Basset hound. Tristemente destinados

Capítulo II. Una cita desastrosa

     

—Te prometo que estaré en casa apenas el clima lo permita —dijo con nudo insoportable en su garganta.

—No te preocupes mami, sé que llegarás a tiempo.

—¿Sabes que te amo con toda el alma, verdad?

—Sí, también yo.

—Y que voy a comerte a besos ni bien te vea.

—No, me haces cosquillas.

—Lo lamento, no puedo resistirme.

—La tía dice que te quedarás con nosotras un largo tiempo, ¿es verdad? —preguntó emocionada, ilusionada.

—Es una posibilidad, pero todavía no puedo asegurarlo; no depende de mí.

—¿Eso significa que viviremos juntas?

Akina rompió en llanto. Se alejó del teléfono para no preocupar a su hija, pero era demasiado doloroso lidiar con una realidad que escapaba a su control y partía su corazón en mil pedazos.

—¿Mami, estás ahí?

—Aquí estoy mi cielo —asintió entre sollozos camuflados.

—¿Está todo bien?

—Sí, la dueña del hotel donde me hospedo me avisó que ya estaba listo el almuerzo; eso es todo —fingió.

—La abuela preparará tu comida favorita para Navidad, pero no le digas que te dije, era una sorpresa.

—No lo haré, descuida —replicó secándose las lágrimas con el revés de su mano derecha.

—Papá llamó esta mañana…

—¿De verdad?

—Dijo que quería pasar Año Nuevo conmigo.

—No me digas…

—Volvió a decirme que me extraña, que soy la luz de sus ojos, que quisiera tenerme más cerca.

—Lo que quiere es que vivas con él —reviró con las venas del cuello reverdecidas y los ojos prendidos fuego.

—¿Te enojaste?

—No, solo me molesta que tu padre aproveche mi ausencia para sacar tajada —reviró.

—¿Para qué cosa?

—Olvídalo mi cielo, no te preocupes; yo hablaré con él cuando regrese a casa.

—Te amo mami

—Yo también corazón; hazle caso a tu abuela y a tu tía, por favor.

—Siempre lo hago.

—Más tarde te vuelvo a llamar.

—Adiós.

     Akina estaba devastada. A las dudas sobre su presencia en Noche Buena, y la decepción que eso generaría en su hija, se sumaba ahora un problema paralelo que amenazaba mucho más que una cena en familia.

—Con una disculpa sincera hubiera bastado.

—¿Disculpa? —preguntó saliendo del letargo.

—No soy tan rencoroso, no tenías que llorar para que te perdonase —ironizó Santiago a los pies de la escalera.

—Eres un tonto —sonrió.

—¿Entonces esas lágrimas no eran por mí?

—Acepto que fui un tanto brusca esta mañana, que exageré las cosas y me molesté sin razón; no soy así, créeme.

—¿Problemas?

—¿Quién no los tiene?

—Pero no a todos los hacen llorar —advirtió.

—Es una larga historia, olvídalo.

—Si mal no recuerdo, tenemos un almuerzo por delante, tiempo más que suficiente para que aproveches mis servicios gratuitos de confidente.

—Pues, falta más de una hora para que sirvan la comida.

—No me molestaría sentarme a escuchar tu historia mientras esperamos —insistió.

—No, tengo cosas que hacer.

—Eso dolió.

—¿Quién está siendo dramático ahora? —chicaneó.

—De acuerdo, tú ganas; acepto mi derrota.

—No seas tonto, te veré en el almuerzo.

—Es una cita.

—¿Disculpa? —preguntó anonadada.

—No me refiero a una cita cita; es decir, a una de esas reuniones entre… tú sabes.

—Allí te veo entonces.

     No mentía, sinceramente tenía cosas que hacer. No había visto a Jazmín desde que la dejó en el establo temprano en la mañana y era hora de cerciorarse de que todo estuviera bien. Para su sorpresa, la perra no estaba sola, pasando el tiempo entre pastizales y heno; por el contrario, estaba muy bien acompañada por otro perro de su raza con quien parecía llevarse muy bien.

—¿Pero qué es lo que tenemos aquí? —inquirió con los brazos en jarra, observando a los melosos Basset Hound revolcados uno encima del otro—. ¿Quién será ese intruso que osa acompañar a mi princesa?

     Sin pensarlo dos veces, apurada por un juicio prematuro de su mente, estiró las manos para cargar a su perra y arrancarla de las fauces de un probable perturbador de la tranquilidad, que apenas pudo observar resignado como lo alejaban de su agradable compañera.



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En el texto hay: navidad, romance, polos opuestos

Editado: 01.09.2021

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