Balam: el espiritu del jaguar vive

3. Arrebataste la tuya.

Marina entró en shock. El cálido charco rojizo se extendió rápidamente hasta casi tocar sus zapatos. Las paredes y los lavamanos se reflejaban tétricamente sobre su superficie brillante y el penetrante olor a hierro era inevitable. Marina no sabía lo que hacía en ese momento, tenía la sensación de que había abandonado su cuerpo y que este se manejaba solo, soltó la pistola, se arrodilló para apoyar las manos y levantarse pero al hacerlo puso ambas palmas sobre el líquido viscoso y fue entonces cuando despertó de su trance. Se miró las manos manchadas de rojo, no pudo evitar gritar con todas sus fuerzas. Se limpió las manos en la ropa de manera compulsiva, pero la textura reseca y pegajosa seguía estando ahí. Marina entró en una de las cabinas del baño en busca de alejarse de esa horrible imagen y del olor óxido pero todo estaba ahí en su memoria, frente a sus ojos. Con las manos en el abdomen, se dobló sobre sí misma y vomitó tendidamente en el interior del retrete todo lo que había comido, y no se detuvo hasta que su estómago quedó completamente vacío.

Por su parte, Leonardo estaba recargado de la pared frotándose el cuello debido al dolor, el haber sido ahorcado le dejó marcas moradas con la forma de los dedos del hombre. Respiró profundamente muchas veces para recobrar el aliento. Volteó hacia abajo, sus ojos se toparon con los del cadáver que yacía a sus pies, ojos inertes, fijos, perdidos, opacos. El chico sintió que se desmayaría por la impresión, de no ser por la adrenalina que había en su cuerpo hubiera sucedido. Se quedó tan absorto en su mente que tardó bastante en darse cuenta de que Marina lloraba con fuerza, frotándose las manos para limpiar la sangre que ya no tenía encima, pero que ella seguía viendo. Pasó por encima del sujeto muerto y sacó a Marina del baño.

—¡Cállate! —dijo Leonardo igual de asustado —¡Si no te callas van a venir por nosotros!

—¡Está muerto! ¡Está muerto! —exclamó la chica mesándose el cabello, caminando en círculos como si Leonardo no le hubiese hablado —¡Yo lo maté! ¡Fue mi culpa!

—¡Fue un maldito accidente! —gruñó Leonardo soltando una bofetada en el rostro de Marina al notar que no estaba en su juicio. Mina se detuvo con una mano en la mejilla golpeada, sus pupilas retomaron un tamaño normal y volteó a ver a su amigo como agradeciendo el golpe.

—¿Pe-pero y qué haré ahora?

—Recojamos el arma y tirémosla a la basura.

—La encontrarían de inmediato, ¡y me inculparían! Mejor me la llevo y la escondo en cualquier otro lado.

Marina entró en los baños. La culpa que estaba sintiendo le ataba un fuerte nudo en la garganta, pero al menos ya estaba pensando con mayor claridad. Con mano temblorosa recogió la pistola y se la echó dentro de la sudadera. Luego volvió con Leonardo, quien la esperaba con gesto ansioso mirando a todos lados.

Los gritos aún no cesaban, provenían de la entrada principal. Marina y Leonardo se miraron entre sí como dudando entre ir a echar un vistazo o buscar otra ruta de escape. Marina no era de abandonar a sus compañeros, así que caminó despacio y con mucha cautela de regreso a los salones.

Cuando llegaron se quedaron pasmados. Faltaban demasiados alumnos, una treintena ya estaba a bordo de las camionetas y seguían capturando a más.

—¡MINA! ¡MINA! —gritó una voz conocida.

—¡¿María?! —respondió Marina girando sobre su sitio en busca de su mejor amiga.

—¡AYÚDAME POR FAVOR MARINA! —suplicó la adolescente entre chillidos y sollozos. Mina la vio. Estaba siendo arrastrada del cabello fuera de la tienda escolar —¡MARINA!

—¡No desesperes, no te voy a dejar! —Marina corrió arma en mano hacia el hombre que sujetaba a su amiga. El sujeto se volteó y le sonrió cínicamente antes de golpearla en el rostro y dejarla tirada en el piso. Aún de espaldas en el concreto, Marina le apuntó decididamente con el dedo tenso en el gatillo —¡Suéltala, bastardo! ¡Suéltala o disparo!

—Hazlo —se burló Demian sosteniendo la manija de la puerta de carga de una camioneta donde el matón arrojó a María—. Hay más de donde salió él. Además, si le disparas los demás no tardarán en cocerte a tiros lo mismo que a tu amiga. Tú decides —Marina se quedó quieta, no iba a arriesgarla —. Eso es, buena chica.

—¡Ya veras lo que es bueno cuando te ponga las manos encima!

—¡Qué tierna! La pequeña gatita saca las garras.

—No evitarás que de contigo, ¡te voy a encontrar! —las lágrimas de Marina se entremezclaron con las gotas de lluvia. En ese momento se sintió derrotada, y supo que no había manera de detener aquella cacería.

—Ah, ¿si? ¿Y cómo lo harás? Cuando lo hagas, si lo logras, no te estaré esperando precisamente con los brazos abiertos... —Demian esbozó una de sus falsas sonrisas. Marina, presa de la ira, apuntó hacia el hombre y tiró del gatillo. Una bala atravesó la pierna de Demian y no limpiamente. Soltó un alarido terrible que llenó de satisfacción a Marina de alguna extraña manera. Demian cayó al suelo tapando la herida con sus manos, ordenó que lo levantaran y subió a su vehículo. Todos los demás a su cargo hicieron lo mismo, encendieron los motores y arrancaron sin tomarle importancia a los gritos de los muchachos que llevaban cautivos.

El rostro de María asomó por una de las ventanillas de la puerta de carga. Seguía gritando, o al menos eso parecía a juzgar por la manera en que abría la boca, Marina no pudo escucharla debido al rugido de los motores y el repicar de la lluvia, aunado a unos cuantos relámpagos en las inmediaciones. Marina corrió tras la camioneta como un perro corre tras el carro de aquel que lo abandonó, con la esperanza de alcanzarlo.

—¡Te voy a encontrar María! ¡Voy a encontrarte! —gritó Marina sin detenerse. Las camionetas pasaron el camino de terracería y subieron a la calle principal. Pronto estarían en la carretera y se alejarían definitivamente. Algo que Mina no pudo soportar. Tropezó con una piedra suelta y cayó en el barro. Incorporándose a medias alcanzó a divisar el rostro de su amiga mientras se alejaba, ya no escuchaba los ruidos histéricos de los que llevaban a bordo, sólo estaba el sonido del agua encharcada a su alrededor —¡Voy a encontrarte, María! ¡Lo juro! —exclamó Marina por última vez, mirando hincada desde el lodo cómo María se iba, quizás para no volver a verla.




 




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