No sé en qué momento pensé que podría convivir en paz con Dante Sullivan. Tal vez fue durante esos tres segundos de cordura en los que firmamos el contrato sin matarnos, o tal vez fue en ese microsegundo en el que supe que necesitaba esa bendita fusión para hacer crecer mi editorial y me convencí a mí misma de que podía manejarlo.
¡Qué ilusa fui!
No pasaron ni dos días desde la firma, y ya quería lanzarle una grapadora a la cabeza o tal vez tirarle la taza de café caliente por la cara, o posiblemente lanzarlo desde la ventana más alta del lugar (no había ninguna alta en realidad), y eso que aún no llegábamos a la peor parte.
Desde el primer minuto en que se instaló en la oficina (literalmente, instaló su laptop y sus cosas en la sala de reuniones como si fuera su trono personal) comenzó la guerra silenciosa, no dijo nada abiertamente, claro que no, él era muy sutil y por eso mismo me sacaba tanto de quicio.
Lo primero que hizo fue cambiar la marca del café y aunque suena estúpido para mi era importante. Teníamos una cafetera vieja, de esas que hacen ruido, tardan y dejan olor a café recién hecho por todo el lugar, yo adoraba esa cafetera, especialmente porque era la antigua cafetera de la abuela, y ella decidió dársela para hacerme sentir en casa. El café que hacía era delicioso, algo completamente nuestro. Pues a Dante le pareció inaceptable nuestra “Cafetera vintage” y al tercer día de su llegada, ya había reemplazado la máquina por una cafetera italiana carísima y trajo su propio café molido importado, como si eso nos hiciera más “profesionales”.
—El buen café inspira buenas decisiones —dijo, sin siquiera mirarme, como si estuviera citando la frase más sabia y poética existente.
No respondí, tomé una taza y y decidí probar su “inspirador” café, que casi escupo en su cara, sabía a tierra, a castigo, a café para presumir y no para vivir, lo dejé sobre su escritorio con toda la mala intención del mundo.
—¿Está frío? —comentó sin levantar la vista del portátil.
—No era para tomarlo —le contesté —Era para que supieras que lo probé y sobreviví. No dijo nada, solo sonrió de ladino, esa maldita sonrisa que me causaba un no sé qué.
Después vinieron los comentarios, en voz baja, pero lo suficientemente audibles como para hacerme hervir la sangre.
¿De verdad este es el diseño final de la portada?
¿Así editan los textos aquí?
Interesante… Nunca había visto un informe financiero tan desordenado.
No lo decía con maldad, pero estaba claro que disfrutaba señalar mis errores, o lo que él consideraba errores, yo, por mi parte, no me quedaba atrás, le corregía cada palabra que sonaba a superioridad, me burlaba de su estilo estirado y hacía chistes internos con Angeline cada vez que él se encerraba en su “oficina temporal” para tener reuniones por Zoom con su porte y acento de “yo soy el centro del universo”.
Pero lo peor, lo realmente insoportable, era que no era un incompetente.
Lo que más me enfurecía de Dante era que sabía lo que hacía, cuando hablaba de estrategias de distribución, lo hacia con propiedad y cada palabra salida de su boca tenía sentido, cuando revisaba estadísticas de mercado, encontraba cosas que yo había pasado por alto, cuando sugería ideas de promoción para los libros, algunas de ellas, por no decir que todas eran brillantes, y eso, lo admito con dolor, me enfurecía aún más.
Porque no era sólo arrogante, era brillante y arrogante y jodidamente apuesto, y eso, no me dejaba trabajar en paz, no había nadie que pudiera ser tan perfecto.
Un día en particular, exploté, estábamos discutiendo la campaña de marketing para la segunda edición del libro de Mateo, yo había planeado una estrategia sencilla, cercana, enfocada en la conexión emocional con los lectores, él, en cambio, quería hacer una movida más agresiva, con influencers, sorteos y un video promocional.
—No es un producto comercial, Dante. Es una historia real, escrita por alguien que puso el alma en cada página —argumenté, cruzando los brazos.
—Justamente por eso debería llegar a más gente —contestó con absoluta calma —¿O prefieres que nadie lo lea solo porque no te gusta cómo suena la palabra “influencer”?
—No es eso —repliqué, sintiendo el calor subirme al cuello —Es que no todo se trata de vender. Hay libros que necesitan otro tipo de cuidado. —enarco una ceja incrédulo.
—Y tú necesitas entender que el romanticismo editorial no paga las facturas, los escritores quieren vender. —disparó, sin titubear.
La tensión en la sala fue inmediata, Angeline, que estaba tomando notas, fingió revisar su agenda, yo apreté los dientes, no iba a dejar que me hablara así.
—No vine a vender mi alma a cambio de un poco de visibilidad —le dije en voz baja, firme, aguantando completamente mis ganas de lanzarle la computadora —Si crees que puedes hacer lo que quieras solo porque tu nombre vende, te equivocas conmigo. —Dante se inclinó sobre la mesa, despacio, como si no tuviera ninguna prisa, y me miró fijamente.
—Yo no quiero hacer lo que quiera, Louisa, solo quiero hacer que esto funcione. Aunque te cueste admitirlo. Mis estrategias y métodos venden, mi nombre vende, mis libros venden, desde el principio supe que publicar a alguien es hacerlo conocido, no famoso, pero conocido, llegar a más personas, que más gente adquiera la historia, ¿Quieres que llegue a más gente? Debemos seguir mi estrategia, ¿Quieres que cuiden el libre? Guárdalo en un baúl y cierra esta jodida editorial, o mejor aún, abre una biblioteca y ya. —Hubo silencio. Largo e incómodo
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Editado: 31.07.2025