una madre aborrecer la presencia de aquella a quien atribuye la perdida de su retoño.
Así, Jennifer solo puede contestar nublada por el miedo y la tristeza de saberse odiada sin haber hecho algo que le hiciera merecedora de aquello.
– Su madre me odia, con justa razón. Y mi padre jamás permitiría que ponga un pie en esa casa.
Pero el cuervo no se encuentra allí para aceptar el fracaso sin antes disponer sangre y sudor.
– ¿Acaso tienes miedo?.– Pregunta con ironía, apartando su ala del rostro de la joven.– Poco debiera importarte si supiste de besos y subrepticia pasión, aun tiznada de amargura y prohibiciones.
– Pero...– Balbucea antes de ser interrumpida por el animal.
– Hubo de ser provechosa la valentía y la sublevación en vida, ¿verdad? Poco creí que, después de tanto, serías cobarde.– Continúa, esta vez, dando un par de aleteos hasta el tocador que se halla del otro lado.
Tras eso, y como si hubiera de esperar una pronta respuesta de la mujer, el cuervo le da la espalda para apreciar su propio reflejo en el espejo del tocador.
Aquella acción, que incluso parece evocar un desdén que incomoda a Jennifer, pronto sacia la aparente intención con la que el ave ha hecho eso, pues, apenas unos segundos de silencio bastan para que la muchacha replique con tristeza lo dicho por el animal.
– Perdió a su hijo por mi culpa.– Contesta cabizbaja, como si quisiera contener el llanto.– Actuar de esa manera me arrebató a Albert.
Entonces, y volteando únicamente la cabeza, el cuervo contesta sin demora a lo dicho por la joven.
– Y yo te ofrezco una oportunidad de volverle a ver.
Aquello, que reviste cierta mística que la joven no guarda otra opción más que aceptar, pues un ave ha charlado por horas con ella, enciende con dolor una llama que hace tiempo creyó extinta: la esperanza.
Pero el ave se muestra decidida a tentar el ímpetu de la muchacha, por lo que continúa hablando.
– Vístete y encuéntrame en la plaza de Lacock. Apenas unas calles te separan de ella y no has de tardar en llegar.
Así, el cuervo salta del tocador y, volando hasta la puerta del balcón, la embiste con fuerza para abrirla y posarse en la baranda del mismo ante la sorprendida mirada de la joven que, tras ver como el ave ha hecho eso, se levantó de la cama y ahora permanece de pie bajo el umbral de la puerta.
– Allá te espero. Es largo el camino, pues conozco donde vive su madre, y debemos darnos prisa antes del anochecer.– Dice Abak mientras despliega sus alas y se dispone a emprender el vuelo.– Pues ha pasado ya la segunda noche y pronto ha de llegar la tercera.