—¿Qué quieres? —replicó Jaeden al celular, mientras trataba de ver con toda la claridad que se colaba en la habitación.
—¿Qué quiero? ¡¿QUE QUÉ QUIERO?! Maldita sea, Jae, ¡Son las 12:20 y aún no estás en el evento! ¡¿Tienes mierda o aire en la cabeza?!
Oops.
—Rayos, lo siento, Chad. El medicamento para dormir no hizo efecto hasta la madrugada... —se disculpó un adormilado Jaeden, y lo hacía sinceramente. Chad más que nadie sabía que no le gustaba llegar tarde a eventos tan importantes.
Un suspiro se escuchó al otro lado de la línea.
—Okay, vale. Sólo... ven rápido, por favor. —Colgó. Observó el celular en sus manos, confirmando que era jodidamente tarde.
Saltó de la cama, tomó el primer traje que vio en su armario, lo arrojó a la cama y entró al baño. Luego de una ducha de tres minutos, comenzó a vestirse como si la vida le dependiese de ello. Tomó el cargador portátil del celular, mientras marcaba al ama de llaves avisando que saldría y que podría tomarse la tarde libre luego de limpiar, pues tenía una cena de negocios y no llegaría muy temprano. La voz suave y lenta de la mujer le dijo que le había preparado un poco de comida en la mañana, conociendo que tal vez se levantase con apuros. Sonriendo, Jaeden le agradeció el gesto, y se despidió. Tomó una corbata negra, y la ajustó a su cuello con la atención puesta en buscar sus zapatos. Al hallarlos, casi los pierde de sus manos mientras bajaba las escaleras. Luego de tenerlos bien asegurados donde debían, buscó en el microondas la comida que mencionó el ama de llaves y la puso a calentar; comería en el camino.
Fue al baño nuevamente, y se peinó con los dedos; había perdido el afán de untar fijador en crema pues le parecía tedioso. Se dio unas palmadas algo fuertes en las mejillas, al sentir que el medicamento no había perdido del todo sus efectos. Salió ante el pitido del micro, y en una bolsa plástica guardó la pequeña taza. Estaba saliendo por la puerta cuando cayó en cuenta de que no traía puesto el chaleco, y que había olvidado su maletín. Volvió sus pasos, y cuando cumplió los pendientes, se obligó a asegurarse de que absolutamente nada le faltaba.
Buscó el celular después de un bufido.
Luego de otra exhaustiva revisión de sus pertenencias, tomó las llaves del auto y salió trotando. Entró al vehículo, y estuvo a punto de derrapar en la calle, mas el instinto lo reprimió. Luego de alejarse un poco del vecindario, pisó el acelerador con fuerza. Observó la hora: 12:45.
«Mierda». Ya sabía para la próxima: tomar el medicamento a las 17:00, para que hiciera efecto a las 23:00. Maldijo entre dientes el poco modo recesivo, por decirlo así, que tenía para los medicamentos. Juraba por Dios que cuando encontrara la fórmula que pudiese ayudarlo, compraría toda la maldita empresa que la producía.
*
Estacionó frente al edificio que a muchos les parecía imponente, y entró hecho una furia al lobby, aunque claro, disimulando a la perfección. Un chico que estaba parado frente al recibidor le dirigió un amable saludo, y Jaeden le extendió las llaves del auto; ya era cuestión de él quién lo estacionaría en el aparcamiento privado.
Buscó a pasos acelerados el ascensor, y tuvo que reprimir unas ganas tremendas de golpear todo a su paso. Estaba averiado.
Maldiciendo incluso a los ancestros de su familia, a pesar del aprecio y respeto, corrió como alma que lleva el diablo los siete pisos. A diferencia de algunas personas, él sí sudaba como si estuviese siendo cocinado en una barbacoa, y para cuando llegó a las puertas dobles que daban la entrada al salón, estaba jadeando y con el rostro empapado. A un costado del salón, había una entrada al baño.
No se lo pensó dos veces. Al ingresar, lo primero que notó fue un olor a desinfectante de lavandas. Estaba ligeramente concentrado, mas no lo encontraba del todo molesto.
Se observó en el ancho espejo, y un suspiro resignado escapó de sus labios. Su cabello se veía más desordenado de lo habitual. El sudor bañaba cada centímetro de su cuerpo, y agradeció ser precavido; en su maletín siempre llevaba una camisa de repuesto. La que traía puesta en ese momento era blanca, por lo cual las zonas de sus axilas se veían más oscuras gracias al sudor. Entró a uno de los cubículos y se cambió de prenda, no sin antes secarse lo mejor que pudo con ayuda del papel higiénico. Al salir, suspiró de nuevo. Le gustaba más cómo le quedaba la camisa blanca con el chaleco negro; resaltaba más. Ahora, se veía más serio y neutro con una camisa del mismo color que el chaleco. Se quitó la corbata a regañadientes; mucho negro lo incomodaba.
Tomó una profunda respiración, y volvió a secarse el rostro. Mojó sólo un poco los mechones revueltos de su cabello, y trató de volver a peinarlo lo mejor que pudo. Sintió el celular vibrar en el bolsillo trasero de sus pantalones, y bufó por enésima vez; sabía que era Chad. Guardó mejor las cosas en su maletín, cerciorándose de no dejar nada, y salió a paso calmado. Al estar nuevamente frente el salón, compuso su mejor expresión profesional, y abrió las puertas lentamente.
Dentro del lugar, todo parecía un mercado de pulgas. El público se veía fascinado con las propuestas de los chicos, y los inversionistas observaban con ojo crítico cada mesa de presentación. La tarima donde presentarían a los finalistas estaba escondida por el telón; detrás de éste, podía advertirse cierto movimiento. Seguramente terminaban de corregir los pormenores.
Luego de una nueva ojeada al espacio, caminó por entre el revuelo de gente con parsimonia. Algunas chicas ahogaban gritos de emoción al verle pasar, y más de una le dirigió miradas seductoras, las cuales eran ignoradas con fastidio. En medio del ajetreo, divisó la espalda de su amigo. Se acercó con paso firme, y al estar cerca, tocó su hombro. El pelirrojo teñido se giró casi demasiado sorprendido, y al reconocerle, una sonrisa totalmente falsa fue dirigida a su persona.