Aquella mañana desperté con una extraña inquietud en el pecho, era uno de esos presentimientos que no te auguran nada bueno, de esos que se mantienen en tu pecho hasta que pasa lo peor, y te acechan desde que abres los ojos.
Después del lanzamiento del primer libro de Mateo, las críticas por aquella frase impulsiva de "vamos a ser la editorial más grande del país" todavía me rondaban por la cabeza, pero intentaba mantenerme positiva. Angeline me repetía una y otra vez que nadie lograba grandes cosas sin críticas en el camino, pero eso era más fácil de decir que de creer.
Llegue temprano a mi pequeño local y me preparé un café, como cada mañana, observando el agua burbujear lentamente mientras mis pensamientos divagaban entre la satisfacción y las dudas que siempre aparecían cuando menos las necesitaba. Intenté alejar de mi mente las críticas recientes, esas que aseguraban que mi editorial era demasiado pequeña, demasiado ingenua, demasiado soñadora para aspirar a convertirse en algo más que una editorial de barrio.
Tome un sorbo de café decidida a ignorar todo eso y simplemente disfrutar de lo que estaba construyendo. Abrí la editorial y me senté frente a mi computadora para responder correos y revisar propuestas. La tranquilidad del local me devolvía siempre una sensación de control, abrí más temprano, disfrutando unos minutos a solas en silencio, hasta que Angeline entró corriendo como demente, con un semblante preocupado que rompió rápidamente la calma que había encontrado.
—Louisa, creo que esto no te va a gustar —me dijo con una mirada seria, mostrando su portátil abierto —Dante Sullivan habló sobre nosotros. —Al oír ese nombre sentí una sacudida incómoda en el estómago.
Dante Sullivan no era solo un autor exitoso, era el tipo de escritor cuyas historias te atrapan, te envuelven y te dejan una marca que recuerdas con admiración. Sus libros ocupaban espacios privilegiados en mi estantería personal desde hacía años, mucho antes de imaginar que yo misma estaría en este negocio algún día. Pero también sabía que su reputación iba más allá de sus palabras impresas, arrogante, incisivo, implacable, una combinación peligrosa cuando se hablaba de opiniones públicas.
Sin decir palabra alguna, observé atentamente la pantalla mientras Angeline le daba play al video. Allí estaba Dante, cómodamente instalado frente al entrevistador, con una sonrisa ladina.
—¿Editorial Faris? —repitió él, y escucharlo pronunciar el nombre de mi editorial me produjo una extraña mezcla de orgullo y nerviosismo —Creo que la he oído mencionar. Es esa editorial nueva, ¿verdad? La que asegura que será la más grande del país. —El entrevistador asintió con curiosidad, claramente esperando una respuesta jugosa que diera que hablar. —Bueno, supongo que el optimismo es gratuito —continuó Dante con una sonrisa burlona, dejando una pausa intencionada para aumentar el impacto de sus palabras —Pero ser realistas tampoco hace daño, no se construye una gran editorial simplemente acumulando los manuscritos que otras han rechazado, es una apuesta arriesgada y probablemente destinada al fracaso.
«Bendito hijo de la gran mandarina» Pensé en el momento que cerró su déspota boca. Cada palabra suya me atravesó como si fuera una aguja, aguda, fría.
Mi cuerpo se tensó por completo, y la respiración se me escapó de golpe, como si alguien hubiera golpeado mi estómago y sacara el aire. Había admirado durante años a ese hijo del mal, había releído sus novelas y defendido sus historias en conversaciones con amigos, y en ese momento, él había reducido todo lo que representaba mi sueño a una simple broma frente a millones de espectadores.
Angeline cerró el portátil, se encontraba molesta, pero yo continué en silencio, tratando de procesar aquella humillación pública. Mi garganta se apretó con fuerza, pero me negué a llorar delante de ella, no iba a permitir que esas palabras tuvieran tanto poder sobre mí, aunque en ese momento lo tenían.
—Olvida lo que dijo, Louisa —Angeline intentó consolarme, poniendo una mano sobre mi hombro —No tiene idea de lo que hemos logrado ni del esfuerzo que estás haciendo. —Asentí lentamente, incapaz de responder.
¿Cómo podía explicar que el daño estaba hecho? Que las palabras de Dante Sullivan, alguien que había llegado tan lejos en el mundo editorial, habían llenado de dudas mi cabeza.
Ese día transcurrió de manera lenta, cada cliente que entraba parecía mirarme de manera distinta, tal vez burlona, tal vez lastimera, como si hubieran visto la entrevista y ahora supieran que mi editorial no era más que una ilusión frágil a punto de romperse.
Al cerrar el local fui directamente a casa de mi abuela Sophie. Necesitaba la calma que solo ella sabía brindarme, una de nuestras conversación sin palabras, sino simplemente compañía y aceptación.
Después de escucharme, mi abuela guardó silencio unos instantes, mirándome con tanta dulzura, la misma que siempre lograba devolverme la calma.
—Louisa, hay algo que debes entender —me habló con calma colocando suavemente una mano sobre la mía —Cuando alguien tan grande como él se toma el tiempo de criticar algo que recién empieza, es porque ha visto algo que le preocupa, algo a lo que le teme. Las palabras pueden herir, claro, pero también pueden significar que estás haciendo algo tan importante que incomoda a quienes están cómodos arriba. —Me quedé reflexionando en silencio sobre sus palabras, sintiendo cómo lentamente subían el ánimo y cambiaban mi chip.
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Editado: 31.07.2025