11 de noviembre, 4:08 a.m. — Biblioteca de St. Aelred’s Royal Academy, Yorkshire
La biblioteca estaba en penumbras. Solo una lámpara antigua en la mesa central proyectaba un halo dorado sobre las páginas de un libro abierto, aún tibio por el roce de dedos que ya no estaban.
Los cuerpos de Leandro y Sofía yacían uno junto al otro, tendidos sobre la alfombra roja como dos piezas rotas de porcelana real. Sus manos se tocaban apenas, con los dedos entrelazados, como si incluso en el último instante hubieran buscado aferrarse a lo que les quedaba del otro.
Él tenía una mancha de sangre en el cuello de la camisa blanca, que había sido cuidadosamente planchada esa noche. Ella tenía los labios manchados de escarlata, pero no por carmín, sino por el hilo cruel de una herida que ya no dolía.
Nadie gritó. Nadie escuchó.
Los muros de piedra absorbieron el crimen como si el tiempo no existiera ahí dentro.
Y entonces, el silencio fue interrumpido por la vibración insistente de un móvil. Era el de Sofía.
Una notificación de su aplicación de dibujo mostraba una frase que había dejado programada:
“Te amo más allá de las banderas, las guerras y los destinos marcados. — S.”
***
8:30 a.m. — Frente a St. Aelred
Un enjambre de cámaras, ambulancias y policías rodeaba los terrenos del internado. Helicópteros sobrevolaban el cielo gris de Yorkshire mientras los estudiantes eran evacuados a otra residencia cercana.
Dentro del palacio real, la Reina Eleanor, madre de Leandro, se sostenía en pie como si sus huesos no le pertenecieran. A su lado, la Archiduquesa de Austria había caído de rodillas.
Nadie tenía palabras.
Solo un cuaderno, encontrado cerca de la mesa, ofrecía una pista:
“Lo intentamos. Hasta el final. No nos rendimos. No nos escondimos. Y no nos arrepentimos.
— L & S”
***
Redes Sociales — Misma mañana
No puede ser. Leandro y Sofía... no. No ellos.”
“¿Cómo matan a dos niños que solo querían amarse?”
“Ella era mi inspiración. Y él... él era nuestro futuro.”
“¿Qué pasó en esa biblioteca? ¿Quién los odiaba tanto?”
“Nunca los olvidaremos.”
***
Leandro
“No recuerdo qué llevabas puesto ese día, Sofía. Solo recuerdo tus ojos. Estabas en medio de una sala diplomática llena de adultos aburridos. Tenías diez años, igual que yo. Y sonreíste... como si hubieras estado esperándome desde siempre.”
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Sofía
“Yo sí recuerdo lo que tú llevabas, Leandro. Un abrigo gris que te hacía parecer mayor, pero tus zapatos estaban llenos de barro seco. Y tus mejillas rojas por el frío. Te vi. Y supe que no eras como ellos.”
***
Cambio de tiempo: Flashback a 2018 — Palacio de Ginebra, Suiza. Cumbre de casas reales.
Una multitud de adultos hablaba de tratados, alianzas, de petróleo y educación. Nadie notó a los dos niños que se encontraron junto a una fuente en los jardines.
Él, el heredero al trono más antiguo de Europa.
Ella, la futura líder de una casa que alguna vez fue imperio.
Landro se agachó para ver a los peces dorados que nadaban en círculos. Ella se le acercó con una sonrisa tímida.
—¿Te gustan los peces? —preguntó Sofía.
—Prefiero los dragones —respondió él, sin mirarla.
Ella soltó una risita.
—¿Y si uno de esos peces es un dragón disfrazado?
Leandro la miró por primera vez. Y allí, en ese segundo detenido por la historia, todo cambió.
***
Leandro
“Si me hubieran dicho ese día que años después moriríamos juntos, creo que igual habría tomado tu mano.
Porque vivir contigo, aunque fuera breve, fue más eterno que cualquier trono.”