Balada del diablo y la muerte: una triste canción de amor

CAPÍTULO IV pte.8 - UNA LÁGRIMA TRAS EL VIAJE: EL VIOLÍN DEL DIABLO

Qué difícil es ir siempre hacia adelante, cuando el tiempo desprende sin clemencia trozos del alma, contemplando con tristeza como tanto de uno se queda aquí. Viviendo sin más consuelo que algunos momentos clavados en la nostalgia y que el camino hace tan caro vivir, costando recordarles con el tiempo.

Algunas cosas se van, pero el corazón no olvida, han de decir los sabios.

Así, sumidos en silencio, dos almas que el destino separó vuelven a encontrarse, aun con la ilusión de saberse tan cerca el uno del otro, pues esa delgada capa de cristal ha de representar no solo un mundo de distancia, sino también una vida.

Mas, un día juraron amarse por siempre, haciendo detenerse al tiempo en un momento de gloria. Y es ese amor el que hoy vuelve a hablar desde las sombras.

– No llores, pues tu sonrisa me recuerda quién soy.– Habla el joven expresando un latente dolor en su rostro mientras posa su mano sobre el cristal.– Este humilde corazón no te olvidó.

– Tú... estabas muerto ¡Te fuiste!.– Responde ella entre llanto y aún prisionera del miedo.– No... No sé quién eres.

Pero aquel inefable sentimiento que rasga la piel de la triste muchacha que ahora calla para llorar sin freno, es comprendido por aquel soñador que moraba en su vida con cada recuerdo.

Hoy la luna no brilla igual, y pareciendo el mundo mostrar una cierta compasión por aquella alma atormentada que yace de rodillas sobre esa fría tumba, solo se oye al silencio hablar cuando, tras un par de minutos de un llanto que poco a poco se fue enmudeciendo, el muchacho se arrodilla también frente a ella, empapándose con el agua de la fuente para llorar en silencio por unos segundos antes de continuar amparado por la suave y triste melodía de un violín que se oculta en algún lugar perdido entre los dos mundos.

– Soy el bufón de todas tus sonrisas, que por tu amor mi alma es lo que doy en forma de canción.

– Pero... ¡Fuiste asesinado! ¡Estoy sobre tu tumba! Debiste haber ido al cielo.– Grita la muchacha posando ambas manos sobre el espejo mientras clava su mirada en la imagen del joven, dejando ver el rojo ardor que el llanto ha traído a sus ojos.

Pero el alma de aquel doncel se quemó hace tiempo en el dulce fuego de su amada. Y, así como antes su voz hubo de hablarle con ternura en forma de un verso, hoy posa también ambas manos sobre el cristal para corresponder con amor a quien se presenta lánguida y cansada ante sus ojos.

Aquel frío amago de contacto, pues el cristal todavía les separa, basta por un segundo para abrazar con ternura el afligido corazón de la joven, confortando con fugaces recuerdos la perdida de aquel que también llueve penas por ella.

– Quiero ascender al cielo de tus besos, mi amada flor.

– ¿Cómo puede ser posible?.– Replica la muchacha, empapando con lágrimas su pecho.

– Es una larga historia, mi amada rosa. Casi morí de frío sin ti.– Contesta volteando su mano derecha y deslizándola con suavidad por el cristal una y otra vez, como si acariciase el rostro de su amada.– Dime si la noche amenaza tus sueños.

– Cada día desde que te has ido.

Con el correr de los minutos, el paso del viento ha amainado, convirtiéndose en una gentil brisa que mueve los cabellos de la joven que han sido humedecidos por su llanto, mientras apoya su rostro en el lugar donde su amado cantor intenta acariciarla, sin importarle aquello que les separa, pues el frío del cristal y la distancia poco han de oponerse al cálido sentir de un recuerdo que renace con cada latido.

Mientras, la suave melodía del violín aún se deja oír, arropando aquel triste y mágico momento de reencuentro entre dos almas. Cada acorde que resuena en la eternidad del tiempo, baña con melancolía a los dos enamorados, como si la luz de la luna y el frío de la noche hubieran de entremezclar su etérica existencia con el suave y profundo sonido que producen las cuerdas al rozar con el arco de aquel instrumento, manejado con delicadeza y maestría por un ser que poco a poco llora sus propios sentimientos para honrar aquel momento.

Pero la paz que desciende sobre ellos, aquella que con lentitud desacelera los latidos de la joven y enjuga sus lágrimas, no solo es apreciada con respeto por el cuervo que ahora se sabe recostado en calma sobre aquel sepulcro, o la regordeta mujer que observa entre silentes lágrimas y con una gran sonrisa, como su joven compañero ha logrado ya su cometido; sino que, tras un olvidado mausoleo cercano a la tumba de Albert, dos profundos ojos se esconden para complementar una delicada sonrisa oculta por la negra túnica que les cubre.

La muerte se ha hecho presente en aquel lugar sin Dios.

Mas, aun sumido en la dicha de aquella melodía, el ave jamás ha de huir de sus instintos, y así, abriendo sus ojos en silencio, voltea sin hacer ruido alguno para advertir como la muerte derrama en silencio unas cuantas lágrimas con los ojos cerrados.

No hay tiempo que perder.

Con sutileza, el negro cuervo camina con una lentitud y diligencia propia de su clara intención, pues anhela advertir al muchacho que aquella mujer espectral es también testigo de su reencuentro. Y así lo hace, pues, colándose con cuidado junto a la joven, golpea muy despacio el cristal con su pico.

Así, el joven abre los ojos para buscar la procedencia de aquellos golpecitos que le distraen de su esperado momento, observando como el cuervo le mira en silencio del otro lado para luego, guiado por la mirada del ave que voltea únicamente la cabeza, advertir que sobre el hombro de su amada, adyacente al viejo mausoleo de frente, una delgada y trigueña mujer es bañada por la luz de la luna mientras llora en silencio con los ojos cerrados. Comprende entonces, que ante la melancólica melodía que todavía se oye, el cuervo espera que sus manos acompañen al violín en su llanto.



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En el texto hay: demonios, romance, amor

Editado: 23.08.2025

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