Bésame, Según lo Acordado #1

Capítulo 1.

El sonido suave de las campanas de la iglesia cercana anunciaba las siete de la mañana. Avelyn abrió los ojos lentamente, todavía incrédula. La claridad del amanecer se filtraba por las cortinas de lino blanco, tiñendo la habitación de tonos cálidos. Todo en ese cuarto tenía un aire familiar… y, al mismo tiempo, un peso de nostalgia.

Se incorporó despacio, dejando que sus dedos recorrieran la colcha bordada que no veía desde hacía más de una década. En una esquina, sobre la cómoda de madera pulida, descansaba un calendario con la fecha enmarcada en rojo: abril de 2010.

“Es real”, pensó. No era un sueño. No era una alucinación causada por el dolor del accidente. De alguna forma, había vuelto.

Tenía diez años otra vez.

Su cuerpo lo confirmaba: manos más pequeñas, cabello más abundante y rizado cayendo en cascada sobre sus hombros, la piel tersa y sin las cicatrices de su vida adulta. Caminó hasta el espejo y se quedó mirándose. La misma piel morena que siempre había amado su madre, los mismos ojos oscuros que Edward alguna vez llenó de orgullo.

Inspiró hondo, cerrando los puños. Esta vez no sería la niña ingenua que aceptó todo sin cuestionar. Tenía un mes antes de que Vivienne y Scarlett invadieran su hogar. Un mes para comenzar a construir un futuro en el que ellas no pudieran destruirla.

Y fue entonces cuando un recuerdo se abrió paso, nítido:

Bitcoin.

En su vida anterior, esa palabra apenas había significado nada en 2009 y 2010. Una curiosidad tecnológica de la que hablaban unos pocos entusiastas en foros. Pero ella recordaba perfectamente el ascenso: en 2015 comenzó a subir su valor, y con el paso de los años, se convirtió en una mina de oro para quienes habían creído en ella desde el principio.

Se dejó caer en la silla junto a su escritorio, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza. Si podía convencer a Edward ahora, aseguraría una fortuna para su yo futuro. No necesitaría depender de nadie, y podría huir cuando quisiera.

Claro que había un obstáculo: con once años, no podía comprar nada por su cuenta. Tendría que persuadir a Edward. Y para eso… tendría que ser astuta.

—Buenos días, señorita Avelyn —la voz de Marianne, la ama de llaves, interrumpió sus pensamientos. Apareció en la puerta con una bandeja de desayuno: tostadas francesas, jugo de naranja recién exprimido y un tazón de frutas.

—Buenos días, Marianne —respondió Avelyn con una sonrisa cálida. Había olvidado cuánto afecto sentía por esa mujer que, aunque solo era personal de la casa, siempre la había tratado como a una hija.

—El señor Sinclair está en su despacho. Dice que después del desayuno quiere verte —informó Marianne, dejando la bandeja sobre la mesa auxiliar.

Perfecto. Una oportunidad servida en bandeja.

Mientras comía, Avelyn repasó mentalmente el guion: no podía sonar como una niña obsesionada con hacerse rica, pero sí como alguien curiosa que había escuchado algo interesante y quería compartirlo con su padre. Un dato “curioso” que no costaba nada probar.

Cuando terminó, caminó por el largo pasillo de la mansión hasta llegar al despacho de Edward. La puerta estaba entornada, y lo vio revisando unos documentos con sus gafas de lectura puestas. Vestía un traje gris impecable, y la luz de la lámpara resaltaba la severidad de sus facciones.

Golpeó suavemente la puerta.

—Papá… ¿puedo pasar?

Edward levantó la vista y, por un momento, sus labios se suavizaron en una sonrisa breve.
—Claro, entra.

Avelyn cruzó el umbral con pasos medidos. Se sentó en la silla frente a su escritorio, cuidando de mantener la compostura.

—Quería contarte algo que escuché el otro día —empezó, fingiendo un ligero entusiasmo infantil—. Es sobre una moneda… pero no de las normales. Es como… digital.

Edward arqueó una ceja, curioso.

—¿Digital?

—Sí… se llama Bitcoin. Dicen que es como tener dinero en internet, pero que algún día podría valer mucho más. No sé si sea cierto, pero… pensé que tal vez podrías decirme qué opinas.

Edward se reclinó en la silla, pensativo.

—¿Dónde escuchaste eso?

—Un vecino mayor, el señor Dupont, estaba hablando con su nieto —improvisó sin titubear—. Decían que ahora casi no cuesta nada, pero que hay gente comprando “por si acaso”.

Edward sonrió con cierta condescendencia, pero no desestimó la idea de inmediato.
—Interesante. Supongo que podría investigar…

Avelyn sintió un pequeño triunfo interno. Era el primer paso.

Edward permaneció en silencio unos segundos, girando la pluma entre los dedos, evaluando la propuesta como si estuviera ante una operación bursátil importante. Avelyn lo observaba con atención, midiendo cada movimiento de su rostro. Había aprendido, incluso a tan corta edad, a interpretar el lenguaje de las expresiones de Edward: la ligera fruncida de cejas significaba que estaba calculando riesgos; el golpeteo de la pluma contra el escritorio, que su curiosidad había sido atrapada.

—Dices que no cuesta casi nada —comentó por fin, con un tono que no dejaba claro si hablaba para sí mismo o para ella.




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