Bastián

Capítulo III

Bastián

 

El camión de la mudanza llegó dos días después que nosotros, junto con los carros y mi moto.

Pasamos tres días enteros desde que llegamos acomodando la casa. Desempacando cajas, y sacando todo su contenido para poder ponerlo en el nuevo lugar que le correspondía.

El lunes, siendo el cuarto días desde que llegamos, mi padre sale temprano a la oficina, siendo oficial su primer día de trabajo.

Mi hermana, por estudiar en primaria, empieza clase el próximo lunes. Por supuesto, mis padres me dieron el placer de llevarla cada mañana a la escuela.

Haciendo énfasis en “placer” para que se note el sarcasmo.

El problema no es mío, no tengo problema en levantarme temprano, en cambio, siempre lo he hecho. Cierta señorita es la que no se logra despegar de las sabanas, y si llegas a despertarla es capaz de pelear contigo con uñas y garras.

Lo cual, si ha pasado.

Así que, aquí me encuentro, comiendo cereal en la encimera de la cocina, a las 5:30 de la mañana, teniendo media hora más para pensar si vale la pena o no ir con la fiera que en estos momentos se encuentra sedada.

Pero para eso está mi mamá, que acaba de entrar a la cocina, para recordarme que solo tengo dos opciones.

—Buenos días hijo. Recuerda que hoy debes llevar a tu hermana a la escuela. Empieza a las siete, preferiblemente que llegue 10 minutos antes, la directora la estará esperando en la entrada para darle un recorrido, por favor, acompáñala a ese recorrido tú también. Luego de eso, recuerda ir al supermercado—Busca entre su bolso sin fondo, hasta que encuentra una hoja, que supongo es la lista y me la tiende—Esto es lo que necesitamos, tienes dinero suficiente en el recipiente de las llaves y un poco más por si acaso tu hermana o tú quieren comprar algo adicional.

Asiento ante sus palabras, viendo cómo se voltea hacia la nevera para extraer su desayuno y el de mi padre, que ahora mismo está bajando las escaleras, arreglándose la corbata de su traje. Abro la boca, para pedirle a mi padre que me salve de esta, y creo que mi madre lee mis pensamientos porque sin girarse me dice.

—Se lo que vas a decir, así que no. Solo tienes dos opciones Bass y lo sabes. O la despiertas o la despiertas—Termina con esa sonrisita de suficiencia que siempre está en el rostro de nuestras madres cuando saben que ellas tienen el poder.

Ruedo los ojos, escuchando la risa de mi padre y sigo con mi cereal.

Ella termina de hacer el bolso con la comida y se acerca a mí, me da un beso en la cabeza y me abraza, provocando que me apoye en su pecho.

—Regresaré con tu padre en la tarde. Los quiero mucho, no se les olvide— Me da un último beso y se aleja para ir a la sala, agachándose a recoger los tacones que dejó ahí.

—Buenos días hijo.

—Buenos días padre.

—Ayer en la noche me encargué de llenar el tanque de la moto, los cascos vinieron en el camión de mudanza, no se te olvide ponérselo a tu hermana.

—Nunca se me olvida.

Sonríe leve y se despide, caminando hacia las escaleras que lo llevan al garaje, diciéndole a mi madre que la esperará en la entrada de la casa.

Me levanto cuando ya he terminado de comer para llevar el plato al fregador y poder limpiarlo.

Empiezo a hacerme mi café y cuando está listo saco la taza para servirme.

Mi madre llega y saca un vaso para servirse un poco y llevárselo.

—Ten un feliz día.

—Igual mamá.

Sale por la puerta dejando la casa en silencio, me acerco a la ventana con taza en mano, viendo el amanecer entre los aboles del bosque.

Respiro el aire, que tiene ese olor a madera, teniendo como música el canto de los pájaros. Cierro los ojos, absorbiendo los rayos de sol que pegan en mi cara.

Veo el reloj en la pared y veo, que la hora a llegado.

Aquí vamos.

Subo las escaleras, hasta detenerme frente a su puerta. La abro y me encuentro con una imagen digna de la realeza.

La cama, adornada al estilo princesa con sus cortinas, las sabanas blancas, las almohadas de azul pálido y ella, con un brazo fuera de la cama, el cabello hecho un nido de pájaros, que me debo encargar de arreglar, y su cara en la almohada con su boca abierta para dejar salir esos ronquidos que ella no admite emitir.

Una obra de arte digna de admirar.

Suelto un suspiro y vuelvo a inhalar aire, pidiéndole a cualquier persona que me escuche que me de la suficiente paciencia para hacer esto.

—Oye Cloe, es hora de despertarse.

Ni se inmuta por mi voz, sigue igual de dormida.

—Cloe—Me acerco hasta estar a un metro de su pequeño y peligroso ser. —Oye—Alzo un poco más la voz, queriendo hacer más ruido para que se despierte.

Y logro mi cometido, porque emite un gruñido y frunce el ceño, molesta por mi voz.

—Cloe despierta, debemos arreglarte para ir a la escuela.

—Cállate Bastián, déjame dormir—Se gira en la cama, dándome la espalda.

—Cloe, párate ya, no me provoques.

—Shh, estoy durmiendo.

Sin paciencia, voy hasta la cama y la cargo, dejándola sobre mi hombro como costal de papas.

Y aquí es donde vienen los golpes en mi espalda baja y los mordiscos en el mismo lugar.

Bajo las escaleras con Cloe en el mismo lugar, chillando y pataleando. Llego hasta la cocina y la dejo sentada en la encimera, y lo primero que recibo de su parte es un golpe con puño cerrado en el pecho, y del primero le siguen mucho más, hasta que le junto los brazos al cuerpo para inmovilizarla.

—No es grato para mi despertarte, si cada mañana haces el mismo show. —La miro a los ojos, cansado, ella me devuelve la mirada, pero en cambio, ella está molesta y con el ceño fruncido— Ahora, tienes dos opciones. Te dejo una alarma con el sonido de un pitido de corneta, o me haces las cosas fáciles para poder despertarte yo y que te levantes sin tener que hacer todo este espectáculo.



#5660 en Thriller
#3069 en Misterio
#2234 en Suspenso

En el texto hay: angelesydemonios, poderes, grupodeamigos

Editado: 28.08.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.