Bazar: una antología agridulce

La estrella y el mar

En algún lugar cerca de las costas de Santilla, donde los pastos se dejan acariciar por la brisa marina, donde el horizonte se pierde en las pieles rosáceas de un atardecer y el mar susurra historias llenas de los mas variopintos sentires.

Sueñan. Anhelan. ¡Oh, la primavera!

Muchos desean un amor que les acompañe en las bravías y enigmáticas aguas de la vida, dejando atrás la soledad para encontrar una transitoria felicidad mortal, pero que pueda trascender hacia la eternidad al morir junto al ser amado. Esta es la historia de dos amantes eternos, quienes por culpa del hilo rojo roto o el aleteo de una mariposa o quizás por el manto de la doncella destino, sus dos almas juntas no están.

Isabel, hija única de padres cariñosos, fue criada con dulzura. Su llegada fue un regalo anhelado, tras años de intentos por concebir, aunque la tristeza había agobiado a la pareja durante ese tiempo, con la llegada de la pequeña sus días se llenaron de alegrías y prometieron cuidar la sonrisa de su amada hija.

Varios inviernos pasaron, el tiempo fue esculpiendo a una hermosa joven con el semblante de un hada. En el modesto pueblo donde vivía,  su presencia era bien conocida, una doncella del mas cálido corazón que con un delicado andar paseaba por las calles de adoquin y  danzaba con ligeros vestidos color pastel en las tardes de verano. Pero su popularidad no provenía sólo de su belleza, su inteligencia era notoria y apreciada por los habitantes que en varias ocasiones ayudó a los comercios y festividades, trayendo beneficios a la tierra.

Una ocasión especial fue el festival de primavera, que prometía un mayor espectáculo con la llegada de más navíos y sin demasiadas complicaciones todo quedó listo; en la noche previa al festival Isabel observa una estrella solitaria que confidente resguarda los pensamientos de la joven. El mecanismo del corazón comenzó a girar.

En alta mar, el poderoso oleaje embiste las maderas de un navió.  La tripulación de El corcel del mar, un barco que viaja surcando los diversos mares en busca de los tesoros que resguarda, se enfrentan al salvaje océano como valientes guerreros. Pero en esta ocasión, su rumbo no se extiende mas allá de la tempestad; se dirige hacia un emergente poblado cerca de las costas de Santilla, un lugar que se murmura lleno de vitalidad, un santuario primavera.

-¡Capitán, mi  capitán! ¡Hemos llegado a destino!-

Desde el nido del cuervo, un joven marinero entusiasmado anuncia la cercanía del puerto. Isaac, huérfano criado por el mar,  testigo  de las vicisitudes de la vida que forjaron en él un espíritu fuerte, libre y conocedor de las oscuridades del mundo. Ha enfrentado hambre, frió, indiferencia y penurias. No obstante, Isaac sabe apreciar las construcciones de la naturaleza y disfruta cada día como si fuera el último. En la noche previa a tocar puerto, el joven observa una estrella solitaria confidente de sus pensamientos. El mecanismo del corazón comenzó a girar.

La noche llega a su fin, el alba tiñe de tonalidades amarillas las costas, fachadas y sueños de los pobladores de Santilla. La aves entonan su suave canción despertando los botones en flor, suspiros de feromonas provocan en los corazones de los amantes un revuelo.  Llego la primavera.  

El silencio de la mañana se desvanece gradualmente ante el alboroto del festival. Los navíos descargan los maravillosos manjares y tesoros del mar que sorprenden a toda mirada curiosa; no se hacen esperar los deliciosos aromas de los platos típicos amenizados por juglares, saltimbanquis y bardos.

Y cantan:

Se fue el invierno, es primavera

Cualquier cosa puede pasar

Los tambores redoblan su sonar

Ahogan la penuria del ayer

Comienza el baile de las hadas, ¡hey, hey, hey!

Vístete de risas, deja atrás lo gris

Ahora que puedes, grita y has de festejar

Que la primavera ha llegado para abrazar,

Cada corazón que late con pasión y calor,

En este renacer de vida y de amor.

Comienza el baile de las hadas, ¡hey, hey, hey!

Vístete de colores

Ponte un disfraz, y a celebrarlo

Ahora que puedes, grita, ¿y qué haces?

¡Festejar!

Atardecer. En la plaza principal, se presenta un maravilloso espectáculo que encanta a todo quien lo mira. La danza de las hadas, jóvenes hermosas con vestidos ligeros y coronas de flores, danzan e invocan una hermosa lluvia de pétalos que perfuman el ambiente con los mas dulces aromas.

Hipnotizados por el espectáculo y envueltos en música festiva, el mar de personas comenzó a  agitarse, cediendo ante el encanto de las doncellas. En medio del bullicio, dos jóvenes miran a una estrella solitaria y le sonríen. El mecanismo del corazón no deja de palpitar.

“Oh, corazón mío, quien te altera así. No te reconozco”

Sus miradas se encontraron, quedaron encantados mutuamente, ella le mira con sus ojos miel y él con sus ojos azabache. Ignoran todo a su alrededor. Recuerdan la estrella solitaria, pero tal vez no lo es. Se acercan poco a poco.




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