Bedavenano, el renacer de las sombras

Capítulo 8: El despertar.

El sol abrasaba su piel y tenía un sabor salado y amargo en la boca. Cuando abrió los ojos con esfuerzo, se encontraba en una playa de arenas rojas que se incrustaban en su piel. Su cabello rubio se había pegado a su cuerpo y suaves olas de mar acariciaban sus pies. Se incorporó como pudo, aún aturdida, tratando de acostumbrarse a los brillantes rayos de sol. Había tenido un sueño extraño, pero no alcanzaba a recordar bien qué había pasado en él. Recuerdos confusos se arremolinaban en su mente y no lograba entrelazarlos. De golpe lo recordó todo. La tormenta, el abrazo del abismo, el barco partiéndose en dos, al capitán Wordor hundiéndose en el mar, agarrándose como podía a un pedazo del barco que flotaba, separarse de sus compañeros en medio del mar…
Separarse de sus compañeros, en medio del mar.
No había sido un sueño. Todo aquello había sucedido de verdad.
Lucía estaba dolida y confusa, no sabía dónde se encontraba ni dónde estaban los demás. Distinguió a lo lejos el báculo de Órien, se acercó a él y lo cogió; miró a su alrededor. Se encontraba en una isla rodeada de montañas rocosas y todo era de un extraño tono rojizo. Su mochila estaba empapada y su cuaderno estaba destrozado por el agua; había perdido todos sus dibujos. Vio una gruta en una montaña cercana y decidió ir allí; fuera hacía demasiado calor.

—¿Y Lucía? —casi gritó John cuando, al despertarse, vio que la niña no estaba.
—A lo mejor está en otra parte de la playa, o puede que se haya adentrado en el bosque —razonó Pichí, señalando con un ala un espeso bosque de árboles azules que se extendía a lo lejos.
—Sea como sea, ahora está sola. No deberíamos haber cogido ese barco —musitó John—. Es culpa mía.
—No es culpa de nadie —dijo Sylvia—. Hicimos lo que teníamos que hacer. Ahora, en vez de lamentarnos, deberíamos buscarla por la isla o buscar ayuda.
—Ahora estamos en la isla Azul, ¿no? —preguntó Tresh.
—Sí, ¿por qué?
—No estoy muy seguro, pero me contaron que aquí había unas aves parecidas a los Houroks. Podríamos usarlas para buscar más fácil por el cielo.
—Perfecto —dijo Sylvia—. ¿Puedes llamarlas?
—No, estas aves no son telepáticas. Tendremos que buscarlas.
—Está bien —cedió Pichí—. Así, además, calmamos un poco la mente.
El grupo se puso en marcha y se adentró en el bosque azul que daba el nombre a la isla.
Las islas de Triadd se formaban a partir de tres islas cercanas: la isla Carmesí, la isla Azul y la isla Violeta. La isla Azul está formada por playas de arenas claras y densos bosques de tonos azules; la isla Carmesí se halla repleta de montañas, cordilleras y colinas de tonos rojos, y la isla Violeta está formada por largas praderas repletas de flores violetas por cualquier lugar.
A medida que avanzaban por el bosque azul, el grupo se sumergía en un mundo de tonos azules y verdes, con los rayos de sol filtrándose a través de las frondosas copas de los árboles.
Sin embargo, a medida que se adentraban más y más en el bosque, la belleza de su entorno comenzaba a desvanecerse. Los árboles parecían cerrarse sobre ellos, creando un laberinto de ramas retorcidas y senderos confusos que los llevaban más y más adentro en la oscuridad.
—¿Alguien más siente que estamos siendo observados? —preguntó John. Su voz era apenas un susurro tenso en el aire.
Sylvia asintió, mirando a su alrededor buscando entre la oscuridad cualquier indicio de peligro.
—Podría ser solo nuestra imaginación jugándonos una mala pasada —sugirió Pichí, tratando de calmar los nervios del grupo—. Pero no me gusta este lugar. Siento que algo no está bien aquí.
Mientras avanzaban con cautela por el bosque, sus pensamientos se volvían hacia Lucía, preguntándose dónde podría estar y si estaría a salvo. La sensación de preocupación pesaba sobre ellos como una losa, seguían avanzando para poder buscar una forma de encontrarse con ella.
De repente, un crujido sonó cerca de ellos e hizo que el grupo se detuviera en seco, aguzando sus oídos en busca del más mínimo sonido. El único sonido que se oía era el de sus respiraciones.
—¿Escuchasteis eso? —susurró Tresh. Sus ojos plateados escrutaron la oscuridad en busca de lo que había provocado el crujido.
Sin embargo, la respuesta no tardó en aparecer: un grupo de lo que al principio parecían centauros les rodeaba, portando unos arcos que apuntaban directamente a sus corazones.
Tresh se fijó en que no eran centauros, sino un grupo de Cervitaurs. Los Cervitaurs son medio ciervos, medio humanos; aunque se parezcan mucho a los centauros, pertenecen a la familia de los Astabargosos. La diferencia entre ellos es que los Astabargosos solo poseían dos patas y los Cervitaurs cuatro.
Los Cervitaurs los miraron con cautela, sus ojos oscuros centelleando con desconfianza mientras mantenían sus arcos en posición de disparo. Parecían estar evaluando al grupo, midiendo su amenaza y determinando si eran amigos o enemigos.
John dio un paso adelante, levantando las manos en señal de paz mientras intentaba mantener la calma.
—No somos una amenaza —dijo en tono conciliador—. Estamos perdidos y buscamos a nuestra amiga. No queremos causar problemas.
Los Cervitaurs intercambiaron miradas entre ellos. Finalmente, el líder del grupo asintió lentamente, indicando a los demás que bajaran sus armas.
—Nosotros no buscamos problemas tampoco —respondió el líder con voz grave—. Pero este bosque es peligroso para los forasteros. ¿Por qué habéis venido aquí?
Sylvia tomó la palabra, explicando brevemente su situación y su búsqueda de Lucía. Los Cervitaurs escucharon atentamente, sus rostros tensos mientras procesaban la información.
—Entiendo vuestra situación —dijo el líder de los Cervitaurs después de un momento de reflexión—. Os proporcionaremos Brumes.
El grupo asintió en señal de agradecimiento y siguieron a los Cervitaurs hasta su aldea.
La aldea de los Cervitaurs estaba formada por grandes casas hechas de madera y piedra. El interior era similar al de los establos para los caballos que tenían los humanos. En una pradera cercana a la aldea descansaba una bandada de grandes pájaros amarillos. Eran más pequeños que los Houroks, pero los Brumes eran igual de efectivos a la hora de transportar personas.
Los Cervitaurs no podían hacer uso de ellos, debido a su estructura equina, pero los cuidaban con mimo.
—Ya está anocheciendo —dijo la Cervitaur encargada de los Brumes—. Mañana os prepararemos un grupo de Brumes.
—Muchas gracias —dijo Sylvia antes de seguir al grupo hacia una cabaña.




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